18-05-2020 Era un Presidente que quería tanto a los pobres que trabajaba para que nunca dejaran de serlo. A Andrés Manuel López Obrador la pandemia le vino “como anillo al dedo”, porque, como dice en el material que divulgó el sábado, gracias a ella se pudieron acomodar variables y el país “se enfila hacia el bienestar”, impulsando un nuevo, inédito dice, modelo económico en el mundo.
Un desarrollo y un bienestar un poco extraños, similares, digamos, a los de Corea del Norte, de empobrecimiento general: “si se tiene un par de zapatos, un pantalón, un cochecito, ¿qué más necesitamos?”, se preguntaba el Presidente en la mañanera en días pasados.
Cualquiera que lo escuchara pensaría que se trata del mandatario de una de las naciones más exitosas del mundo en términos económicos, sociales, de seguridad, en su estrategia para atender la emergencia sanitaria. Pero resulta que estamos hablando de la nación menos exitosa de la OCDE en todos y cada uno de esos parámetros. Al Presidente, que dice que hay que ignorar a los organismos financieros internacionales e incluso medir el desarrollo económico con instrumentos diferentes a los actuales, no le preocupa que la caída del PIB sea, como mínimo, de 7 por ciento para 2020.
Eso significa que se perderán por lo menos tres millones de empleos. Como habíamos adelantado aquí, aquella promesa de que se crearían dos millones de empleos nuevos es un espejismo: se trata simplemente de considerar como empleos nuevos los apoyos que se dan a jóvenes y en el programa sembrando vida, entre otros. Lo confirmó la semana pasada la secretaria del Trabajo, Luisa María Alcalde.
El Presidente no comprende que sin inversión no habrá desarrollo ni bienestar. El gobierno federal está en una loca carrera de cancelación de inversiones en los sectores que mayores recursos pueden generar. La decisión de la secretaría de energía que mal encabeza Rocío Nahle, de cancelar los proyectos de energía renovables, no sólo le da un golpe brutal al futuro del sector energético, sino que ha embarcado ya al país en una larga cadena de pleitos y reclamaciones legales internacionales que el gobierno no tendrá cómo afrontar porque es evidente que ha violado la ley y los acuerdos contractuales. En el camino se han perdido unos dos mil 500 millones de dólares de inversiones ya en curso.
Hace unas semanas el gobierno federal mediante una falsa consulta desechó otros mil 400 millones de dólares de la cervecera Constellation Brands en Mexicali. Antes había cancelado la construcción del aeropuerto de Texcoco y de todas las licitaciones del sector petrolero y energético.
La propuesta económica del presidente López Obrador es de una sencillez franciscana. Según el texto que divulgó el sábado, se trata, simplificando, de garantizar los apoyos a la gente más pobre (él dice que son el 70 por ciento de la población) y sumarle las inversiones que traerá el TMEC. En ese contexto de bienestar, el 30 por ciento más rico, según sus propias palabras, podrá hacer negocios y progresar en un ambiente donde estará erradicada la corrupción.
¿Por donde empezar?. Los apoyos sociales no son empleos. “El trabajo dignifica”, decía Karl Marx y tenía razón, pero, agregaba Luis Donaldo Colosio que “quien tiene un empleo eleva su autoestima ante la propia familia y su comunidad; puede alimentar a los suyos; puede cuidar de la salud familiar; puede educar a sus hijos; puede divertirse sanamente, empleo es ingreso; y el ingreso es la capacidad para cumplir con la familia, con la sociedad y con México”. Eso es lo que se le niega a quien no tiene un empleo y eso no lo reemplazan los apoyos sociales.
No habrá una lluvia de inversiones por el TMEC. Las habrá, pero nadie se volverá loco invirtiendo en un país si no se respeta la seguridad jurídica y cuando se cancelan las más rentables, como son las del sector energético u obras en marcha por capricho político.
Lo de la erradicación de la corrupción habrá que verlo. Por lo pronto, la mayoría de los contratos se siguen dando (incluso en un porcentaje mayor que en el pasado) por adjudicación directa. Y las empresas amigas se siguen llevando las principales licitaciones. Y cuando se ven negocios como los del hijo de Bartlett con los respiradores o las innumerables denuncias en torno a la propia Rocío Nahle, la promesa de que se ha erradicado la corrupción se ve demasiado lejos aún.
No puede haber tampoco bienestar en un país inseguro, violento, donde se mata, se secuestra, se roba con impunidad. Decía Stefan Zweig que no hay posesión más deseable que el sentimiento de seguridad, y ése lo hemos perdido hace mucho tiempo.
PD: no subestimemos a nuestros maestros: 800 mil se inscribieron a cursos de formación a distancia durante la pandemia. Para Andreas Schleicher, creador de la prueba PISA de la OCDE, el programa Aprende en Casa es tan bueno como el de China, pero hay que profundizar, dijo, sobre todo la formación magisterial. Y en eso, por lo menos, marchamos bien.