13-07-2020 Nos podrán gustar o los términos en los que se expresó el presidente López Obrador en Washington, pero lo cierto es que la visita transcurrió en un ambiente de armonía, coronada con una participación de unidad y calidez en torno al presidente de los empresarios invitados en la cena, que fortaleció, dicen quienes allí estuvieron, el discurso y la posición presidencial. Por supuesto que los temas de seguridad, migración, justicia, económico y de inversiones no se agotaron ni remotamente en ese encuentro, ni todas las diferencias, en ocasiones profundas, se han allanado, pero se sentaron bases para transitarlas con cierta tranquilidad e incluso, llamémosle así, complicidad entre ambas administraciones.
Pero, en otro plano, quizás lo más notable de lo sucedido es que las formas políticas del presidente López Obrador fueron diferentes, el modito, siguiendo la expresión presidencial fue distinto, buscando mucho más la coincidencia que la ruptura, el acuerdo que la polarización. La pregunta es porqué no se usa mucho más ese estilo, ese modito, en nuestra propia búsqueda de acuerdos, consensos y salidas políticas ante una situación tan crítica como la que vivimos en seguridad, salud, economía.
Dicen quienes participaron en el encuentro que el presidente López Obrador insistió en que no quería improvisar nada, que quería todo escrito para que no hubiera malos entendidos. El presidente López Obrador tuvo el pragmatismo suficiente para agradecerle a Trump, su respeto y gentileza, de decir que nunca había recibido presiones de su gobierno, cuando es evidente que no ha sido así, y lo hizo porque existía un interés superior en la visita que enfrentarse al inquilino, quizás por corto tiempo, de la Casa Blanca.
La pregunta es porqué el presidente se puede medir, ser pragmático y pensar en objetivos superiores cuando habla con Trump pero no puede hacerlo dentro del país con sus críticos en los medios, con sus adversarios políticos, incluso con los empresarios que cuestionan sus decisiones económicas. Puede llamar amigo al que nos calificó de violadores y asesinos, pero desde Palacio Nacional se califica de sicarios a periodistas críticos o se utiliza a los payasos que sientan en primera fila de la mañaneras para agredir a comunicadores, políticos o empresarios.
Es indudable que en la visita a la Casa Blanca el personaje que llevó los hilos del encuentro fue Marcelo Ebrard y la forma de hacer política y de relacionarse del presidente de la república estuvo en sintonía en cómo entiende Marcelo la política.
Ebrard es, con mucho, el político más preparado y con mayor experiencia real del equipo presidencial. No es producto de una larga lucha opositora ni tampoco del viejo priismo previo al periodo neoliberal. Es un producto claro de una generación que emergió en el poder siendo muy joven, con los terremotos de 1985 y que de la mano con Manuel Camacho recorrió, desde las primeras posiciones del poder, el frenesí del salinismo, incluyendo el triste final de la sucesión presidencial, el levantamiento zapatista, el asesinato de Colosio y la crisis financiera de diciembre del 94. Hasta noviembre del 93, incluso en los primeros meses del 94, Ebrard, con Camacho, se sentía y estaba en las puertas del poder, y un año después se encontraba ante el vacío y el exilio interior.
Pero desde ahí comenzó su reconstrucción con un largo recorrido que lo llevó a crear, junto con Camacho, un partido político frustrado, a aliarse con el Verde, con el PRD, acercarse a López Obrador, ser su colaborador en la ciudad y luego su sucesor, llegando a un momento de su biografía que es crucial para comprender el lugar que ocupa hoy: cuando el PRD hizo una encuesta para elegir a su candidato presidencial para el 2012, Marcelo quedó mejor posicionado que López Obrador. Podría haber tomado esas encuestas y con el apoyo de buena parte del PRD ser el candidato presidencial cuando era, incluso, más popular que Peña Nieto. Podría haber ganado esa elección. Marcelo decidió esperar, reconoció el triunfo en el proceso interno de López Obrador y le abrió el camino a su segunda candidatura presidencial.
Andrés Manuel perdió aquella elección con bastante amplitud, dejó al PRD y terminó fundando Morena. Ebrard se había refugiado en el exterior después del distanciamiento con su sucesor, Miguel Mancera y no fue de los fundadores de Morena, ni fue parte de las tribus que éstas generaron desde su nacimiento en su interior. Regresó en los hechos ante la campaña y en ésta y la transición. su oficio político ha sido inestimable para López Obrador.
Ebrard y un pequeño puñado de operadores del presidente son los que le han dado a su administración el bagaje suficiente para sostenerse ante la indolencia o la irresponsabilidad de otros funcionarios. Ese fue el tono que privó en la Casa Blanca. Mucho ganaría el presidente López Obrador si ese también es el tono, el modo político, que terminara privando en la agenda y la política interna.