12-07-2021 Cuando estuve en Aguililla, hace ya un mes, los elementos del ejército mexicano habían logrado comenzar a recuperar una cierta normalidad en esa comunidad enclavada en la Tierra Caliente michoacana. Decíamos una cierta normalidad, porque no es normal, estar rodeados por grupos criminales o que se tenga que vivir con la amenaza de apoyar al alguno de eso grupos o tener que partir dejando todos sus bienes para preservar la vida.
Pero con todo, se había logrado volver a abrir la carretera que lleva a Apatzingán, comenzaba a regresar gente que había huido meses atrás, y por lo menos en el centro de la ciudad comenzaba a haber actividad y comercio. Pudimos ver un bien organizado centro de vacunación con decenas de personas esperando su vacuna anticovid.
Pero me temo que los grupos criminales que se disputan Aguililla no quieren esa normalidad, les afecta: ellos quieren una normalidad donde ellos mismo controlen a la comunidad y la región, y gracias a ese control la puedan expoliar. No nos engañemos con lo que ha sucedido en las dos últimas semanas: los llamados grupos de autodefensas de Pueblos Unidos, son expresión de los Cárteles Unidos, el grupo que, encabezado por los Viagras, se enfrenta al Cártel Jalisco Nueva Generación que quieren recuperar la tierra natal de El Mencho, la propia Aguililla. Tampoco quieren la presencia del ejército porque el control lo quieren tener ellos mismos, como ocurría hasta hace muy poco.
En los últimos días ha habido agresiones crecientes contra las fuerzas militares que cuesta comprender que no hayan tenido respuesta. Buena parte de la comunicación con Aguililla se realizaba con helicópteros militares que aterrizaban en un helipuerto improvisado construido en la cima de un cerro aledaño al cuartel militar. Esta semana “grupos de pobladores” que poco antes habían atacado con cohetones el cuartel militar, subieron al cerro con motoexcavadoras, sin que nadie se los impidiera, y destrozaron el helipuerto, de la misma forma y con el mismo equipo con el que destrozaban la carretera para impedir la movilización.
Este fin de semana ha aumentado el número de soldados, ya hay unos mil (cuando visitamos Aguililla había unos 300, antes sólo 30 y dos policías municipales) que han tomado la única carretera que sirve de entrada y salida a la comunidad, la que va a Apatzingan, y que es disputada por ambos cárteles para tener así control de la zona.
Decíamos durante la visita que lo que sucedía en Aguililla era como una guerra de posiciones, donde los dos cárteles enfrentados y el ejército se disputan un espacio, un lugar. Decíamos también que la guerra de posiciones es altamente desgastante para todos y termina generando muchas víctimas, aunque las fuerzas militares no responden con fuego ni reaccionan ante los grupos criminales.
El propio presidente López Obrador hizo una serie de llamados a los pobladores para que “no se unan” a los grupos armados sin comprender, me imagino, que esa adhesión no suele ser una acción voluntaria sino el fruto del chantaje y la coerción que ejecutan los criminales contra la población.
Gilberto Vergara, el protagónico párroco de Aguililla, es otro que insiste en que se debe dialogar con los grupos criminales y que el ejército debe tener una “intervención dialogante y no aplastante”. El párroco se equivoca: no puede haber una “intervención dialogante” con grupos criminales cuyo único objetivo es tener control territorial para seguir con sus negocios criminales.
Preocupa ver nuevamente, como ocurre en Aguililla, agresiones al ejército, algunas extremadamente violentas, sin que haya respuesta. Y preocupa que algo similar, con los mismos componentes, comience a ocurrir en Chiapas, que hace unos años tenía uno de los índices de seguridad más altos del país, y que desde la llegada de Rutilio Escandón se ha convertido en tierra del crimen organizado. Siempre hubo una presencia del cártel de Sinaloa, pero ahora operan directamente los Chapitos y ha llegado también el Cártel Jalisco Nueva Generación; se han reactivado grupos armados ligados al EZLN, el EPR y también de los llamados paramilitares y de autodefensas. Estos grupos llevan varias agresiones sin respuesta contra soldados, como en Chenaló donde robaron armas y equipo que portaban los integrantes de la Guardia Nacional. En Pentalho, esos grupos armados han tomado el pueblo.
La estrategia de apaciguamiento no funciona porque los grupos criminales la interpretan como una expresión de miedo, de temor del gobierno, y por ende se empoderan. Esa percepción crece y la gente se siente más presionada para acceder a la coacción de los criminales, por la sencilla razón de que no existe respuesta alguna de las autoridades. Me parece muy bien que el presidente ordene, por ejemplo, que haya becas para los estudiantes en Aguililla, pero alguien tendría que explicarle que las escuelas están cerradas y que miles de familias han optado por irse de esa comunidad, sobre todo los más jóvenes. Esas becas, sin una reacción de las fuerzas de seguridad terminarán en manos de los criminales que se instalen en la zona o de quienes se plieguen a ellos.
Ildefonso Guajardo
Alguien midió mal cuando ordenó procesar a Ildefonso Guajardo. Lo único que han provocado es una ola de apoyo entre el empresariado hacia el negociador del TLC y años después del TMEC. Nadie lo percibe ni antes ni ahora, como un hombre corrupto.