9-09-2021 Las tragedias se repiten y multiplican. Septiembre ha sido prolífico. Afortunadamente, el sismo con epicentro en Acapulco y que azotó Guerrero, la ciudad de México y otros puntos del país, tuvo saldo blanco. Pero no ha sido así con las inundaciones que se repiten una y otra vez, desde hace años, y parecen ser ya endémicas.
Un ejemplo de ello es lo sucedido en Ecatepec y Tula. Son tragedias anunciadas que demandan obras de gran calado que las eviten. Todos los años, en época de lluvias, allí como en otras partes del área metropolitana de la ciudad de México y del país, hay inundaciones, desbordes de ríos, aguas negras que acaban con vidas, bienes, viviendas, a veces con colonias enteras y nunca hay recursos ni voluntad política para emprender obras que se ven poco y por ende son políticamente poco atractivas, pero que podrían acabar con estas tragedias cotidianas.
Pero en esta ocasión hubo un agravante: en Tula, Hidalgo, murieron 15 personas en el hospital del IMSS, porque se les fue la luz, eran enfermos de Covid conectados a respiradores artificiales. Murieron asfixiados. La información pública indica que desde el viernes 3 había advertencias de que el río Tula se desbordaría. El hospital está a cien metros del río. No se desalojó ni al hospital ni a la población, tampoco se tomaron medidas como garantizar que en esa institución sanitaria hubiera respaldo eléctrico. Con la inundación se perdió la energía y dejaron de funcionar los respiradores. Quince personas intubadas por Covid tuvieron una muerte terrible, se quedaron sin oxígeno.
Por cierto, tanto los damnificados de Ecatepec y Tula, como los de las tormentas Grace y Nora, están tomando conciencia del alto costo que implica haber desaparecido el Fondo de Desastres Naturales, el FONDEN. La ayuda llega sin coordinación y los recursos lisa y llanamente no llegan. Es un error grave, que debería ser admitido y subsanado. El Fonden sirvió, bien y mucho, durante décadas para lograr que la ayuda llegara coordinada y rápida ante los desastres naturales. Si hubo abusos se deberían castigar, pero haberlo desaparecido es un error que termina lindando con la negligencia.
La inseguridad es otra tragedia cotidiana. En esta administración, que ya traspasó su primera mitad, hemos tenido en poco más de mil días de gobierno, más de 100 mil asesinatos. Un promedio de casi 100 asesinatos diarios durante todo el sexenio. La cifra es altísima, mucho más que los que hubo en los sexenios de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, para el mismo periodo, y el tema no mereció ni siquiera una mención en el reciente informe de gobierno.
La estrategia de seguridad no sirve, no funciona, no logra avanzar en lo que se propuso, que es la paz y la tranquilidad de la población: no se reducen los homicidios (están equilibrados en el porcentaje más alto de la historia), pero tampoco muchos de los principales delitos, los criminales están más empoderados que nunca y la consigna es no responder ante ellos. Lo que cuenta ayer Pascal Beltrán del Río en su columna, respecto a un grupo de sicarios que vienen de enfrentarse con policías estatales en Sonora y que cuando se cruzan con elementos de la Guardia Nacional, éstos los dejan ir, todo exhibido en video, es una demostración de ello.
Lo hemos dicho y lo reiteramos: la Guardia Nacional es una gran institución que está en desarrollo y puede ser enormemente útil. En los hechos, lo que se está haciendo es crear una policía nacional, construida en este caso sobre bases militares. El procedimiento es discutible, pero eso es lo que tenemos y necesitamos. Lo que sucede es que ese instrumento se inutiliza si la estrategia no permite usarlo. ¿Qué sentido tiene reclutar miles de elementos, construir decenas de cuarteles, destinar miles de millones de pesos, si la estrategia consiste en no enfrentar a los grupos criminales, salvo situaciones muy específicas?.
Como es otra tragedia y constituye una verdadera crisis lo que está sucediendo en el ámbito migratorio. Es una crisis con múltiples facetas y que no puede ser cargada en su totalidad al gobierno federal: hay muchos elementos, internos y externos, que contribuyen a ella. Desde el cierre de fronteras en Estados Unidos hasta el desastre cotidiano que se vive en la mayoría de las naciones de Centroamérica y parte del Caribe, sobre todo en Haití (y en Cuba, de donde llegan cada vez más migrantes).
Pero hay errores internos evidentes: primero, aquel anuncio hecho al inicio del sexenio de la apertura de fronteras de México, que propició las primeras caravanas masivas. Luego, el giro de 180 grados para evitar una ruptura con Trump y que obligó a desplegar 37 mil elementos de Guardia Nacional y el ejército en las fronteras, norte y sur. Como todavía sufrimos del síndrome del 68, no tenemos tampoco cuerpos realmente especializados para el control de este tipo de caravanas, y cuando existen, por razones equivocadas, se los desaparece, como ocurrió con los granaderos en la ciudad de México. Y en el tema migratorio con un agravante, relacionado directamente con el empoderamiento criminal: la migración ha quedado en manos del crimen organizado, con ramificaciones cada vez mayor en Centroamérica y el Caribe. Y la migración aliementa entocnes el secuestro, la violación, la trata, el sicariato. El peor escenario posible.