21.02.2022
Mientras se mantiene una estrategia de contención contra los grupos criminales, sin avanzar en la destrucción de sus redes y la captura de sus jefes, las organizaciones criminales siguen avanzando en una estrategia mucho más sólida que la de las autoridades.
Los grupos del crimen organizado ya no sólo trafican droga, realizan secuestros, extorsionan, asesinan, ahora se están apropiando de sectores productivos. Esto no es nuevo: desde hace años, sobre todo en Michoacán y Guerrero, los grupos criminales no sólo intentaban controlar en los municipios las áreas de seguridad, sino también las de desarrollo económico: dar a su gente y sus empresas las obras públicas o cobrar un alto porcentaje de ellas a los productores independientes.
A partir de allí han ido avanzando hasta apropiarse de los propios sectores productivos. Michoacán en todo esto ha sido una suerte de laboratorio, desde donde distintas experiencias criminales se han ido expandiendo hacia otras regiones del país. La forma en que los grupos criminales comenzaron a apropiarse de la producción de aguacate, limón y otros cultivos, lo mismo que de las minas que producen en la zona sobre todo mineral de hierro, comenzó durante el gobierno de Lázaro Cárdenas Batel.
A lo largo de los años, el estado sufrió diferentes metamorfosis de sus grupos criminales, eran aniquilados unos y nacían de sus cenizas otros, como fue notable en el tránsito de la Familia Michoacana a los Templarios. Pero también fueron surgiendo los llamados grupos de autodefensa: algunos pudieron nacer con intenciones genuinas, pero muy rápido las organizaciones rivales en el mundo del narcotráfico los permearon y los utilizaron para acabar con sus adversarios, hasta quedarse plenamente con ellos. En una sucesión de errores cuyas consecuencias se vieron plenamente meses después, esos grupos no sólo fueron regularizados e institucionalizados, sino incluso hasta armados por el Estado mexicano.
De toda esa historia nacieron los ahora llamados Cárteles Unidos, suma de restos de grupos relativamente desmembrados, enfrentados con el Cártel Jalisco Nueva Generación, que muchas veces lo olvidamos pero que también tiene su origen en Michoacán, con el cártel del Milenio, y el de los Valencia. El Mencho nació en Aguililla, y también ahí en Tierra Caliente nació esa organización, que luego, controlando parte de Michoacán y Colima, convirtió a Jalisco en su principal zona de operaciones.
Como reportero, cubriendo durante años temas de seguridad, la primera vez que vi un cártel teniendo el control político de una zona fue en Michoacán, en Aguililla precisamente, muy a principio de los años 90; las primeras fosas comunes las vi en Uruapan, a inicios del sexenio de Felipe Calderón; durante el gobierno de Peña Nieto pudimos ver nacer a las autodefensas y comprobar el control de los grupos criminales del puerto de Lázaro Cárdenas, pero también fue cuando nos enteramos, lo vimos y reporteamos, cómo esos grupos no sólo utilizaban el puerto y controlaban la zona para el tráfico de drogas, sino también para extorsionar a productores agropecuarios y mineros, hasta quedarse con el control de cultivos y minas.
Eso mismo ha llegado ahora a nuevos límites: lo que acaba de suceder con el aguacate o con el limón, exhibe con claridad la capacidad que han logrado estos grupos. Pero eso se pone de manifiesto también en el ámbito de la violencia:nunca antes habíamos visto utilización de minas antipersonales, o ataques de drones con explosivos. Muy pronto veremos esas prácticas de combate en otros puntos del país.
Pero la búsqueda de control territorial y del aparato productivo ya se extendió. Los enfrentamientos en Caborca de la semana pasada, donde se enfrentaron fuerzas de los Chapitos, los hijos del Chapo Guzmán, contra las de Rafael Caro Quintero, en esa zona fronteriza con Estados Unidos,adquirieron dimensiones inconcebibles. Allí donde un par de días antes había estado el presidente López Obrador, un convoy de más de 20 camionetas artilladas de los Chapitos, con unos 150 hombres, recorrieron de sur a norte todo el estado por sus principales carreteras hasta llegar a Caborca sin que nadie los molestara, tomaron durante por lo menos dos días la ciudad y la limpiaron de sus adversarios, en un combate como pocas veces hemos visto.
Se dirá que se trata esa zona fronteriza y es una de las principales puertas de entrada del narcotráfico a los Estados Unidos. Pero se suele olvidar que esa zona de Caborca genera miles de millones de dólares al año en agricultura, ganadería y minería. Ahí se produce, en 107 mil hectáreas de cultivo, trigo, espárragos, uvas, algodón. En 2020, las exportaciones de estos productos a la Unión Americana dejaron 220 millones de dólares de utilidad. La ganadería es igual de importante. Dicen que allí se produce la mejor carne de México, que se envía al otro lado de la frontera. La producción minera es clave, sobre todo de oro y plata. Sólo la mina de oro de La Herradura produce anualmente toneladas de oro, que generan cientos de millones de dólares de utilidades. El control de Caborca implica controlar también a esos sectores productivos. Y lo mismo sucede en otras partes del país.
No se termina de comprender la magnitud que esto tiene para el país, para la seguridad, para la economía, el comercio, las inversiones, para las relaciones internacionales. Estamos pasando de un desafío de seguridad pública e interior, a uno de seguridad nacional. Y mientras tanto, algunos creen que los enemigos del gobierno federal son los periodistas.