26-02-2021 La visita del presidente de Argentina, Alberto Fernández, no es un episodio diplomático más. La administración López Obrador necesita aliados viables en el continente, luego de dos años que han oscilado entre la estrecha cercanía con Donald Trump y la indisimulada simpatía con el régimen cubano. La doctrina Estrada ha servido como coartada para definir cuándo se interviene, o no, ante aliados o adversarios.
Pero la caída de Trump y la llegada a la Casa Blanca de Biden, obligan a reconfigurar las relaciones, incluyendo las regionales. La agenda del demócrata, como se puso de manifiesto en el encuentro que mantuvo esta semana con el mandatario canadiense, Justin Trudeau, aborda capítulos muy específicos, sobre todo ambientales y energéticos, también de seguridad, que, tarde o temprano, chocarán con la administración López Obrador, si no existe una rectificación de varias estrategias actuales.
Nuestros intereses comerciales y económicos están en América del Norte: somos parte del bloque regional, uno de los más poderosos del mundo, y sería absurdo minimizarlo. Pero el gobierno federal, también con razón, quiere mirar hacia el sur para, de alguna forma, equilibrar una relación que sabe que tendrá, por sus propias definiciones ideológicas, más de un contratiempo.
En América latina los equilibrios geopolíticos siempre se dieron en torno a tres países: México, Argentina y Brasil. Las dos naciones sudamericanas estuvieron enfrentadas durante décadas en el terreno geopolítico, pero luego del retorno de la democracia en la región, y precisamente concebido como un contrapeso al Tratado de Libre Comercio de América del Norte, se construyó el Mercosur, en base a un acuerdo entre Argentina y Brasil, con participación de Uruguay y Paraguay. Luego, movimientos también más ideológicos que comerciales o económicos, acercaron al Mercosur a la Bolivia de Evo Morales y a la Venezuela de Hugo Chávez.
México, asentado en el TLC, contestó con el llamado Acuerdo del Pacífico, que estableció una alianza que resultó muy productiva (pudo serlo mucho más si nuestras oscilaciones políticas hubieran sido menores) con Colombia, Chile y Costa Rica.
Los vientos políticos han vuelto a cambiar y ahora México siente más simpatía por la Venezuela de Maduro y por la Bolivia de Evo Morales, que por Colombia y Chile, gobernados por presidentes de centroderecha. Brasil ha pasado del progresismo de Lula da Silva y Dilma Rousseff, al ultraderechismo de Jair Bolsonaro y el Mercosur sufre altibajos y contradicciones inocultables. En Argentina, el fracaso del conservador Mauricio Macri. abrió las puertas para el regreso del peronismo, con un mandatario como Alberto Fernández, más pragmático pero también menos confrontado que su vicepresidenta, la ex presidenta Cristina Fernández, pero debe reconsiderar sus propias alianzas geopolíticas, alejado, por distintas razones, de sus principales vecinos: Brasil y Chile.
La alianza entre Fernández y López Obrador en este sentido es tan necesaria para ambos como casi inevitable. Tienen coincidencias políticas e ideológicas, una visión común e incluso estilos de gobernar bastante similares. Pero, sobre todo, más allá de la larga y entrañable relación social y cultural que une a ambas sociedades (incluyendo la ejemplar solidaridad que tuvo México durante la dictadura argentina), Argentina y México se necesitan mutuamente para reequilibrar sus relaciones regionales.
Y si esos acuerdos pasan de la ideología y la geopolítica a la economía y el comercio, pueden ser muy benéficos. De la declaración conjunta que suscribieron Fernández y López Obrador lo más interesante es sin duda la búsqueda de acuerdos comerciales de largo plazo entre los dos países. La distancia entre el norte y el sur del continente es mucha, pero la posibilidad de integración en aspectos muy puntuales (como la industria alimentaria, por ejemplo) puede ser muy amplia.
México puede y debe asumir todos esos acuerdos sabiendo perfectamente que sus oportunidades y mercados están, sobre todo, al norte de nuestra frontera, a donde se dirigen el 80 por ciento de nuestras exportaciones. Hoy Marcelo Ebrard tendrá una reunión virtual con el nuevo secretario de Estado de la Unión Americana, Anthony Blinken, donde se ha anunciado que se revisará la muy amplia agenda bilateral. Hoy mismo, poco después de la reunión virtual con Ebrard, Blinken tendrá otra con funcionarios canadienses, después del encuentro que sostuvieron Biden y Trudeau, donde quedó clara la profundidad de una alianza a la que llamaron a unirse a México.
No sólo la geopolítica sino hasta el sentido común indican que la respuesta de nuestro país tendría que ser por lo menos entusiasta ante esa perspectiva, pero pareciera que la respuesta hacia la administración Biden ha sido y sigue siendo distante y con reservas de parte del gobierno federal.
Si alguien en la administración López Obrador entiende cómo deben darse esos equilibrios y la importancia de la relación con América latina, pero sobre todo con Estados Unidos y Canadá, es el canciller Ebrard. Dice el presidente López Obrador que la mejor política exterior es la política interior. En un mundo global no es así. Ese es hoy uno de los grandes desafíos que debe asumir México.