25.10.2021
El presidente López Obrador pasó por la UNAM, en una carrera que se prolongó durante 14 años (normalmente es de cuatro), pero no vivió la Universidad nacional, no la conoció. No se recuerda un solo amigo suyo en la carrera y no creo lazo académico alguno. Su ignorancia respecto a lo que es la UNAM, sobre como se mueve la Universidad, sobre los intereses que confluyen en ella, incluso sobre sus profundas contradicciones, proviene de su propia cosmovisión, absolutamente alejada del ámbito universitario, de la UNAM o de cualquier otra universidad.
Su desprecio por la ciencia, por los especialistas, por los académicos se suma a una vanidad que le hace pensar que él sabe todo (por eso sólo escucha a los incondicionales), que lo mismo puede opinar sobre la universidad, de las investigaciones científicas, sobre cómo se perfora un pozo petrolero o como la Organización Mundial de la Salud debe aprobar una vacuna contra el Covid. Desde la tribuna de la mañanera, pontifica sobre todo y sobre todos. Y por supuesto siempre tiene la razón, porque no acepta siquiera el debate. Sólo queda la genuflexión o la descalificación.
Por eso para su equipo prefiere personas con 90 por ciento de lealtad y diez por ciento de conocimiento. El conocimiento lo aporta el Presidente, que sabe más que cualquiera. La insensata ofensiva contra la Universidad Nacional no es novedosa: ya despotricó contra muchas otras universidades, desde el ITAM hasta la Ibero, desde el CIDE hasta los científicos del Conacyt. El único aporte, de alguna forma hay que llamarlo, que ha hecho es la creación de la Universidad de la Ciudad de México, durante su paso por el gobierno capitalino, que es una caricatura de universidad, que funciona más como un ente de preparación de militantes de Morena que como un centro académico. De la creación de cien universidades que prometió desde la campaña electoral no hay ni rastros, sólo algunas escuelas, más de oficios que de carreras universitarias, que funcionan con una infraestructura mínima.
Pero el ataque, repetido, a la Universidad Nacional, tiene otro origen: para el 2022, la UNAM recibirá unos 96 mil 500 millones de pesos de presupuesto que ejerce con autonomía y respetando la libertad de cátedra. Para un Presidente que desprecia rigurosamente cualquier órgano autónomo, eso es una afrenta. Más aún cuando la Universidad Nacional, donde se hicieron las grandes movilizaciones históricas de la izquierda, no parece ser un ente entusiasmado con la gestión de la 4T y donde ha visto que académicos, directivos, estudiantes, no se han convertido en pregoneros ni de su gobierno, ni de su visión maniquea de la historia ni de sus devaneos sobre una ciencia, una agricultura popular, de los pueblos originarios, que postulan personajes como la Dra. Alvarez Buylla o Jesusa.
Para un Presidente que ha tratado de acabar con la autonomía de cuanta institución la ejerce, la UNAM es un objetivo prioritario. Una institución con 367 mil estudiantes y unos cien mil trabajadores y académicos no puede ni debe ser autónoma, debe ser un brazo más del gobierno federal, de su gobierno. Que ese medio millón de universitarios no hayan hecho hasta ahora ningún gran gesto de apoyo al Presidente lo debe sentir casi como un insulto.
Lo grave de todo esto es que los universitarios serios que están en su gobierno terminan descalificados por la propia versión presidencial o se autodescalifican al borrar sus carreras e historias para apoyar la visión de su jefe. Hay muchos en esa situación, pero dos tendrían la obligación política, moral y ética de corregir al Presidente. En primer lugar, Juan Ramón de la Fuente, nuestro embajador en la ONU, que apenas hizo una declaración descafeinada sobre la Universidad que dirigió durante ocho años y donde hizo toda su vida profesional. El que hoy sea un importante colaborador del gobierno federal lo obligaría doblemente, a tomar una posición clara y firme y corregir a su jefe, porque pocos conocen y han disfrutado más de la Universidad Nacional que el ex rector De la Fuente.
La otra es la jefa de gobierno y precandidata presidencial, Claudia Sheimbaum. Ella que toda su vida la hizo en la UNAM, que allí estudio, hizo maestría, que fue becada para estudiar su doctorado, que se refugió en la Universidad en los momentos de reflujo político y que siempre exhibió esa condición unamita como una bandera política, simplemente le dio la razón a López Obrador. Y no es la primera vez: su falta de apoyo a los científicos del Conacyt, su posición ante los movimientos feministas, incluso aquel criticado tuit alabando a Evelyn Salgado en su toma de posesión, desfiguran a una jefa de gobierno, que hizo su carrera basándose en su trayectoria científica, su carrera universitaria, su feminismo. Hoy ha renegado de sus tres principales atributos porque simplemente no quiere contradecir a su jefe.
Insistimos: es la estrecha cosmovisión presidencial, se trata también de su lejanía, desconfianza y rencor contra quien nunca lo han admitido en el mundo intelectual y académico, pero el tema central es el rechazo a la autonomía, al pluralismo, a la libertad de cátedra, a todo lo que implica la UNAM. Quiere abolir esa autonomía y poder decidir sobre esos recursos. No veo que tenga posibilidades de hacerlo, por eso lo que viene será un intento de estrangulamiento políico y económico de la Universidad Nacional. Tiempo al tiempo.