15.02.2023
El enfrentamiento entre el canciller Marcelo Ebrard y la ex embajadora en Washington, Martha Bárcena, es muy anterior al libro de Mike Pompeo, donde el ex secretario de estado de Donald Trump dice que el gobierno de López Obrador aceptó el programa Quédate en México, siguiendo un esquema similar al de tercer país seguro que desempeña Turquía con la Unión Europea, con la condición de que ese acuerdo no se difundiera públicamente. Marcelo era entonces canciller y Martha embajadora, pero desde un inicio la comunicación entre ambos fue prácticamente nula.
Todo comenzó incluso desde antes de que iniciara el sexenio. Ebrard quiso montar una oficina en Washington para establecer contactos y hacer, en otras palabras, lobbyingen la Unión Americana, con una vía directa con la cancillería. La embajadora Bárcena supo de ese intento y se apersonó con el presidente electo López Obrador rechazando esa pretensión que, finalmente, por decisión presidencial, no se concretó. Pero desde entonces la relación entre canciller y embajadora estaba rota.
Con muchos temas, pero sobre todo con la política migratoria, tan controvertida al inicio de la administración López Obrador, Ebrard mantenía unas negociaciones, sea verídico o no lo contado por Pompeo, que aparentemente lo es, mientras que la embajadora Bárcena sostenía otraspolíticas. La embajada en Washington insistía en que Bárcena era quien debía establecer la relación con la Casa Blanca de Trump, argumentando que tenía contacto directo con el presidente López Obrador y presumiendo la relación familiar con el mandatario, ya que su esposo, Agustín Gutiérrez Canet, un hombre con larga experiencia diplomática, es tío de la esposa del presidente, la señoraBeatriz Gutiérrez Müller. Si Bárcena criticaba al canciller en forma relativamente privada, Gutiérrez Canet lo hacía en forma muy dura y pública a través de su espacio periodístico: incluso calificó a Ebrard, lisa y llanamente, de “traidor”, siendo aún Bárcena embajadora.
Sin embargo todas las señales del presidente López Obrador demostraron y siguen demostrando, que Ebrard era y es el responsable de la política exterior, particularmente con Washington. Tanto que esas divergencias provocaron la caída de la embajadora emérita y su reemplazo por Esteban Moctezuma coincidiendo con la llegada de Biden al poder.
La confusión aumentó porque la embajadoraexplícitamente no estaba de acuerdo con lo decidido por el presidente López Obrador y el canciller Ebrard. Gutiérrez Canet, con amplio activismo público en México y en Estados Unidos (algo también insólito para los cánones diplomáticos: los esposos o esposas de los embajadores no suelen opinar públicamente sobre los temas de su representación) hacía críticas explícitas contra el presidente Trump y su administración y responsabilizaba al canciller de la política migratoria sin asumir que la misma es, gustara o no al también ex embajador, la que decidía y apoyaba públicamente el presidente López Obrador.
En este sentido, todo indica que Pompeo dice la verdad cuando afirma que ese fue el acuerdo con México y que Ebrard le pidió que no lo difundiera, como también es verdad que ese acuerdo no incluyó, como se llegó a proponer (el canciller dice que fue propuesta de la embajadora, ésta lo niega) un pagó por jugar ese papel de tercer país seguro. No hubo tal contraprestación y el papel que ha jugado México en el tema migratorio ha sido clave para mantener, con todas sus dificultades, la relación con la Casa Blanca, tanto con Trump como con Biden.
La política migratoria adoptada es controvertida, muchos (incluyendo a la ex embajadora) no están de acuerdo con ella y probablemente tienen una parte de razón. Lo que sucede es que la política de fronteras abiertas anunciada al inicio de la administración, fue un error descomunal que puso en riesgo la seguridad nacional y era imprescindible, más allá de las amenazas de Trump o ahora los acuerdos con Biden, adoptar medidas que garantizaran la seguridad en nuestras fronteras. Ese capítulo de la política migratoria, nuestra propia agenda de seguridad nacional, no puede ser obviado en este debate.
Todo ha escalado en forma notable en las últimas horas, luego de la entrevista que Bárcena dio a León Krauze, a las críticas durísimas que hizo en ella contra el canciller, que le respondió con igual o más dureza, incluso hablando de rencores enconados. Y una vez más, López Obrador le dio la razón a Ebrard, incluso ubicando a Bárcena, que no olvidemos que es la tía política de Beatriz Gutiérrez Müller, en el bando de los conservadores, y por ende adversaria de la 4T.
Todo esto, obviamente, tiene historia, es parte ineludible del proceso de sucesión, pero también de la gobernabilidad. El presidente López Obrador no podía debilitar aún más el flanco de las relaciones con Estados Unidos desautorizando a su canciller y uno de sus precandidatos, en un momento especialmente delicado, enlas postrimerías del juicio a García Luna, con las controversias energética y agrícola, la presión de los republcianos para designar como organizaciones terroristas a los cárteles de la droga, la epidemia de opiacios y los desplantes incomprensibles a Estados Unidos con los respaldos al régimen cubano.
Pero todo es también una demostración más de que en el frente de la 4T las grietas sucesorias son ya una realidad, que ni siquiera se esconde puertas adentro. El verdadero desafío para el oficialismo será, el día de mañana, lograr cerrar esas puertas, desalojar o por lo menos esconder, esas divergencias y rencores.