24.02.2023
Se cumple un año de la invasión de Rusia a Ucrania. Una campaña militar que según el ato mando de Vladimir Putin tendría que haber concluido en unos días (pensaban tomar la capital, Kiev, en 72 horas) cumple un año de heroica resistencia ucraniana que, incluso ha alejado a las tropas rusas hasta el este del país, en el Donbás, en la frontera con la propia Rusia.
El fracaso militar ha ido de la mano con una amplísima violación de los derechos humanos. En la medida en que se los ha obligado a retroceder de las posiciones que ocuparon originalmente, en los primeros días de la invasión, las tropas rusas han violado, matado, arrasado. Impotentes en sus intentos de avance desde hace meses se han dedicado a bombardear con drones y misiles instalaciones estratégicas de Ucrania y ahora también museos, escuelas y hospitales. Pero Putin ha fracasado en casi todo. En términos militares la campaña ucraniana es un desastre y no se le ve perspectiva alguna de éxito. Internacionalmente, cuanto más se alarga la invasión, mayor es el aislamiento ruso. Ayer en la asamblea general de la ONU la invasión fue condenada y se exigió la inmediata retirada rusa de Ucrania con sólo siete votos en contra (todos de firmes aliados de Putin, como Nicaragua) y 32 abstenciones. México que sigue siendo muy tibio en sus condenas, voto a favor de la condena.
Pero no se trata sólo del fracaso diplomático en sí. La invasión rusa logró reunificar lo que tanto se empeño en romper Donald Trump: la unidad de la OTAN, entre sus integrantes europeos y entre éstos y Estados Unidos. La OTAN y la Comunidad Europea se mantuvieron muy firmes ante la invasión, se ha consolidado la alianza, han apoyado de muchas formas posibles a Ucrania en el ámbito militar, de información, de inteligencia y también económico y humanitario y en la reciente visita del presidente Biden a la propia Ucrania y a Polonia esa unidad y ese apoyo logró reafirmarse.
También fracasó Putin con lo que consideraba que era su principal arma de presión. El abasto energético ruso a buena parte de Europa. Los países europeos han logrado sortear el desabasto energético, han cortado en muy buena medida la dependencia que tenían del gas ruso y han logrado establecer no sólo un abasto alternativo, sino que lo están haciendo con una visión estratégica, no coyuntural. Con la invasión a Ucrania les quedó claro que la Rusia de Putin no es un socio comercial confiable y han reducido drásticamente todo tipo de intercambio.
La sanciones comerciales y financieras comienzan a hacer mella junto con el gasto militar en toda la estructura del Estado. El propio Putin en lugar de adquirir mayor autonomía, hoy se ha vuelto cada día más dependiente de China y de las compras de energéticos de naciones como la India e Irán. Su ejército ha sufrido pérdidas humanas y materiales muy altas y en el contexto de debilitamiento militar general, los costos que paga por cada día de invasión son mayores.
Sin embargo, dicen los especialistas, Putin sí ha tenido un logro coyuntural: ha acrecentado el endurecimiento del régimen y cerrado todo espacio posible a la oposición política y a la guerra. Cerró espacios culturales y artísticos. Aprobó leyes contra la homosexualidad. Impuso mayor presencia religiosa y nacionalista al tiempo que en las escuelas se imparte una educación nacionalista sobre la defensa del país contra “la agresión ucraniana”, equiparando su propia invasión con la segunda guerra mundial. En el camino acabó con los organismos de derechos humanos eimpuso absoluto control de medios y prensa. Consolidó todo el esquema dictatorial.
Y se suceden las extrañas muertes y suicidios de los funcionarios, sobre todo relacionados con el ámbito militar: el más reciente fue el 16 de febrero cuando Marina Yankina, de 58 años, jefa del Departamento de Apoyo Financiero del Ministerio de Defensa de Rusia se arrojó desde del piso 16 del edificio donde vivía. Con ella son más de 25, los políticos, funcionarios, empresarios suicidas o muertos en extrañas circunstancias desde el inicio de la invasión. Algunos se arrojan de balcones, se ahogan en sus casas de veraneo, son hospitalizados y repentinamente y estando solos se tiran desde una ventana. A eso se suman los envenenados. El régimen no acepta disidencia alguna. Pero eso exhibe también el tamaño del miedo de Putin, que prácticamente no ha recibido a nadie en los últimos meses.
México, decíamos, ha tenido una actitud débil, timorata ante la invasión. Si bien en la ONU se condenó ayer la invasión, el presidente López Obrador se ha negado ha llamarla como tal y habla de conflicto y de neutralidad cuando no puede haberla en medio de una evidente violación rusa del derecho internacional.
No es para sorprenderse. Para el presidente López Obrador, el régimen de Cuba, pese a la represión y los presos políticos, es un gobierno “humanitario”. Tampoco se condena a Nicaragua, se dice que jamás “se prestará al gobierno a una campaña” contra el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo, que acaba de expulsar del país y quitar la ciudadanía a cientos de opositores, entre ellos los escritores Sergio Ramírez y Gioconda Belli, o la comandante sandinista Dora Téllez.
Mandatarios de izquierda como el chileno Gabriel Boric o el colombiano Gustavo Petro no han dudado en condenar al régimen nicaraguense. Pero el presidente López Obrador tiene ojos sólo para Perú donde defiende al depuesto autogolpista Pedro Castillo, y se niega a entregar la presidencia de la Alianza del Pacífico a su sucesora. Un no injerencismo a modo.