21-06-2020 Lo sucedido en los últimos días, en prácticamente todos los ámbitos de la vida nacional, es algo, literalmente de locos: ni una pizca de sensatez, de sentido común, de buscar un esfuerzo común en un país postrado por la crisis sanitaria, económica y de seguridad.
El sábado, Celaya tuvo su culiacanazo: bloqueos, ataques armados, cierre de carreteras, quema de automóviles, trailers y negocios. Un día antes, toda una familia había sido asesinada por sicarios, incluyendo una mujer embarazada y una niña de dos años. En Caborca, Sonora, los enfrentamientos entre grupos criminales dejaron 12 muertos. Unas horas antes, el propio presidente López Obrador hizo una declaración sorprendente y peligrosa, incluso para su futuro: yo fui, dijo, el que ordenó la liberación de Ovidio Guzmán. En Tuxtla, en una escena de telenovela mala, un custodio del gobernador Rutilio Escandón, la emprendió a tiros en plena calle contra el ex marido de la hija del gobernador, que reclamaba ver a sus hijos.
Mientras todo eso sucedía la presidenta de la cámara de diputados, Laura Rojas decidió interponer una controversia ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación en contra del decreto presidencial que le permite a las fuerzas armadas participar en tareas de seguridad y coordinarse para ello con la secretaría de seguridad. Pablo Gómez, salió en defensa del decreto y dijo que era una iniciativa “espuria” que la presidenta de la cámara no podía tomar. Vamos por partes, primero la diputada Rojas tiene atribuciones para imponer esa controversia que no es espuria, en todo caso la Corte tendrá que decidir si le da entrada o no. El problema no es ese, es que la controversia es un error de planteamiento y de lectura de la realidad. En el pasado, cuando Pablo Gómez bramaba contra la militarización del país y denunciaba masacres militares, necesitábamos a las fuerzas armadas en tareas de seguridad, y hoy, cuando Laura Rojas critica una participación que hace unos años defendía, esa participación sigue siendo necesaria. No se puede ser tan irresponsables. El ejército y la marina no solucionarán los graves problemas de seguridad, pero sin ellos no hay solución posible.
Mientras todo esto ocurría se seguía deteriorando la relación de esta administración con las mujeres. Y vuelve a ponerse de manifiesto con la renuncia simultánea y en un mismo día de tres mujeres: Asa Cristina Laurel, harta de los desacuerdo con López Gatell y Alcocer, se fue de la subsecretaria de Salud; Alejandro Encinas por órdenes del presidente le pidió la renuncia a Mara Gómez, la presidenta de la comisión de atención a víctimas ¨porque éstas lo pidieron” (léase los padres y allegados de los jóvenes de Ayotzinapa porque no les pagaron, lo que ocurrió porque le cortaron los recursos a la comisión), y también renunció, en el más absurdo de todos estos eventos, Mónica Maccise al Conapred, el consejo contra la discriminación, una de las instituciones autónomas, más prestigiadas, reconocidas y útiles que hemos tenido en el país los últimos 17 años.
No sólo renuncia la presidenta del Consejo, sino que éste desaparece, es calificado de inútil, el propio Presidente dice que ni lo conocía. ¿Todo porqué? Porque un comediante de temas políticos, Chumel Torres había hecho un mal chiste en twitter sobre uno de los hijos del presidente, y su esposa no sólo se enojó (tenía derecho) sino que reclamó públicamente porque al chistoso lo habían invitado a una mesa del Conapred. De un hecho intrascendente se generó un escándalo
El propio Presidente recordaba en alguna mañanera un episodio bochornoso: el texto La Feria de San Marcos, anónimo y mal escrito, atribuido por algunos al jefe de literatura de Bellas Artes, Gustavo Saínz, publicado en la revista del Instituto donde se ofendía, sin citarla, a la entonces primera dama, Carmen Romano de López Portillo. Era una estupidez, un texto que no habían visto más que algunas decenas de personas. Pero la señora y el Presidente montaron en cólera, hicieron un escándalo, a Juan José Bremer, director de Bellas Artes, López Portillo incluso lo cacheteó, dizque ofendido por la publicación, Bremer y Sainz fueron despedidos, una editora que se supone pudo haber escrito el texto, María Velázquez Pallares, tuvo que salir del país ante las amenazas recibidas. Un enorme escándalo que tomó ribetes incluso internacionales por una tontería que tendría que haber seguido donde nació, en la intrascendencia.
Lo mismo ocurre ahora. Claro que el chiste de Chumel respecto al hijo del presidente es de mal gusto y es una tontería (similar a la que han sufrido los hijos de todos los presidentes de la república que yo recuerde, neoliberales o no), pero era algo viejo, intrascendente y la mesa virtual a la que estaba invitado Chumel tendría un auditorio que podría caber en una minivan. Se convirtió en un escándalo, se acabó con una institución ejemplar y hasta una productora como HBO ejerce la censura contra Chumel y cancela su programa, algo no visto en años.