La crisis, “como anillo al dedo”

03-04-2020 Esta no es una crisis financiera, es sobre todo una crisis de confianza, detonada por el miedo ante algo desconocido, la pandemia del covid 19. Es lo que insisten en señalar los principales inversionistas y analistas de México y del mundo. Y pocas cosas pueden provocar mayor desconfianza en los mercados que un Presidente de la república diga que, en plena pandemia, no conoce la información divulgada por su secretaría de Hacienda y que, además, tampoco cree en los datos que esa instancia publicita.

Y eso ocurrió ayer, cuando el presidente López Obrador dijo que no conocía los precriterios de política económica de la secretaría de Hacienda para el año 2021, que fueron divulgados un día antes por la propia secretaría, previendo una caída de 3.9 por ciento del PIB según la propia SHCP. El Presidente agregó que no creía en ese dato, que Hacienda estaba equivocada.

Si el Presidente no le cree a su secretario de Hacienda, ¿a quién le cree?. Ya el año pasado cuando todas las instancias aseguraban que el crecimiento económico del 2019 sería negativo, el Presidente “apostó” que creceríamos un dos por ciento. Por supuesto tuvieron razón los analistas y funcionarios financieros de su propio gobierno, pero el mandatario nunca se dio por enterado y por supuesto ni reconoció su error ni pagó su apuesta. Ayer, luego de rechazar los pronósticos de Hacienda, el Presidente, sonriente, sostuvo que lo que vivimos es una “crisis transitoria, no una debacle económica”, y agregó que “no nos van a cambiar, vamos a salir fortalecidos en nuestro propósito de acabar con la corrupción y de que haya justicia… o sea que nos vino esto como anillo al dedo para afianzar el propósito de la transformación”.

En otras palabras, ignorando todo lo que está sucediendo a su alrededor, el Presidente ve la crisis no como una tragedia para millones de mexicanos, sino como una oportunidad para afianzar su proyecto ideológico. Y vaya que eso es preocupante.

Pero en algo tiene razón. La crisis sí puede ser transitoria si se evita la destrucción del aparato productivo y si el desempleo no se convierte en otra pandemia. Y para eso se necesitan las políticas de apoyo, sobre todo fiscales, que permitan sortear los tres o cuatro meses de paralización total o parcial del sistema, asegurando que exista un flujo de recursos mínimos como para sostener la producción y los mercados. Esas medidas de apoyo son las que están tomando casi todos los gobiernos del mundo, de derecha o de izquierda. Son las medidas que el Presidente no quiere tomar, con lo que la crisis transitoria se puede convertir, para nosotros, en estructural.

Paradójicamente el escenario que se va a dar sin esos apoyos es exactamente el contrario al que percibe el Presidente. Si no hay apoyos para que las empresas y los trabajadores no puedan transitar estos meses, el gobierno no tendrá recursos ni de IVA ni de ISR ni de IEPS para sostener sus programas. Las empresas se empobrecerán tanto que los inversionistas nacionales o internacionales, que sí tienen recursos y que no han salido golpeados de esta crisis porque han preservado sus capitales, podrán comprar, como ya lo están haciendo, empresas y activos a precio de ganga y cuando pasen estos meses de estancamiento estarán mejor preparados que nunca para competir.

La diferencia es que el sistema económico y financiero estará más concentrado, y cuanto menor sea el respaldo, sobre todo fiscal, del Estado para conservar empresas y empleos, mayor será la posibilidad de que las empresas y sus activos sean absorbidas por grandes consorcios o fondos que, haciendo economías de escala, estarán muy lejos de garantizar los empleos.

¿Por qué apoyos fiscales? Porque no estamos hablando de rescates de empresas quebradas, ni siquiera, como ocurrió en 1995, de un Fobaproa (aunque se olvida que ese rescate bancario rescató también a todos los que tenían sus recursos, pocos o muchos, en esos bancos y nos dio 20 años de estabilidad económica), sino de tener recursos para los meses que durará la crisis, difiriendo pagos fiscales, lo que da oxígeno a la economía, con recursos que el propio Estado puede financiar. De eso se trata, así se sorteó en el ámbito nacional la crisis del 2008-09, una crisis global y estructural, que tuvo consecuencias relativamente leves en el país comparada con muchas otras naciones.

El presidente López Obrador no cree en la economía de mercado ni en los empresarios, tampoco parece creer a sus propios especialistas en el tema. Habrá que ver si los empresarios con los que comió ayer lograron hacerle ver todo lo que está en juego y modificar su percepción, errada, de la realidad. O sí sigue pensando que la crisis “le vino como anillo al dedo” para afianzar su proyecto ideológico. Lo sabremos el domingo.

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