Entre las mujeres que marcharon, protestaron, exigieron, este 8 de marzo, faltó una, mi hermana Graciela. Se fue el jueves dejando atrás una vida de luchas, alegrías, aciertos y errores que la hicieron una mujer única pero marcada, sobre todo, por una infinita bondad.
Fue buena y solidaria siempre, en los mejores y en los peores días. Nunca buscó el protagonismo, ni siquiera el familiar en esa familia ampliada de la que era sostén. Fue víctima de un matrimonio infame, al que finalmente logró derrotar con casi todo en contra. Estuvo tres semanas desaparecida, agredida por la dictadura y llegó a decir que no quería hacer la denuncia, que otros la habían pasado mucho peor que ella, que vaya que la había pasado mal.
Estudió y trabajó 40 años en un hospital público donde era la que todos los días revisaba que a sus paciente no les faltara nada en un mundo de carencias, que tuvieran aunque sea una palabra de apoyo. Militó en las causas más progresistas sin ser nunca militante, quizás porque también trabajaba todos los días, atendía y mantenía a sus hijas, a su madre, estudiaba en la universidad nuevas licenciaturas, muy joven fue abuela y al final se jubiló, joven aún y el mismo día que me dijo que por fin comenzaría a hacer su vida, a arreglar la que sería también por primera vez su casa, un espacio exclusivamente suyo que no tendría que compartir con nadie, le dijeron que unos estudios habían salido mal, que sus pulmones de fumadora ya no daban para más, que la vida se le acortaba dramáticamente.
Ni en esos días perdió la fuerza y la alegría que transmitíamos siempre sus ojos, el espacio por donde se expresaba su alma. La alegría le alcanzó para ir en silla de ruedas, ella y mi mamá, acompañadas por mi hermana Silvia, a un concierto de su admirado Andrés Calamaro.
El jueves se fue, se apagó poco a poco como esas llamas arrebatadoras que van perdiendo fuerza y oxígeno. Alcancé a despedirme de ella simplemente con un guiño, mutuo, último gesto de una complicidad que había durado toda la vida y que ni la distancia ni el tiempo borrarán jamás. Habrá que cantarle con Calamaro que todo esto es simplemente un sacrificio ritual, que quiero hacerla mi estrella, sin principio ni final, que no puedo vivir sin ella. Adiós Graciela, hermanita, que nunca la tristeza sea unida a tu nombre.
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Hay mujeres que bailan desnudas en cárceles de oro,
Hay mujeres que buscan deseo y encuentran piedad,
Hay mujeres atadas de manos y pies al olvido,
Hay mujeres que huyen perseguidas por su soledad.
Hay mujeres veneno, mujeres imán,
Hay mujeres de fuego y helado metal
- Sabina
Lo que le hacemos los hombres, desde el pasado remoto a la actualidad, a nuestras mujeres es terrible, brutal, estúpido. Los feminicidios son sólo el capítulo final de una larga lista de agresiones, discriminación, abusos que van desde las más abyectas mutilaciones hasta la discriminación laboral: las religiones, todas, de una u otra forma las han relegado e ignorado, las han tratado como seres inferiores. Los regímenes políticos todos, aún los que hablan de la igualdad de todos los hombres, las colocaron en el último lugar en las reparticiones de bienes y posiciones. En los gobiernos democráticos aún son una minoría en la toma de decisiones, sobre todo en los espacios ejecutivos. En las calles son hostigadas, abusadas, castigadas. En sus hogares muchas veces más que en las calles. En algunos países no pueden ni salir solas ni mucho menos estudiar. En nuestros países claro que pueden hacerlo, pero es casi a su propio riesgo. Nuestras mujeres trabajan más, trabajan mejor, son mejores porque entienden más.
¿Cómo no solidarizarse con ellas este 9 de marzo? ¿Cómo no gritar con ellas que ni una menos?. ¿Qué le pasa a unas autoridades que dicen ser defensores de la igualdad pero no pueden más que descalificar el principal movimiento social de nuestra época?. Porque no nos equivoquemos: en esta época el verdadero cambio global, el principal, el que puede modificar las cosas, es el de la definitiva igualdad de las mujeres, en lo social, en lo laboral, en lo familiar.
Es hora de que nuestras madres, parejas, hijas, nuestras mujeres puedan vivir sin agresiones, con derechos, con justicia y con oportunidad, por lo menos iguales a los hombres. No es tampoco un movimiento local, de ciertos grupos políticos o sociales, mucho menos es una conspiración conservadora como se ha dicho sin entender absolutamente nada. Nada es más conservador, reaccionario e injusto que no apoyar este movimiento. Es el movimiento social más importante, más trascendente y de mayores repercusiones para nuestro futuro. Es, debe ser, también, nuestro movimiento.