Me asombra que el presidente López Obrador dedique más tiempo a enojarse con los medios y los periodistas que ha establecer una sólida comunicación con la sociedad sobre el mayor desastre natural que ha vivido México por lo menos desde los sismos de 1985.
Acapulco está destruido, no hay siquiera información suficiente sobre la magnitud de los daños sufridos ni del número de víctimas: lo que vemos, y de lo que se habla, es de lo que sucede en la zona costera, pero no tenemos información sólida (ni las autoridades han llegado plenamente) de las zonas populares, de la sierra, de lugares como Tecpan de Galeana o Coyuca de Benítez, donde el huracán Otis dejó todo tipo de destrozos. Un percentaje altísimo de la población todavía no tiene comunicaciones, ni luz ni agua. Y el presidente dedica buena parte de su tiempo a quejarse de que lo critican.
En realidad, el desempeño del gobierno ha sido muy deficiente desde antes de la tragedia. Con tiempo suficiente no se avisó ni se tomaron previsiones. La única advertencia fue un tuit atribuido al presidente a las nueve de la noche donde se decía que se tomaran previsiones, pero nada más. El centro de huracanes de Miami había advertido del fenómeno desde las 4 de la mañana del lunes. Un día después, en Acapulco siguieron las actividades como si nada, incluso eventos oficiales. Nadie sabe dónde andaban las autoridades locales.
El gobierno federal tampoco estuvo preparado. Al día siguiente en la mañanera muchas horas después del paso del huracán, se dijo que no se tenía información. Ese día, el presidente López Obrador se lanzó en un recorrido irracional por tierra donde cosechó fotos de una camioneta estancada y un mandatario vestido de calle para ir a una zona de desastre, acompañado por buena parte de su gabinete. Once horas perdidas.
Mientras tanto, en Acapulco reinaba la desolación y el saqueo. La primera persiste, los segundos se han frenado porque ya no queda nada por saquear. Negocios, tiendas, almacenes y hasta departamentos, fueron saqueados sin que interviniera autoridad alguna, entre otras razones porque no estaban en el puerto.
Al día siguiente siguió una de las indicaciones más extrañas que se conocieron: el de concentrar toda la ayuda en manos militares, lo que no sólo paralizó a las organizaciones civiles por horas sino que disparó rumores, versiones, mensajes, creíbles o no, de que no se permitía el paso de ayuda a los damnificados de Acapulco. Pasaron casi 48 horas para que quedara claro que sí se puede enviar ayuda en forma privada.
La ausencia de información es notable: durante las primeras 24 horas simplemente no se informó nada, en los días posteriores la información ha corrido a cuentagotas y casi ningún funcionario asume públicamente su responsabilidad, el presidente sólo habla en la mañanera o como ocurrió este fin de semana en un largo video donde es más el tiempo que dedica a sus adversarios políticos, reales o supuestos, que a establecer líneas concretas de acción para el rescate y ni hablemos de la reconstrucción.
Se dice que pronto se va a recuperar Acapulco, pero no se dice ni cómo ni de qué forma, tampoco de donde saldrán los recursos presupuestales para hacerlo. Me temo que se tomará la peor decisión posible: repartir dinero en forma directa a los damnificados (¿de verdad creen, como se dijo ayer, que sólo hay 20 mil viviendas dañadas) y se esperará que sea la gente o los empresarios los que asuman los costos. No es muy diferente a lo que se hizo en la pandemia, donde se decidió no dar apoyos económicos a quienes vieron destruidas sus fuentes de trabajo.
Sin un proyecto claro y de largo aliento para la reconstrucción de Acapulco el puerto se acabará como destino turístico. La reconstrucción debe realizarse de inmediato e involucrando a la mayor parte de los damnificados, de forma tal que los dueños o habitantes de las propiedades tengan recursos para reconstruir, incluyendo los espacios comunes y comerciales y la gente tenga trabajo y por ende recursos. Pero debe hacerse con rapidez, porque al miedo ha seguido el desánimo, ahora el enojo y después puede suceder cualquier cosa. Ha pasado una semana del huracán y ni siquiera se tiene la información completa de los daños, mucho menos una política clara para atenderlo. Todo se reduce a una suma de lugares comunes o de información desmentida por las propias autoridades y mucho más por la realidad.
Podremos hacernos una idea de lo que sucederá si analizamos lo que ocurrirá en estos días con el presupuesto. Una de las razones de que se postergara hasta el 10 de noviembre el resultado de las encuestas internas de Morena ha sido, sin duda, el tema del género, pero el otro es que no se quiere una desbandada en el congreso antes de que se apruebe el presupuesto y el paquete económico para el 2024.
Pero si se aprueba el paquete económico como se ha presentado, sin cambiarle ni una coma, lo que sucederá es que no habrá recursos suficientes para la reconstrucción real de Acapulco y la zona afectada de Guerrero. Se necesitan partidas especiales, específicas, con programas claros y transparentes, con recursos etiquetados: presupuestar en general para las distintas dependencias, para que éstas a su vez decidan cómo invertir en la reconstrucción es la estrategia de fracaso más evidente que podría existir.
Hay ayuda y está llegando, aunque sea con rezago, la presencia militar, de la CFE y de la Cruz Roja ha logrado poner un poco de orden en las cosas, pero el gobierno parece seguir desorganizado, sin brújula y rebasado por la situación, no hay claridad sobre qué hacer y cómo hacerlo, sobre todo de cara al futuro.