Hay oposición, faltan liderazgos

28.02.2023 El éxito de la manifestación del domingo en el Zócalo y en más de otras cien ciudades de México y el mundo, se puede medir por el intento, vano, de deslegitimarla de todas las formas posibles desde el oficialismo. Decía Borges que el olvido es la única venganza y el único perdón. Pues la demostración del domingo ha tenido de todo menos olvido de parte del gobierno federal y sus propagandistas: el propio presidente López Obrador dedicó todo el mes pasado a descalificar la movilización, y este lunes le dedicó casi toda su mañanera, lo hicieron sus colaboradores más directos incluso cayendo en el ridículo, el domingo llegaron al exceso de no izar la bandera en el zócalo o de colocar mantas en el mismo edificio de gobierno de la ciudad, intentando ligar la demostración contra la reforma electoral con la defensa de García Luna.


La convocatoria fue un verdadero éxito y confirmó que existe una oposición firme, socialmente transversal, que puede ser ignorada. El presidente López Obrador sigue siendo popular, quizás en tasas más bajas de lo que algunos creen, pero lo es en un escenario ausente de consensos y en una sociedad profundamente polarizada por la propia acción gubernamental. Los adjetivos desmesurados que cuelgan el propio presidente y sus colaboradores a sus adversarios, a los que terminan deslegitimando es a ellos mismos. Todos los gobiernos mueren por la exageración de sus principios, decía Aristóteles y éste se está suicidando en su lógica de exageraciones y despropósitos.


El domingo se volvió a poner de maniesto que existe una oposición que puede ser muy poderosa. Hay oposición pero faltan liderazgos que la canalicen. Ese es el gran desafío opositor que se sigue rezagando incomprensiblemente. Para poder canalizar esa fuerza expresada en el Zócalo capitalino y en decenas de plazas de todo el país, es necesario construir liderazgos y candidaturas.


Un ejemplo claro de ello lo encontramos en todos los últimos procesos electorales. La Corriente Democrática del PRI, que encabezaron Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muños Ledo, cristalizó en 1987 (el equivalente a nuestro 2023), pero comenzó a gestarse desde 1985, y muchos de sus integrantes eran personajes conocidos a nivel nacional. Cuando se conforma el Frente Democrático Nacional en 1988, con la confluencia de varios partidos y finalmente incluso del PSUM, luego de la declinación de Heberto Castillo, sus candidaturas y liderazgos ya estaban conformados y eran públicamente muy conocidos. En esa misma elección la candidaura de Manuel Clouthier por el PAN se estaba construyendo desde años atrás y era la expresión de fuertes sectores empresariales, sobre todo del norte del país, los famosos bárbaros del norte.


Vicente Fox, ya gobernador de Guanajuato, comenzó a construir su candidatura tres años antes de las elecciones del año 2000. Felipe Calderón comenzó desde el 2004 la candidatura del 2006 y tuvo un proceso de internas en el partido que le permitió darse a conocer nacionalmente. López Obrador para esos comicios era jefe de gobierno de la ciudad y dedicó toda su gestión a preparar su candidatura a la que, paradójicamente, potenció el intento de desafuero. Peña Nieto construyó su candidatura desde el estado de México en forma abierta. En contrapartida para el 2018 las candidaturas de Ricardo Anaya y de José Antonio Meade fueron construidas sobre la marcha, con fuertes divisiones dentro y fuera de sus partidos y coaliciones, con acuerdos cupulares y nunca terminaron de penetrar en el electorado. Hoy, con una fuerte oposición real, sería absurdo repetir aquel escenario.


La demostración del domingo también demuestra que si se quieren construir esos liderazgos los mismos pueden o no surgir de los partidos, pero sin duda deben trascenderlos. La peor idea que pueden tener las fuerzas opositoras sería imponer a cualquiera de sus dirigentes como candidato o candidata presidencial. En 1988 Cuauhtemoc Cárdenas significaba mucho más que un disidente del PRI o un opositor a la candidatura de Carlos Salinas: esa fue su verdadera potencialidad más allá de los partidos. Hoy no se percibe desde la oposición quién podría jugar un papel similar, no porque no lo haya sino porque esa candidatura, o grupo de ellas, incluso para que puedan competir internamente y así darse a conocer, no han sido construidas.


Algún miembro destacado de la oposición me decía que no era conveniente avanzar rápidamente en ello porque exponer un candidato o candidata con tiempo de anticipación lo podría hacer vulnerable al golpeteo desde el gobierno. Puede ser, pero sucederá lo mismo el día de mañana en plena campaña electoral y sin tiempo para asimilarlo y superarlo.


Creo que lo que sucede es que las que están temerosas de perder el control de ese proceso son las dirigencias de los partidos porque, como ocurrió en 1988 con el FDN, una candidatura exitosa, aunque no gane las elecciones puede borrar con dirigencias endebles: ¿quién recuerda hoy al PPS, al PFCRN o al PARM, incluso al PSUM y sus dirigentes de entonces?. De allí nació el PRD y más tarde Morena, incluso desplazando con la candidatura de Andrés Manuel a los propios dirigentes perredistas. Si no se asume ese posible destino no se podrá consolidar una alianza o será un experimento cupular destinado al fracaso, como lo fueron las del 2018, de Anaya y de Meade, contra López Obrador.

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