Las tres derrotas de Afganistán

Afgansitan

17-08-2021 Una derrota política. Cuando después del ataque a las Torres Gemelas y el Pentágono, el 11 de septiembre del 2001, hace casi exactamente 20 años, el gobierno de George W. Bush decidió intervenir en Afganistán para acabar con ese régimen y cortar las vías de operación, comunicación y financiamiento de Al Qaeda, tuvo el apoyo de la ONU (incluyendo México) para iniciar una operación multinacional en ese país que se pensaba sería contundente y rápida.


Dos décadas después vemos como el régimen talibán que había gobernado bajo el terror en Afganistán entre 1996 y 2001, está tomando la capital, Kabul, cómo el gobierno huía, cómo un ejército afgano de supuestamente 300 mil hombres armado y capacitado por Estados Unidos y otros países, abandonaba las armas sin luchar, y cómo en el aeropuerto de Kabul se repiten las imágenes que vimos en 1975 en la caída de Saigón.


Los paralelismos entre lo ocurrido entre Vietnam y Afganistán son evidentes, también deberían serlo las diferencias entre los dos procesos y la razón de ambas intervenciones militares. Pero lo que es indudable, es que se trata de un profundo fracaso político que se alargó por 20 años, que costó miles de millones de dólares, innumerables vidas humanas y que se extendió durante los mandatos de Bush, Obama, Trump y al que ahora en forma quizás demasiado drástica, dio fin Biden.


No sabemos los términos de la negociación con los talibanes, porque fue secreta, con que el gobierno estadounidense abandonó Afganistán en unas pocas semanas, pero en la opinión pública la salida se percibe como un desastre político aunque también lo era mantener una presencia militar sin fin, a un costo altísimo en recursos y vidas humanas sin perspectiva de éxito.
Nunca se logró establecer un gobierno afgano pluriétnico y representativo, los esfuerzos de una construcción democrática fueron casi vanos o artificiales, los diferentes mandatarios afganos en estos 20 años manejaron una corrupción inocultable, la imagen paradigmática del presidente Ashraf Ghani, huyendo del país, ante la llegada de los talibanes a Kabul, en un avión, según testigos oculares, cargado de dinero es el mejor reflejo de esa corrupción y de esa derrota.


Una derrota militar. El gobierno de Biden ha insistido en que era imposible, aunque se hubieran mantenido las tropas de su país en Afganistán, detener la ofensiva talibán iniciada en mayo, precisamente cuando se anunció e inició esa retirada de tropas.


Es verdad, tanto como lo es que esa intervención militar, a un altísimo costo, ya no tenía sentido. Pero no es verdad que ha sido un éxito porque gracias a ella se desarticuló Al Qaeda como dice el Departamento de Estado. Es una derrota. Incluso la intervención en Afganistán no logró en su ofensiva inicial capturar o golpear a Al Qaeda en forma contundente.


Más que la intervención en territorio afgano (o luego en la mucho más deslucida intervención en Irak) lo que terminó desarticulando a Al Qaeda fue una enorme labor de inteligencia con golpes militares muy concretos, certeros, contra esa organización terrorista: la muerte de Osama Bin Laden fue la mejor demostración de ello y también lo que confirma cómo en la guerra actual las operaciones militares puntuales apoyadas en inteligencia humana y cibernética es lo que garantiza triunfos. Ocupaciones a miles de kilómetros de distancia, ante enemigos con una visión social, cultural, económica, militar absolutamente diferentes, sin apoyos reales en esas mismas sociedades, están condenadas al fracaso, aunque la causa que defiendan esos enemigos, en este caso los talibanes, sea detestable.


Una derrota social. Si se podía presumir un triunfo y era el mejor resultado de la intervención estadounidense en Afganistán, fue el cambio en las mujeres. La terrible situación que los talibanes imponían a la sociedad afgana y sobre todo a las niñas y mujeres, desde la obligatoriedad al uso de la burka hasta el control absoluto de las mujeres por parte de los hombres, desde la prohibición a partir de los 10 años de estudiar o trabajar hasta los matrimonios arreglados a partir de esa edad y una larga cadena de barbaridades apoyadas en una interpretación religiosa del islam que poco tiene que ver con su verdadera esencia, fue lo que le dio el mayor apoyo popular a la intervención.


Si algo se hizo bien en estas dos décadas fue impulsar la educación de las mujeres a pesar de los ataques incluso militares que realizaron los talibanes contra escuelas y centros de enseñanza. Hasta hoy más de la mitad de los universitarios en Afganistán eran mujeres, muchas posiciones en áreas técnicas, médicas, de comunicaciones, de traducción, estaban ocupadas por mujeres. En las ciudades ocupadas por los talibanes ya se prohibió el ingreso de mujeres a universidades y centros de enseñanza. La universidad en Kabul desde la semana pasada había advertido a las mujeres que mejor ya no fueran a clases. El mismo día de la entrada de las milicias de talibanes a la capital, los comercios que ofrecían artículos de belleza o ropa para mujeres se apresuraron a quitar toda publicidad o exhibición de los mismos para evitar represalias. La llegada de los talibanes les cancela a las mujeres y niñas el presente y el futuro. De entre todas las derrotas que implica la caída de Kabul y el regreso del régimen talibán éste, sin duda, es el más doloroso.

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