Cuba: un dictador en visita de Estado

Miguel Díaz Canel

16-09-2021 ¿Qué le puede enseñar Miguel Díaz Canel, el presidente de Cuba, a México?¿Con qué mérito o razón pronunciará, se informó, un discurso hoy en la celebración de la Independencia nacional?. Las decisiones diplomáticas del presidente López Obrador serían desconcertantes sino fueran tan obvias: no es autonomía nacional defender a dictaduras como las de Venezuela, Cuba o Nicaragua, es indiferencia ante pueblos que están luchando por obtener mínimamente lo mismo a lo que tuvo derecho el propio López Obrador: a ser oposición, expresarse libremente, poder competir por el poder, y, cuando se gana, detentarlo.


Díaz-Canel, el mandatario cubano, no llega ni siquiera a la épica de sus antecesores. En julio pasado, con motivo de la oleada de manifestaciones opositoras que se dieron en Cuba (reprimidas con dureza por el régimen) contábamos que la única vez que pude entrevistar a Fidel Castro fue el 22 de julio de 1992 durante la Cumbre Iberoamericana de Madrid, en el momento de mayor aislamiento internacional de su gobierno.


En esa Cumbre, salvo la interlocución con otros mandatarios que le brindó el entonces presidente Salinas de Gortari (prácticamente su única vía de comunicación con George Bush y luego con Bill Clinton en aquellos momentos), la recepción que le hicieron los demás jefes de Estado a Fidel, incluyendo a Felipe González, presidente del gobierno español, había sido dura, fría, incluyendo manifestaciones públicas en su contra en todas sus apariciones públicas.


Castro esa mañana estaba visiblemente afectado. Entre otras cosas hablamos de la muerte de Camilo Cienfuegos y ese día Fidel dijo una de esas frases que sólo podían explicarse en el ambiente de pesimismo que entonces lo rodeaba: “si yo hubiera muertos entonces (como Camilo en 1959), hoy también sería un héroe”. En 1992 definitivamente no lo era.
Fidel murió muchos años después, dejó el poder en 2008 y falleció en 2016. Su popularidad desde aquel 1992 tuvo vaivenes, pero lo cierto es que, en 62 años de gobierno, la revolución cubana, vive día con día el retroceso generado por una política anacrónica y que separa el discurso de la realidad, con un Estado burocratizado e incapaz de cubrir las exigencias mínimas de la gente.


También contábamos en julio pasado que un año antes de esa entrevista en Madrid, había estado en La Habana, para cubrir el aniversario del asalto al cuartel de Moncada. Se suponía que en esa ocasión el gobierno seguiría de alguna forma la línea de apertura del campo socialista, con la Unión Soviética de la que había dependido económicamente desde 1962, a punto de desaparecer. Esa tarde, luego de horas de esperar bajo el sol de La Habana, Fidel dio un largo discurso en el que, por el contrario, endureció aún más el régimen (que meses atrás, como parte de una extensa purga, había ordenado el fusilamiento del general Arnaldo Ochoa, casualmente el más cercano a Gorbachov, héroe militar en Angola, y partidario de una apertura gradual) y lanzó el llamado periodo especial, que llevó la economía popular y el racionamiento a extremos que nunca antes se habían sufrido y cuyas consecuencias se arrastran hasta hoy.
Cuando Fidel dejó el gobierno, su hermano Raúl, decíamos, intentó recorrer algo así como el camino chino de desarrollo y en ese contexto se dieron los acuerdos con Barack Obama y la reapertura de las relaciones diplomáticas, con visita de Obama a La Habana incluida. El sueño duró muy poco, el régimen no se abrió casi en nada. El deshielo terminó poco después con la llegada de Trump al poder, aunado al debilitamiento del apoyo del régimen venezolano a Cuba, ya con Díaz-Canel como presidente.


Han pasado las décadas y el sistema no cambia. Cuba, vive hoy con una población cada vez más angustiada económicamente, con un régimen cada día más cerrado en términos políticos y económicos, con un gobierno formado por burócratas ajenos al contacto con la gente, y con una sociedad que, por el turismo, por el contacto con el exilio, por las redes sociales, aunque estén restringidas y censuradas, sabe que ese no es su destino manifiesto.


Cuando se dieron la manifestaciones en julio pasado, el presidente Díaz-Canel acusó a los manifestantes de contrarrevolucionarios (la enorme mayoría de ellos, como él mismo, ni siquiera habían nacido en 1959), dijo que estaban manipulados por Estados Unidos, responsabilizó de la situación al bloqueo iniciado en 1962, y pidió a sus partidarios que salieran a las calles a “defender a la revolución” y a contragolpear, con lo que fuera, a sus opositores. Y así lo hicieron, dejando unos cientos de encarcelados.


En medio de aquella oleada represiva, el presidente López Obrador, cuya simpatía por el régimen cubano es pública, envío seis barcos con alimentos, medicinas y vacunas al gobierno cubano y exigió a Estados Unidos que termine con el bloqueo a Cuba (una medida inútil, que termina siendo una coartada para el régimen), pero nunca le pidió al gobierno cubano que no reprimiera a sus opositores y otorgara libertades básicas, políticas, sociales y económicas, conculcadas desde hace 62 años. Y refrendo ese respaldo con la invitación a Díaz-Canel, un dictador en visita de Estado.

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