17-01-2019 El objetivo por supuesto era y es válido: la lucha contra el robo de combustible que genera costos altísimos a Pemex, al presupuesto nacional y a la sociedad. La estrategia seguida fue por lo menos oscura, con nula comunicación sobre ella con la sociedad y con sectores directamente involucrados (como los propios gobernadores) y con una decisión tan controvertida como cerrar los ductos, acompañada de una pésima planeación para abastecer por tierra el combustible.
La consecuencia fue dos semanas de desabasto de gasolinas y diez estados de la república semiparalizados, incluyendo la ciudad de México. Y sin embargo todo parece indicar que el presidente López Obrador ha logrado sortear, por lo menos en el corto plazo, su primera gran crisis en estos 47 días en el poder. Y lo ha hecho basado y apostando todo a su propia popularidad.
Una apuesta alta y que a la larga será desgastante pero que en esta ocasión le ha alcanzado para imponer un mensaje que hace diez días no quedaba claro para nadie: esta crisis no fue por falta de previsión, por cambios en su política de adquisición de gasolinas, tampoco por una estrategia que nunca se ha dado públicamente a conocer, sino por el combate al robo de combustible que ha obligado, en la versión del gobierno, a cerrar los ductos de gasolina, otra decisión que nunca se explicó porqué fue tomada de forma tan drástica. El reemplazar a los ductos por pipas tampoco parecía razonable y no lo fue: evidentemente el transporte terrestre no puede reemplazar el sistema de aprovisionamiento por ductos. Tampoco se quiso recurrir al sistema ferroviario (lo hizo el gobierno de Guanajuato solamente en una iniciativa propia). El propio presidente aseguró que se comprarán 500 pipas más para aumentar el suministro de gasolina dando a entender que el cierre de los ductos no será sólo coyuntural o que la distribución se manejará de forma distinta que hasta ahora.
Vamos más allá: los principales funcionarios desaparecieron, no dieron entrevistas salvo esporádicas apariciones en las conferencias mañaneras del presidente y llegaron al exceso de cancelar, minutos antes de que comenzara, la comparecencia que tenían prevista en la cámara de diputados. Estaban en emergencia dijeron, pero la secretaria de energía estuvo más de dos horas, sin intervenir,parada detrás del presidente López Obrador, ese mismo día, en la conferencia matutina. Un absoluto desaseo.
Y sin embargo, en el juzgado de la opinión pública,López Obrador no ha salido mal librado. Las encuestas muestran un porcentaje alto de aceptación de su política en contra del robo de combustibles, aunque nadie pueda definir bien a bien, en qué consistió esa estrategia. Es verdad que este tipo de crisis no pueden vivirse sin sufrir un desgaste, personal y político. Para muchos sectores de clase media, sobre todo en estados donde la presencia de Morena no es tan fuerte, la crisis de la gasolina ha sido un catalizador de sus oposiciones. Pero éstas tampoco han logrado estructurar una respuesta y por ende el discurso ha quedado, en su totalidad, en manos del propio presidente.
Más allá de errores y reacciones puntuales, López Obrador ha logrado imponer su agenda y no ha habido reacción alguna que fuera más allá de las molestias ciudadanas en las redes sociales. Un costo muy bajo para uno de los temas más delicados que debe enfrentar una sociedad: el desabasto de un producto tan básico como la gasolina.
Decíamos la semana pasada que crisis como ésta tendrá muchas la actual administración y no puede seguir pensando siempre en que con la popularidad presidencial, suceda lo que suceda, saldrá adelante. Es notable la ausencia de una estrategia de comunicación que vaya más allá de la conferencia matutina del presidente, que deja sin fusibles de ninguna clase al propio mandatario en caso de un error grave. Se confunde en este sentido la comunicación con la propaganda, y ésta termina siendo siempre insuficiente (que le pregunten sino a los presidentes Peña o Calderón) cuando la primera falla o le falta contenido. Buena parte del gabineteha demostrado no estar a la altura, no sólo por la falta de previsión y planificación, sino también porque están cobijados bajo la sombra presidencial, en una suerte de zona de confort.
Han salido adelante y eso es un mérito del propio presidente. Pero no siempre será así. Son muchos los temas en los que priva la confusión y donde se requiere una comunicación más fluida y dirigida. Un ejemplo es la Guardia Nacional: hasta el viernes pasado la propuesta era de una institución formada básicamente por militares, encabezada por un militar y bajo el mando de la Sedena. Ese viernes, el secretario de seguridad ciudadana, Alfonso Durazo, dijo que siempre no, que tendría mandos civiles y que dependería de la propia secretaría de seguridad. El martes, el presidente López Obrador dijo que tampoco: que administrativamente dependería de la SSC, pero que operativamente lo haría de la Defensa, que tendrá obviamente el mando. Ayer inició el periodo extraordinario ynadie sabía bien a bien cómo quedará esa iniciativa, pero tampoco nadie se ha dedicado a explicarle a la sociedad y a los propios congresistas, que parecen tan confundidos como los todos los demás, qué es finalmente lo que se busca.