El sueño de la razón genera monstruos, y los gobiernos populistas suelen generan anticuerpos que pueden ser tan monstruos o peores que ellos. Ayer hablábamos aquí de la tentación Bukele, hoy se impone hablar de la tentación Javier Milei, el economista ultraliberal, de ultraderecha, que acaba de ganar las internas para la presidencia argentina.
Milei no ha ganado aún la presidencia, tiene un largo trecho todavía por recorrer: la elección será el 22 de octubre, día en que Milei cumple 53 años, pero si no tiene mayoría superior al 45 por ciento, tendrá que ir a una segunda vuelta, probablemtne conra una alianza de centroderecha. Lo cierto es que ha hecho lo que no ha logrado nadie desde el regreso a la democracia en ese país, en 1983, romper la polarización entre dos bloques, el peronista y el de centro derecha, que a pesar de ser responsables de todo tipo de crisis, parecían impermeables a cualquier competencia.
Milei para muchos es impresentable. Un querido amigo argentino me decía ayer que Donald Trump es un político tradicional, acartonado y prolijo al lado de Milei. Tiene razón, cuando se analiza el programa que presenta este candidato que se autodenomina ultraliberal, las ocurrencias sobran: propone desaparecer el banco central y adoptar como medida de curso el dólar estadounidense (esto último no tan descabellado); propone para reducir el gasto público (insensatamente alto en Argentina) desaparecer varios ministerios, incluyendo el de Educación. Sostuvo que la venta de órganos debía ser visto como un mercado más, e incluso cuando alguna vez lo interrogaron sobre la venta de niños (en relación con su lógica de absoluta libertad de mercados) sostuvo que era un tema que en el futuro se podía analizar.
Plantea la mano más dura contra los grupos criminales que han incrementado la inseguridad en Argentina, pero se opone al aborto, a la educación sexual en las escuelas y es partidario de que el Estado intervenga poco y nada en la educación y en la vida del país. Prefiere claramente a Trump que a Biden y dice que de llegar a la Casa Rosada pondrá duras medidas antiinmigrantes, sobre todo para quienes llegan al país desde Bolivia o Paraguay.
Fue asesor de uno de los más represivos jefes militares de la dictadura de 1976 a 1983, Antonio Bussi, destituido por crímenes de lesa humanidad, que formó un partido político y logró ser gobernador de su provincia, Tucumán. Luego fue asesor económico de un político peronista, Daniel Scioli, y más tarde de un reconocido empresario dueño de aeropuertos y canales de televisión. De comentarista nocturno en uno de esos canales pasó a diputado y ahora a candidato presidencial.
A pesar de su pasado político, se presenta como absolutamente antisistema y ha logrado que una sociedad harta y enojada lo vote en buena parte del país. Su lema es que lucha contra “la casta” (el Estado profundo diría Trump) que tiene control del poder y lo que propone es “que se vayan todos”, un slogan que sirvió como base para que después de la crisis brutal de inicio de siglo llegaran los entonces también casi desconocidos Néstor y Cristina Kichner para tener un papel protagónico en el poder durante los últimos 20 años.
Ahora el peronismo en su versión kichnerista ha quedado como tercera fuerza, con un presidente como Alberto Fernández sin ningún apoyo popular, con Cristina Fernández de Kichner, actualmente vicepresidenta y peleada con el presidente, convertida en la figura que más polariza con un candidato, Santiago Massa, que es al mismo tiempo ministro de Economía y que trató de lograr ganar corrigiendo, aunque sea un poco, la economía, hoy totalmente fuera de control. El suyo fue un doble fracaso, económico y político. Se ve casi imposible que pueda remontar estos números antes del 22 de octubre.
La oposición tradicional de centro derecha también se decantó por una candidata que no está tan lejana a Miley, la ex secretaria de seguridad del gobierno del presidente Mauricio Macri, Patricia Bullrich. Una mujer que fue peronista y de Montoneros, que fue pareja incluso de uno de sus más controvertidos líderes, Rodolfo Galimberti, que evolucionó políticamente hacia la derecha y que ahora se propone, sin la rudeza personal y las pocas formas de Miley, como la que acabe con todo lo que huela al kichnerismo. Le ganó al candidato que aparecía como el más moderado, no sólo de la oposición sino de todo el cuadro político, el jefe de gobierno de la ciudad Horacio Rodríguez Larreta.
Lo que suceda en Argentina el próximo 22 de octubre tendrá repercusiones en buena parte de América latina, donde la ola populista de izquierda parece haber llegado a su límite y comienzan a emerger las opciones populistas de derecha o ultraderecha. Los comicios del domingo en Ecuador pondrán de manifiesto hasta dónde se mueve el péndulo en un país gobernado ahora por Guillermo Lasso, un político de centroderecha que fue cercano al asesinado candidato Fernando Villavicencio.
Pero como puso de manifiesto también ese crimen, las redes de esa izquierda populista tienen anclaje en México, en Argentina, en Colombia, en Venezuela y otros países. Lo terrible es que pareciera que la opción a ella no suele pasar por la democracia sino por otras formas de autoritarismo.