13.04.2023
Después de la marcha del 26 de febrero pasado decíamos que la misma había demostrado que existe una oposición amplia y transversal pero que sin liderazgos claros estaría condenada al fracaso en el 2024.
Han pasado semanas y el efecto de aquella movilización sigue diluyéndose sin que la oposición muestre opciones. Por el contrario, se está involucrándose en reformas constitucionales que lo que buscan es impedir que las autoridades electorales puedan intervenir en asuntos partidarios. Una reforma que en nada ayuda en los avances democráticos del país y que sólo sirve para que las propias dirigencias (de Morena y de la oposición) se entronicen en el poder, quitándole protagonismo a sus militantes.
Cuando fue la movilización de febrero decíamos que las marchas sin liderazgos que canalizaran esa potencialidad opositora, no tendrían sentido. Si se quieren construir esos liderazgos los mismos pueden o no surgir de los partidos, pero sin duda deben trascenderlos. La peor idea que pueden tener las fuerzas opositoras sería imponer a cualquiera de sus dirigentes como candidato o candidata presidencial. En 1988 Cuauhtemoc Cárdenas significaba mucho más que un disidente del PRI o un opositor a la candidatura de Carlos Salinas: esa fue su verdadera potencialidad más allá de los partidos. Hoy no se percibe desde la oposición quién podría jugar un papel similar, no porque no lo haya sino porque esa candidatura, o grupo de ellas, incluso para que puedan competir internamente y así darse a conocer, no han sido construidas.
Algún miembro destacado de la oposición me decía que no era conveniente avanzar rápidamente en ello porque exponer un candidato o candidata con anticipación lo podría hacer vulnerable al golpeteo desde el gobierno. Puede ser, pero sucederá lo mismo el día de mañana en plena campaña electoral y sin tiempo para asimilarlo y superarlo.
Creo, decía entonces y estoy convencido ahora, que lo que sucede es que las que están temerosas de perder el control de ese proceso son las dirigencias de los partidos porque, como ocurrió en 1988 con el FDN, una candidatura exitosa, aunque no gane las elecciones, puede borrar con dirigencias endebles: ¿quién recuerda hoy al PPS, al PFCRN o al PARM, incluso al PSUM y sus dirigentes de entonces?. De allí nació el PRD y más tarde Morena, incluso desplazando con la candidatura de Andrés Manuel a los propios dirigentes perredistas.
Si no se asume ese posible destino no se podrá consolidar una alianza o será un experimento cupular destinado al fracaso, como lo fueron las del 2018, de Anaya y de Meade, contra López Obrador.
Hoy eso no ha ocurrido. Pasan los meses y no se percibe ni un movimiento serio para construir una candidatura alterna. Los nombres que suenan ya se han descartado o no alcanzan para construir una opción que trascienda el escenario partidario. Si se ven las últimas encuestas, todas las corcholatas de Morena han crecido proporcionalmente, mientras que los nombres que suenan de la oposición son eso, nombres, que salvo alguna honrosa excepción ni están haciendo campaña ni aparecen en la conversación pública. Incluso se siguen manejando en las encuestas personajes que ya se han descartado para estar en el 2024.
El tiempo se acaba y las opciones también, pero parece que para los partidos es más importante acotar las atribuciones del TEPJF que trabajar en construir candidaturas comunes que sean viables y competitivas. Quizás les cuesta tanto porque, como ya dijimos, para eso se requieren personajes que puedan trascender partidos y sobre todos sus cada vez menos representativas dirigencias. Y no veo que esas dirigencias hoy están dispuestas a sacrificar ni el más mínimo espacio de poder para construir esas alternativas.
Córdova y el INE
Conocí a Lorenzo Córdova hace muchos años, cuando creo que aún era estudiante de la UNAM. Había tenido el enorme privilegio de tener amistad con su padre, ese gran académico y político que fue Arnaldo Córdova. Lorenzo estuvo muy cerca durante años de José Woldenberg, antes, durante y después de su paso por el IFE. Siempre, como Ciro Murayama, fue parte de una izquierda democrática, liberal, alejada de visiones autoritarias. Eso distanció a Woldenberg y a muchos otros, del PRD y más aún de Morena.
Pero nunca perdieron aquellas convicciones de una izquierda liberal. En la dirección del INE, Lorenzo seguramente cometió algunos errores y, quizás, en algunos momentos le pudo ganar el protagonismo. Pero fue un funcionario que garantizó la imparcialidad de las elecciones y una organización espléndida de las mismas. Elecciones que durante su periodo le permitieron a la izquierda mantener su preeminencia en el poder desde 1997 hasta el día de hoy en la ciudad de México, le permitió al presidente López Obrador ganar en 2018 y obtener desde entonces 21 de las 32 gubernaturas del país.
La inquina presidencial y de sectores de Morena contra Córdova o Murayama no está justificada en absolutamente nada, salvo en el desprecio que el oficialismo tiene, muchas veces, por los personajes, instituciones y normas legales que no se avienen a su voluntad. El colmo es que se intente impedir que Córdova o quien sea, pueda continuar su carrera como académico en la UNAM, como comentarista en un medio de comunicación o que se intente una política de cancelación contra un funcioanrio público que, y vaya que eso no es menor, simplemente cumplió con su responsabilidad. Lorenzo, éxito en lo que venga en el futuro.