No es una conspiración, es la realidad

07-06-2019 La realidad es cabrona. No acepta medias tintas ni discursos. Las conferencias mañaneras podrán ser un buen instrumento para marcar agenda, pero no alcanzan para gobernar. Las promesas sirven en campaña, pero gobernar es otra cosa: es el arte de lo posible, lo que se puede hacer en los márgenes de esa realidad que se impone por encima de los deseos o incluso las buenas intenciones.

 

En las reuniones en Washington, la realidad también se impuso: para poder llegar al tema aranceles la delegación mexicana tuvo que pasar primero por el tema migración. La política de Trump, irracional, impopular, xenofóbica, es indefendible, pero en este caso estaba partiendo de la realidad: el incontenible número de migrantes ilegales detenidos por la patrulla fronteriza en la Unión Americana, el más alto en muchos años, un flujo alimentado por una política errática en México que prácticamente ha abierto de par en par su frontera sur. Tener una política migratoria clara y que garantice los mínimos de seguridad no debería ser una exigencia de Trump: es un imperativo de nuestra agenda nacional. Se podrá llegar a acuerdos en ese tema con Washington si atendemos a nuestra propia exigencia.

La decisión de las calificadoras Moody’s y Fich, de bajar la calificación de la deuda soberana de México, dejándola a un paso de la insolvencia, no es parte de una conspiración como algunos creen, es un reflejo de la realidad. Resulta incomprensible que la reacción presidencial ante los anuncios sea que las calificadoras se equivocan y que la economía mexicana crecerá este año al dos por ciento porque “está bien y de buenas”. La verdad es que no creceremos al dos por ciento: nadie en el mundo económico lo considera así y tampoco llegan las inversiones: la inversión fija del país cayó en marzo el 3.02 por ciento. El peso, que el presidente ha puesto como ejemplo de la estabilidad, como hemos visto, queda a merced de las fluctuaciones externas y de las altas tasas de interés.

Fich y Moody´s están castigando algo que que fue advertido desde la propia secretaría de Hacienda: destinar ocho mil millones de dólares a la refinería de Dos Bocas en lugar de hacerlo para exploración y explotación, que es lo único que le permitirá a Pemex reducir su enorme deuda, es un grave error, que se acrecienta con la decisión de que el gobierno termine asumiendo la deuda de la petrolera como propia ante la imposibilidad de la empresa de pagarla, ya que canalizará los recursos a la refinería.

Dos Bocas, la cancelación del aeropuerto de Texcoco y la cancelación de las licitaciones energéticas sobre todo para ductos de gas, son las tres decisiones que han marcado el desempeño económico del gobierno, más allá de otras medidas controvertidas pero de menor repercusión internacional. Y han generado, como dicen las calificadoras, profunda incertidumbre: por eso no hay inversión, porque se está actuando a contraflujo de la realidad y con decisiones que parecen caprichos o fruto de políticas económicas de medio siglo atrás.

Los mercados, las calificadoras, los empresarios, los inversionistas no tienen problema alguno con los programas sociales del presidente López Obrador, ni con sus políticas destinadas a disminuir la desigualdad. Al contrario, los aplauden. Pero para llevarlos a cabo se requieren recursos que no pueden provenir de un cada día más asfixiante programa de austeridad: tendrán que venir de las inversiones públicas y sobre todo privadas, de la generación de riqueza, no de pobreza, en las áreas en que lo exija el mercado, la coyuntura, la globalización, la realidad pues.

El presidente se ha reunido con los gobernadores del PAN y del PRI; está convocando para el viernes a un acto de unidad en Tijuana; ha mantenido la cautela con Trump y todo eso está muy bien. Pero si quiere revertir expectativas, si quiere relanzar su gobierno a los seis meses de iniciado y así romper con los chantajes externos, debe recuperar su lectura de la realidad: hay que cancelar Dos Bocas e invertir en lo que es redituable para Pemex y el país (exploración y explotación); debe volver a abrir las licitaciones e inversiones en el sector energético, la CFE no está en condiciones de abastecer por sí sola la energía que el país necesita, menos priorizando en el carbón; debe reconsierar la opción de Texcoco, con los constructores que quiera, castigando irregularidades si las hubo, pero respetando el proyecto de negocios original; y debe recuperar, por una parte, el control de la frontera sur y la migración, y, por la otra, garantizar la seguridad pública e interior. Ese es el verdadero programa de gobierno sobre el que puede girar todo lo demás y que revertiría la actual situación.

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