8-06-2020 El Presidente se fue de gira y abandonó las precauciones sanitarias y de paso las políticas. Ni un tapabocas, nada de medidas preventivas quizás porque con aquello de no mentir, no robar, no traicionar y tener la conciencia tranquila, no da el coronavirus.
El Presidente no estaba de gira presidencial ni para damnificados, estaba feliz de regresar a la campaña electoral permanente. Quizás por eso dijo cosas que pueden ser comprensibles en un candidato, pero no en un presidente de la república en funciones. Se acabó, dijo en Minatitlán, hay que definirse, sólo hay dos vías en el país: conservadores o liberales. Un reto que bien podría haber sido pronunciado por Bolssonaro, Putin o Trump, sobre todo porque las palabras no tienen ninguna precisión ideológica.
López Obrador usa liberales y conservadores para equiparar su gobierno, siempre mirando al futuro, con los que lucharon por el control del país en el siglo XIX, pero en realidad su programa de gobierno es bastante más conservador que liberal. Intenta desacreditar a Enrique Krauze equiparándolo con Lucas Alamán y resulta que la política económica que impulsa su gobierno se identifica plenamente con la que proponía el ideólogo conservador. Cualquier liberal abriría las inversiones, apostaría por las energías limpias, rechazaría los monopolios estatales, impulsaría por la apertura de ideas, debates y opiniones, las artes y la cultura, la educación universitaria y de calidad, la investigación científica, no creería en amuletos, sería partidario de los derechos de la mujer y, vaya paradoja, jamás diría que para un país sólo hay dos vías, la suya y la de los demás. Todas esas concepciones son profundamente conservadores. Las palabras importan, y el Presidente se podrá definir como liberal, pero en realidad es mucho más un conservador, midiéndolo incluso con los parámetros del siglo XIX.
Pero el problema va mucho más allá de la contradicción entre las realidades y las palabras. A una sociedad tan compleja, tan variada, desde todos los puntos de vista, como la mexicana, no se le puede exigir que elija entre dos vías. Ese es el principio de cualquier gobierno autoritario. El Presidente está emulando a Fidel Castro: se está con la revolución o contra la revolución. Pasa demasiadas horas con Epigmenio y sus profundas confusiones políticas y personales (debe ser difícil haberse hecho rico, a la buena o a la mala, haciendo telenovelas con todos los conservadores del país y el hemisferio y tratar de convencer al Presidente de que una transformación en realidad es una revolución). México y los mexicanos no tenemos dos vías ni tenemos porqué optar entre ellas. Hay cosas que hace el Presidente que están bien. Otras que están mal. No tenemos porqué apoyarlo u oponernos en todo. Es una falacia que además lastima hasta lo más profundo a la sociedad. Gracias a esas tonterías, hay unos fascistoides que destruyen propiedades y pitan en las calles que acabarán con los blancos, y estupideces semejantes.
En medio de una crisis sanitaria, económica y de seguridad, con una crisis institucional cada día más evidente, un Presidente de la república, se considere a sí mismo liberal o conservador, de derecha o de izquierda debe pedir unidad y luchar por ella. El Presidente se saltó el confinamiento pero más que para abrir la economía (porque no hay siquiera un plan ordenado sobre cómo hacerlo) fue para iniciar con este recorrido la campaña del 2021.
Por cierto, lo ocurrido con Giovanni López es inadmisible. Cualquiera que sea la causa por la que fue detenido, el hecho es que fue llevado vivo a una dependencia municipal y al otro día apareció muerto a golpes. Los responsables deben ser castigados con todo el peso de la ley. Tampoco es admisible que en lugar de detener a una joven que estaba vandalizando en la marcha del viernes en la ciudad de México, un par de policías la agarraran a golpes y patadas con ella. Los responsables deben ser castigados.
Pero también deben ser castigados los que se convierten en profesionales del vandalismo. Deben ser castigados los que prendieron fuego con alevosía a un agente policial que no estaba haciendo absolutamente nada, los que arrojaron bombas molotvs contra casas, embajadas, oficinas, los que utilizan cuchillos para perforan los trajes de los policías en las manifestaciones, los que agreden reporteros. No tiene sentido que los policías que hayan cometido algún delito o se hayan excedido en sus funciones sí vayan a la cárcel, pero que los que los atacan o prenden fuego sean dejados en libertad y asumidos como víctimas.
Es vergonzoso que se quiera utilizar un incidente como éste para quitar a Omar García Harfuch, uno de los poquísimos jefes de policía de todo el país que cumple con su deber. Sólo queda pensar que aquellos que quieren, exigen, proclaman, una revolución, necesitan que nadie los moleste para hacerla.