21.03.2023
En estos días en que se quiere reescribir a modo la historia y cuando se celebra hoy el natalicio de Benito Juárez, es bueno recordar que cuando Juárez murió en 1872, sin dejar el poder que había obtenido en 1958, luego de mantenerse en él durante 14 años, no era, en ese momento, un presidente popular. El hombre que había derrotado a Maximiliano y decretado las leyes de reforma, se estaba convirtiendo progresivamente en un autócrata. Existía un profundo descontento dentro de las propias fuerzas liberales y militares desde su reelección en 1968 y sobre todo en 1871, por su progresivo aislamiento y por decisiones personales que no fueron compartidas siquiera por algunos de sus seguidores más próximos.
Unos días antes de su muerte, leyendo un libro sobre la historia del emperador Trajano, dejó escrito que "Cuando la sociedad está amenazada por la guerra; la dictadura o la centralización del poder pueden ser un remedio para aquellos que atentan contra las instituciones, la libertad o la paz". Los que habían sido sus partidarios, desde Sebastián Lerdo de Tejada hasta el general Porfirio Díaz, que se había levantado en armas contra la reelección, pensaban lo mismo. Cuando murió, Juárez seguía siendo un símbolo pero había dejado de ser popular.
Toda la hagiografía posterior en torno a Juárez la construyó Porfirio Díaz. Había terminado enfrentado militarmente con él, pero no sólo se reeligió sino que continuó una política que había sido muy exitosa con Juárez: la apertura de la economía mexicana a las grandes potencias económicas, símbolo del liberalismo. Juárez incluso había firmado el tratado de McLane-Ocampo con Estados Unidos en 1859, en el que se cedían los derechos de tránsito de la zona de Istmo de Tehuantepec a Estados Unidos, incluso con presencia militar permanente de ese país. Finalmente, el tratado no se concretó porque el congreso estadounidense se opuso a aprobarlo, porque muchos lo consideraban excesivo.
Nadie duda sobre el papel histórico de Juárez, pero la suya no es una historia de negros y blancos sino, como todas, de claroscuros y si la mala salud no hubiera acortado la vida de Juárez quién sabe cómo sería percibido hoy, quizás como un Porfirio Díaz, el general más popular y paisano de Juárez, que también llegó al gobierno con el lema de la no reelección (contra Juárez) y se quedó, él también, 35 años en el poder.
El presidente López Obrador repitió en el Zócalo una historia que ha estado manejando mucho en los últimos tiempos: la sucesión de Lázaro Cárdenas, que dejó en el gobierno a Manuel Avila Camacho. El sábado fue muy crítico con esa decisión que, aseguró, había sido un retroceso, por no haber elegido Cárdenas como su sucesor a Francisco J. Múgica. Un error que, dijo, él no cometería.
Fue una ruptura más con el legado histórico de Lázaro y con Cuahutémoc Cárdenas, que ya había comenzado desde que decidió no habitar en Los Pinos, la sede que le dio don Lázaro a la presidencia, precisamente para que el mandatario no viviera en un Palacio. Las diferencias con Cuauhtémoc eran muy anteriores, en realidad nacieron desde que en el 2000, López Obrador asumió el gobierno de la ciudad.
Lázaro Cárdenas decidió bien en su sucesión. No sólo porque enfrentaba un fuerte candidato de la derecha anticardenista (que la candidatura de Múgica hubiera fortalecido), Juan Andrew Almazán, un popular general de la revolución, sino también porque estábamos en plena segunda guerra mundial y era clave la relación con Estados Unidos. Múgica era muy mal visto por el gobierno de Franklin D. Roosvelt porque tenía simpatías por la Unión Soviética. Almazán trató de aliarse con Roosvelt en contra de Cárdenas, luego de una elección que fue evidentemente manchada por el fraude y la sangre, pero el gobierno de Estados Unidos confiaba en Cárdenas y Avila Camacho por su clara oposición a las fuerzas del eje (Alemania, Italia y Japón) y decidieron darle su apoyo.
Si el candidato hubiera sido Múgica, que tampoco tenía el apoyo de los militares y del partido en el poder, muy probablemente el respaldo estadounidense se hubiera volcado hacia Almazán, con todo lo que ello implicaba en aquellos años. Haciendo un simil con la actualidad, elegir hoy a un sucedáneo de Múgica implicaría distanciarse con Estados Unidos, ese país apoyaría a un opositor, se dividiría el partido en el poder y no tendría apoyo de las fuerzas militares. Eso implicaba Múgica. Cárdenas lo evitó eligiendo a Avila Camacho. Fue, en ese sentido, un acierto.
El factor Gurría
José Angel Gurría es uno de los mexicanos más influyentes en el ámbito internacional, no sólo en términos económicos sino también políticos. Es un personaje respetado en todo el mundo, encabezó durante 15 años a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo, la OCDE, que integra a las economías más grandes del mundo, y sus opiniones son escuchas y atendidas en todos los países, sean o no miembros de esa organización. Más allá de eso, es un hombre que habla seis idiomas, con una capacidad y educación tan singular como su talento, que se suma a la larga experiencia que ha adquirido a lo largo de los años. Si se decide, sería de los mejores candidatos que podría encontrar la oposición para el 2024.