López Obrador como hombre de Estado

02-12-2018 El fin de la corrupción, el punto final, la política social, la seguridad y las fuerzas armadas, una diplomacia abierta pero con el centro en los acuerdos de América del Norte, el no a la reelección y una seguridad personal demasiado endeble, han sido los ejes de una jornada, en el mejor de los sentidos,histórica, marcada por la emotividad, la intensidad y el sentimiento de un verdadero cambio de régimen.

 

Si hay algo que resulta indudable es que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha generado un entusiasmo y unas expectativas enormes que se reflejaron en el recibimiento popular al mandatario. 

Decíamos el viernes que el de este sábado sería el discurso más importante en la vida de López Obrador, porque definiría el tono de su mandato y la confiabilidad de su gobierno. No hubo sorpresas, pero sí confirmaciones. El discurso en San Lázaro tuvo una lógica implacable y permite definir, de inicio, los ejes de la administración López Obrador. El presidente es consciente de que triunfó por dos razones: la corrupción y la inseguridad. A partir de los mismos explicó su estrategia. 

El diagnóstico de la corrupción ligada a lo que llamó el neoliberalismo, fue demoledor, aunque basada en un ejercicio de blancos y negros, sin matices. La promesa de recuperar el crecimiento fue de la mano con el fin de la corrupción, pese a que no se termina de explicar cómo se logrará más allá de la reforma administrativa planteada. Es notable su confianza en que con esas medidas se generarán ahorros para emprender innumerables proyectos sociales: aumentos al salario mínimo; 2 millones 300 mil jóvenes de aprendices con un salario de 3 mil 600 pesos mensuales; 10 millones de becas; la creación de 100 universidades públicas; aumentar al doble y hacerlos universales, los apoyos a los adultos mayores, con un apoyo similar a quien sufra de alguna discapacidad; créditos a la palabra, subsidios y, algo que llamó la atención y que fue un fracaso en el pasado, precios de garantía al campo. Todo sin aumentar impuestos y sin hacer crecer el déficit y la deuda. 

Es un compromiso monumental que requiere enormes recursos, más aún si se le suman los adquiridos en infraestructura. Deberá ser el suyo un ejercicio presupuestal inédito y será revisado con lupa por lo mercados para ver si se puede cumplir.

La lista de propuestas, promesas y opciones es prácticamente inabarcable, pero hay dos puntos en los que, sobre todo, el presidente López Obrador, incluso más allá de sus dichos de campaña, actuó como un verdadero hombre de Estado. Primero la propuesta de punto final: después de casi dos décadas de un duro discurso contra la que llamó la mafia del poder, reflejado en su diagnóstico sobre la corrupción y el neoliberalismo, propuso mirar para adelante. Apostar por poner un punto final asumiendo que si se va por una línea marcada por la venganza se tendrá un país fracturado, con conflictos y confrontación, y prefiere destinar los esfuerzos y los recursos a la reactivación económica y la pacificación, evitando los delitos por venir. Definió esa estrategia como un asunto político de Estado. El punto final dijo, en las actuales circunstancias, es más importante que los juicios sumarios. Esa tensión entre el punto final y las exigencias de su base, reflejadas en el propio palacio de San Lázaro, será uno de los puntos de inflexión claves en el inicio de su gobierno.

El otro capítulo es el de la seguridad y las fuerzas armadas. Asumió que es polémico para muchos sectores, incluyendo su propio movimiento, el papel que jugarán las fuerzas armadas en la seguridad nacional, interior y pública del país. Reconoció algo que hemos señalado en el pasado cada vez que se descalificaba a las instituciones militares, sobre todo desde Morena. Las fuerzas armadas, dijo, son las mejores instituciones de México; el ejército surgió de la revolución, nació del pueblo; nunca ha dado o intentado en toda su historia un golpe de Estado; no es elitista, ni oligárquico; no se han formado en su seno minorías corrompidas; tiene el respaldo de la opinión pública; su apoyo eficaz en tareas de auxilio a la población es indudable;tienen vocación nacionalista y nunca se han subordinado a una fuerza extranjera. Las mismas características reconoció a la Marina Armada de México. Es un justo reconocimiento y una rectificación que muestra que López Obrador también puede cambiar de opinión cuando la realidad se lo impone.

También fue fruto de un nuevo pragmatismo el tema de la relación con Estados Unidos y con Donald Trump, con especial énfasis en la posibilidad de ir más allá de los acuerdos firmados apenas ayer del T-MEC (aunque algunos de sus legisladores prefirieron echar vivas a Maduro y a Cuba). Y no menos importante es su compromiso de que no apostará por la reelección, una aspiración que siempre ha llevado a mal término a los mandatarios que la ambicionaron. Y creo que su compromiso fue sincero.

Un último punto. Es sano que el presidente busque el contacto con la gente, pero no pueden obviarse las medidas de seguridad más elementales. Ayer hubo un completo desorden en torno a su seguridad. Deshacerse de Los Pinos y del avión presidencial es un error que le restará muchísima eficiencia a su labor, pero no puede, no debe deshacerse de un mínimo esquema de seguridad personal.

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