23.11.2022
La frustrada candidatura de Gerardo Esquivel para la presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo, que terminó ganando con el apoyo de Estados Unidos y de casi toda América latina, el economista brasileño Ilan Goldjand, es una demostración más de la poca trascendencia que tiene la administración López Obrador en la región, consecuencia de errores políticos muy evidentes, pero sobre todo de no asumir una realidad que los demás países de la región sí comprenden: México es parte de América del Norte, y eso debería condicionar nuestra diplomacia y nuestros acuerdos, potenciaría nuestras fortalezas y disminuiría nuestras debilidades.
México no tiene hoy el liderazgo regional que el presidente López Obrador supone o presume, porque nos hemos distanciado de Estados Unidos y Canadá cuando tendríamos que ser los interlocutores privilegiados de esos países con la región, la correa de transmisión de América latina con América del Norte y hemos resignado conscientemente ese papel.
Hemos apostado a una relación privilegiada con países como Cuba, Nicaragua o Venezuela que son apestados internacionalmente, no hemos tenido claridad en la posición ante Rusia por la invasión a Ucrania, tampoco hemos aprovechado en lo más mínimo el ser parte del Consejo de Seguridad de la ONU. No hemos podido hacer trascender ninguna de las candidaturas a organismos internacionales regionales a los que hemos optado y, paradójicamente el único reconocimiento internacional reciente que hemos recibido es el premio de Economía Rey de España, que fue para Agustín Carstens, uno de nuestros más reconocidos economistas, vilipendiado una y otra vez por el gobierno federal.
La Alianza del Pacífico era el instrumento más idóneo que tenía México para vincular a varias de las economías de la región que, en los hechos, no dependían directamente de Brasil, como todas las del Mercosur, con México y América del Norte. Pero ahí también optamos por la ideologización. México canceló esta semana la reunión de los países de la Alianza, entre otras razones, porque el presidente peruano Pedro Castillo (cuya incapacidad para ejercer el cargo es algo más que notable, sigue recibiendo una defensa a ultranza del presidente López Obrador que le ha enviado asesores, recursos, apoyos), no logra salir de una crisis institucional para entrar en otra. Los días de Castillo como presidente están contados porque ha perdido todos sus apoyos…salvo el de México.
En estos días estarán, en visitas bilaterales, Gustavo Petro, el nuevo mandatario colombiano, quizás el más cercano a López Obrador, aunque no son lo mismo. También estará en México el chileno Gabriel Boric: siempre perdurará en Chile el sentimiento de agradecimiento por la solidaridad de nuestro país ante el golpe de Pinochet, y Boric por supuesto que recordará aquel gesto, pero las posiciones políticas de Boric están hasta generacionalmente muy lejos de las de López Obrador. Boric se inscribe mucho más en una izquierda democrática que no ha titubeado en condenar a Nicaragua y Venezuela y se mantiene a distancia de Cuba, así como de Perú y Brasil.
La hegemonía de Brasil se fortalecerá con Lula en todo lo que se denomina el Mercosur: obviamente en el propio Brasil, en Argentina, Paraguay y Uruguay (el país con el gobierno más estable de la región, una izquierdasocialdemócrata alejada de las aventuras populistas de sus vecinos). El Mercosur fue creado, no hay que olvidarlo, por Brasil y Argentina para buscar una forma de integración y equilibrio ante la entrada en operación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, después le dieron un contexto más ideológico, pero el eje económico y comercial siempre fue ese, y por allí, siguiendo esa lógica, ingresaron en Brasil y Argentina fuertes inversiones chinas.
Nadie duda de los profundos lazos culturales y sociales que tenemos con el resto de América latina, pero estamos hablando de intereses geopolíticos. México es, para todos los efectos y con todo lo que implica, parte de América del Norte, nuestros socios y aliados principales son Estados Unidos y Canadá. Pareciera que los únicos que no lo terminamos de entender así somos nosotros, y por eso, insistimos, desaprovechamos todas las ventajas y aumentamos nuestras debilidades. Por eso, como país, al final nos quedamos cada vez más solos.
Pablo Milanés
Pablo Milanés, víctima de un cáncer, murió el lunes en Madrid, donde vivía desde hace años. Milanés fue uno de los músicos más importantes de Cuba y América latina, un intérprete que marcó toda una época en la música popular, con una enorme legión de admiradores en México y el mundo.
Para muchos de nosotros, de Milanés fueron varios de los himnos de nuestra adolescencia, fue la voz de muchas de las causas progresistas en el continente, sobre todo en los años 70 y 80, años de represión y dictaduras.
Pablo Milanés no fue, como algunos quisieron que fuera o como lo presentaron en las últimas horas en México, un apologista de la revolución cubana. Milanés, que en su juventud estuvo detenido año y medio por las autoridades cubanas en un campo de trabajos forzado de la Unidad Militar de Ayuda a la Producción (UMAP), donde eran “internados” religiosos, homosexuales y todos aquellos que desafiaban los “parámetros revolucionarios”, siempre criticó aquella terrible represión e insistió en que fue parte de un proceso “estalinista que perjudicó a intelectuales, artistas y músicos”. Siempre fue un hombre progresista, nunca un apologista.