8-03-2021
Hace ya varios años, cuando cayó en 1989 el Muro de Berlín, Francis Fukuyama hizo famosa aquella frase del “fin de la historia”. Lo que quería decir aquel famoso politólogo era otra cosa diferente a la que se entendió, pero desde entonces lo que sucedió fue que la historia tomó giros impredecibles y caminos nuevos.
La seguridad, sobre todo después de los ataques del 11-S, se ha vuelto un tema prioritario en este nuevo mundo posterior a la caída del Muro de Berlín. Desde entonces el proceso de globalización económica, política y social ha sido avasallador. No hablemos de las transformaciones tecnológicas que incluso avanzan a un ritmo que ni siquiera la legislación, nacional e internacional, puede seguir. Pero lo que más ha cambiado es la sociedad.
Claro que no hay paradigmas que puedan seguirse por los muchos mundos tan distintos que conviven en el que vivimos. Pero si hay dos agendas que involucran cada día más a diferentes sectores y que representan un choque entre lo viejo y lo nuevo, esas son la ecológica, íntimamente ligada con la generación y utilización de energía, y la agenda de las mujeres, que incluye, por supuesto, la de muchas y muy diferentes agendas feministas (con tantas divergencias como la de cualquier otra corriente política y social), pero también muchas demandas y exigencias que están fuera de cualquier membrete.
Hemos hablado y mucho de la agenda ecológica y del error que estamos cometiendo al adoptar una política energética que va en sentido contrario de las tendencias de la época e incluso de la política. Y también mucho se ha hablado de la agenda de las mujeres comprendiendo todo lo que implica.
Nos hemos quedado, en ese sentido, con los temas del MeToo y las acusaciones de acoso y abuso sexual pero ello forma parte de algo mucho más amplio, en realidad es un síntoma de un sistema que, más allá de posiciones políticas o partidarias, se rige por una profunda desigualdad, cada día menor pero no menos significativa, en algunos casos notable, entre hombres y mujeres.
Se podrá argumentar que con los avances en la cultura, la educación, la tecnología, con el acceso cada día mayor de las mujeres al mercado de trabajo y a la educación de calidad, esa brecha se va a acortando. En parte, sólo en parte, eso es verdad. Pero lo cierto es que en la misma medida en que las políticas de equidad de género avanzan, los aspectos en los que sigue primando la desigualdad, resultan mucho más notables.
El movimiento Me Too, con todos sus excesos, señalados por muchos grupos feministas pero de olas anteriores al que suele enmarcar a las mujeres más jóvenes, puso de manifiesto esa desigualdad en el terreno más obvio: el propio ejercicio de la sexualidad. Es verdad que se cometieron errores, que como han señalado sobre todo las feministas europeas, se debe distinguir a los intentos de seducción y coqueteo, de los abusos, la coacción y por supuesto la violencia. Pero quién puede negar que en prácticamente todos los ámbitos de la vida social y económica esa violencia explícita o soterrada se ejerce sobre las mujeres, de toda condición.
Pero no todo es acoso o violencia sexual. Es la violencia intrafamiliar, es la que se ejerce cotidianamente contra las mujeres, los feminicidios, la existencia de una legislación que prácticamente victimiza por partida doble a la mujer que se atreve a exigir justicia. Se trata de un mercado laboral con una presencia cada día mayor de mujeres pero en el cual, en promedio, las mujeres siguen recibiendo un 30 por ciento menos de salario que los hombres. Se trata de que aún no existe equidad real en las ofertas laborales, educativas, productivas. Y que esa falta de equidad se suele reproducir en la mayoría de los hogares.
Es verdad que todo eso está también en proceso de cambio, pero esos cambios siguen siendo insuficientes y en muchas ocasiones la resistencia para implementarlos trasciende las fronteras ideológicas. Y esas reacciones tienen manifestaciones muy obvias: puede haber muchas lecturas para explicar porqué un hombre como Donald Trump (un abusador en serie y además bastante explícito respecto a sus intenciones) pudo llegar a la Casa Blanca, pero una de ellas es el temor de muchos hombres ante el protagonismo y el nuevo papel de las mujeres que obliga a modificar desde las leyes hasta las costumbres. Y que lleva también, aunque el término no me guste en absoluto porque señala en realidad un fenómeno diferente, al llamado Pacto Patriarcal, a un sistema de defensa de género entre muchos hombres.
Todo eso estará reflejado en las calles del mundo este lunes. Con un punto que no es menor: cuando esa agenda se canaliza en acciones violentas unilaterales, no suma a la causa de las mujeres. La debilita y demerita. Fortalece a quienes la niegan. El exceso y la violencia no abonan a la justicia y a la igualdad. Generan en realidad mayores excesos y mayor violencia. Aquello de una viejísima izquierda que explicaba que “cuanto peor, mejor”, siempre estuvo equivocado. Y en este 8M no será diferente. Por lo pronto, pocas cosas son más importantes hoy, en México y en el mundo, que apoyar con la mayor amplitud posible, la agenda de las mujeres.