15-10-2020 La dureza con que fue recibido en el senado de la república el subsecretario López Gatell es proporcional a la forma en que el responsable de la política de salud durante la pandemia ha tratado a sus críticos, a sus antecesores y a la propia sociedad.
Un funcionario que presume de científico, que abusa de la banalidad y de los juegos retóricos (“la fuerza del Presidente es moral, no es una fuerza de contagio”), que expresa opiniones sanitarias que dependen de la coyuntura política, que se burla de sus críticos y los trata de ignorantes, merece ser tratado como fue tratado el doctor López Gatell esta semana.
Con un agravante: López Gatell no tiene ni remotamente las credenciales científicas y administrativas de las que presume, sobre todo comparado con algunos de sus antecesores, como Julio Frenk, José Narro, José Ramón de la Fuente, Jesús Kumate, José Córdova Villalobos y Salomón Chertorisky, y mucho menos con el doctor Guillermo Soberón, un funcionario ejemplar y un rector señero en la Universidad Nacional, que fallecido esta semana no mereció homenaje alguno del subsecretario o del gobierno federal.
El problema con el sector salud va mucho más allá de lo actuado con la pandemia. No hay medicinas para los niños con cáncer no porque se las hayan robado en el extrañísimo hurto del fin de semana en Iztapalapa, tan extraño como la adquisición de esas medicinas en Argentina, sino porque se canceló la compra consolidada de medicinas que se había hecho en agosto del 2018 y no se comprendió que esas compras no pueden hacerse de un día para el otro, no pueden reemplazarse. Se programan con anticipación y se compran por adelantado. Se canceló la compra consolidada y se condenó a los proveedores sin tener alternativas y lo que hubo fue un desabasto de medicinas que se mantiene hasta el día de hoy. Van prácticamente dos años de que se tomó esa decisión y no se ha logrado siquiera garantizar el abasto de medicamentos esenciales, incluyendo la vacuna contra la influenza para esta temporada.
Decíamos aquí en enero de pasado, cuando todavía no había iniciado la pandemia, que no dejaba de llamar la atención la forma en que se ha tratado al sector salud. Es verdad que el Presidente dijo en campaña que no quería el Seguro Popular, pero la forma en que se desapareció a éste de un plumazo, cambiándolo por un Instituto del Bienestar que ya está funcionando pero que no cuenta siquiera con reglas de operación claras, está resultando criminal.
El gobierno federal se ha vanagloriado de haber hecho grandes ahorros en la compra de medicinas, pero el ahorro deviene en el desabasto de las mismas. Quien le diga al Presidente que existen medicinas suficientes y a tiempo para todos los pacientes, le está mintiendo. Cuando lo llevan a giras hospitalarias prefabricadas, no le están mostrando lo que ocurre después que él se va. Cuando se encuentra con familiares que protestan y le dicen que son opositores que se quejan para que no funcionen los cambios que él propone, le están mintiendo. No hay una enorme conspiración de padres de niños con cáncer ni de empresas farmacéuticas para que exista desabasto, lo que hay es una enorme imcompetencia en el sector salud.
Lo decíamos en enero y lo podemos repetir ahora, diez meses después y casi cien mil muertos más por Covid: cualquiera que recorra los hospitales públicos puede entrevistar cada mañana a padres desesperados que no encuentran medicinas para sus hijos, hablar con empleados y médicos que no saben cuándo llegarán e incluso con instituciones hospitalarias a las que no les queda claro siquiera cuáles son sus reglas de operación. Si le dicen al Presidente que esas carencias se solucionan con los apoyos que le entregan a los viejitos, o a los jóvenes, le están mintiendo. Nada puede reemplazar, sobre todo entre los más pobres, un sistema de salud mínimamente eficiente.
Este era y sigue siendo el mayor drama que debe enfrentar esta administración. Estamos hablando de la salud de los más pobres y sobre todo de los niños. Y el sistema no está funcionando. En la salud la improvisación se convierte en un caso de vida o muerte. Así de sencillo.
No se entiende cómo el desabasto de medicamentos se puede tratar de combatir inhabilitando empresas farmaceúticas, o comprando en el extranjero medicamentos que se podrían conseguir en el país. Si hubo corrupción en el pasado que se castigue. El desabasto de medicinas, más allá de que haya habido o no manejos corruptos en alguna empresa o funcionario, se debe a la improvisación y el mal manejo que han tenido las autoridades del sector. A ideas prefabricas sin sustento con la realidad, o simplemente a corrupción, de la nueva, de la actual.
Mucho menos se entiende cómo se hace la maroma mediática para terminar culpando, sin prueba alguna, de un boicot, un complot dirían los clásicos, a las empresas de un sector con las que el mismo día se firma un convenio internacional para que surtan las futuras vacunas contra el Covid. Boicotean o colaboran, no se puede hacer las dos cosas al mismo tiempo.