Más allá de audios filtrados, declaraciones, compromisos asumidos y traicionados, lo cierto es que la lucha interna en Morena por las candidaturas no se ha detenido, al contrario, se ha intensificado con las amenazas de rupturas, renuncias, de participar con aliados o rivales.
La intención de postergar del 30 de octubre al 10 de noviembre la decisión sobre quiénes serán las candidatas y candidatos del oficialismo en la ciudad de México y ocho estados, tenía tres razones: primero, darse un tiempo para negociar (las encuestas ya estaban levantadas) dentro de Morena y equilibrar esa negociación con la distribución por género de las candidaturas; segundo, evitar desbandadas o renuncias en el congreso para que saliera el presupuesto del 2024 sin cambios, por eso mismo, más allá de las fechas legales, el mismo debe ser aprobado esta misma semana; tercero, el presidente López Obrador revisará el 9 de noviembre las designaciones y a partir del día 10, el mismo día que se hagan públicas, iniciará una gira que lo llevará a San Francisco, a la reunión Asia-Pacífico, en la que tendrá un encuentro con Joe Biden pero ello le permitirá, además, alejarse por varios días de la polémica y posibles rupturas que se presentarán en esas fechas.
Hay varios puntos neurálgicos. El principal, la ciudad de México: todas las encuestas publicadas, entre población en general y entre militantes de Morena, le dan un amplio triunfo a Omar García Harfuch sobre Clara Brugada. No debería haber conflicto alguno en ello, como no lo hubo en las elecciones de 2006 y 2012 cuando se designó primero a Marcelo Ebrard y luego a Miguel Mancera como candidatos del entonces PRD, yendo con Andrés Manuel como candidato presidencial. Y han sido dos de las más exitosas elecciones que ha tenido la izquierda en la ciudad. Decía Leonard Cohen que “a veces uno sabe de qué lado está, simplemente viendo quiénes están del otro lado”. Y eso es lo que explica la aceptación que tiene García Harfuch en muchos que no son de Morena.
Brugada ni remotamente despierta las expectativas entre el electorado y entre la propia militancia de Morena que genera García Harfuch. La guerra sucia sin embargo no se ha detenido y ahora, además de insistir en el pasado “policial” del ex secretario, se dice que el problema no es la popularidad sino una cuestión de género, que para acomodar las cinco candidatas, la CDMX debe ser para una mujer. No es verdad, pero para Morena ganar la ciudad de México es clave y sin García Harfuch de candidato esas posibilidades se reducen radicalmente.
Todos los demás estados, salvo quizás Tabasco, viven situaciones semejantes. Paradójicamente, otra candidata que es claramente impulsada por Claudia Sheinbaum, Sasil de León, en Chiapas, comenzó a ser golpeada desde los mismos ámbitos que critican la candidatura de García Harfuch. Las intenciones, transparentes, son dos: quieren quitar esa candidatura de género para presionar con ello en la ciudad de México y mucho más importante, para restarle a Claudia Sheinbaum capacidad de maniobra, ahora con las candidaturas, y mañana en la campaña y en las candidaturas a diputados, senadores y alcaldes. Eso es lo que está en juego: el verdadero margen que tendrá Sheinbaum de cara al futuro. Y el argumento de la pureza se usa cuando conviene. No veo a ninguno de estos personajes autodenominados puros preocupados porque, por ejemplo, Manuel Bartlett, sea un personaje central en el gobierno federal, o que ex priistas, algunos de novísimo cuño, estén en las listas de precandidatos en los distintos estados.
El tema es la conservación de espacios de poder de personajes y grupos que temen perderlo, entre otras razones porque no suman nada al proyecto de Sheinbaum o por su desempeño en estos cinco años en distintos espacios, ya sean de gobierno o partido. En el caso de Claudia se suma, además, una subestimación de sus capacidades políticas que recuerda muchas otras que han sido norma en los procesos de sucesión: se subestimó a Miguel de la Madrid cuando sucedió a López Portillo; cuando Carlos Salinas fue candidato se dio la ruptura de Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo; Colosio fue subestimado por la gente de Camacho y por los duros de entonces del PRI; Zedillo por ellos y por los salinistas; cuando Vicente Fox fue candidato del PAN renunció Carlos Castillo Peraza y muchos panistas tradicionales lo subestimaron; cuando Felipe Calderón lanzó su candidatura todos pensaban que Santiago Creel sería el designado y cuando se enfrentó a López Obrador esperaban que perdiera; Peña Nieto y López Obrador en 2012 y 2018 tuvieron otras circunstancias pero siempre hay quienes piensan que van a manipular o controlar a un candidato o presidente.
Y casi ninguno lo ha logrado. Y con Claudia Sheinbaum (o con Xóchitl Gálvez en el FAM) sucederá lo mismo: el poder, dicen, se ejerce, no se comparte. Eso debe recordarse en este proceso sucesorio y en las principales designaciones, en las candidaturas, del oficialismo y de la oposición.