19-02-2020 Las fuerzas armadas, y el ejército en particular, están asumiendo cada vez mayores tareas y responsabilidades. Algunas de ellas aparentemente alejadas de su quehacer natural: hoy, como ayer, participan en la seguridad interior y nacional; son la columna vertebral de la nueva Guardia Nacional; están construyendo muchas obras, entre ellas el nuevo aeropuerto de Santa Lucía, pero también caminos y hasta sucursales bancarias; deben atender a la población ante tragedias naturales e incluso estarán encargados, según anunció el presidente López Obrador, de la distribución de medicinas en algunas zonas del país.
Son demasiadas responsabilidades y muy públicas, muy evidentes. Pero no creo que estemos ante una militarización del país. Lo que tenemos es otro fenómeno, que nos habla más de una debilidad institucional generalizada que debe ser reemplazada, en muchas ocasiones, por una de las pocas instituciones que sí funciona.
El ejército mexicano, las fuerzas armadas como un todo, tienen características muy diferentes a las de otros países, sobre todo de la región. Si bien el perfil de los ejércitos de América Latina ha cambiado, en la mayoría de los casos para bien, desde la época de las dictaduras de los año 70 y 80, en la enorme mayoría siguen siendo instituciones militares más o menos alejadas de la gente, con un perfil claramente enfocado en la seguridad territorial o interna. En demasiadas ocasiones involucrados en las luchas políticas internas.
El ejército mexicano, que hoy celebra un nuevo aniversario, surgió de una revolución, es un ejército de extracción netamente popular (lo fue entonces y lo es hoy), es prácticamente la única institución del país que tiene presencia en todo el territorio nacional y que, por su extracción, tiene relación con todos los sectores. Es un ejército que desde hace muchos años ha dedicado buena parte de sus esfuerzos a tareas sociales.
Pero es también una fuerza militar que ha tenido que asumir, sobre todo en los últimos años, cada vez mayores responsabilidades. Las tareas de seguridad interior, de por sí difíciles y en ocasiones ingratas o políticamente incomprendidas, lo han hecho objeto de un escrutinio acompañado de valoraciones injustas, politizadas, de las que no han sido ajenos medios, partidos e incluso las actuales fuerzas en el poder, en el pasado inmediato.
Pero la realidad se impone. Cuando el presidente López Obrador asumió el gobierno, no conocía al ejército mexicano: sus juicios de valor sobre el ejército mexicano durante sus largos años de campaña fueron injustos e injustificados, parte más de una lógica de propaganda electoral que de un análisis serio de la realidad. Incluso en alguna entrevista llegó a decir que idealmente preferiría que no hubiera ejército. Hoy ha dado un giro de 180 grados. Ya en Palacio Nacional (en realidad desde la etapa de transición) pudo comprobar que se equivocaba y que las fuerzas armadas, y el ejército en particular, son casi la única institución en la que se pueden sostener muchas políticas públicas, y no sólo de seguridad en la que son imprescindibles. Pero es, además, una fuerza confiable, disciplinada y leal.
Con un agregado que no es menor: esa lealtad no es incondicional. Es una lealtad (y esa es una de las grandes diferencias de nuestro ejército respecto al de otros países) a las leyes, a las instituciones, a la Constitución y a las autoridades de ellas emanadas. El ejército mexicano nunca, desde el fin de la revolución, ha apoyado fracciones o ha violado las normas constitucionales. Tampoco ha permitido que se violen.
Creo que las instituciones militares, en ese marco, no pueden soportar, siempre, todas las cargas que les endosan las autoridades. Hay límites en sus recursos humanos y materiales. No se les puede tampoco otorgar a las fuerzas armadas tantas responsabilidades que terminen debilitando las que constituyen su razón de ser. Eso lo deben medir el gobierno federal y los mandos militares.
Pero incluso en las actuales circunstancias no podemos hablar de militarización. Si la misma implica, como dicen los manuales de ciencia política, el sometimiento de una población, una actividad, un servicio, un lugar, a la disciplina, el espíritu o las costumbres militares, nada de eso está presente hoy en el país. En todo caso, en muchos ámbitos institucionales, el ejército, las fuerzas armadas, pueden imbuir de su disciplina y lealtad bien entendidas, a muchos funcionarios y dependencias, hoy tan escasos de unas y otras.