La guerra del agua
Columna

La guerra del agua

Al inicio del gobierno de Vicente Fox, deberían ser los primeros días del 2001, Adolfo
Aguilzar Zínser entonces al frente de un consejo nacional de seguridad que tuvo poca vida
política, me dio una entrevista donde hablaba de algo que entonces en la opinión pública no
se consideraba como uno de los mayores desafíos de la seguridad nacional: la entrevista fue
sobre el agua o mejor dicho su escasez como uno de los problemas centrales que tendría
que asumir México en su futuro inmediato, y de cómo incluso en el futuro se podrían
declarar hasta conflicto bélicos por la disputa del agua.
Han pasado más de 20 años, Aguilar Zínser ya no está entre nosotros y nos gobierna
López Obrador en las antípodas de aquel gobierno de Fox. En estos días sufrimos una grave
escasez de agua en la zona metropolitana de la ciudad de México, en Monterrey, en muchas
otras ciudades de la república.
Lo cierto es que es una crisis anunciada, pero desde hace dos décadas nadie está
dispuesto a invertir seriamente en el agua, primero porque es uno de esos servicios que
cuando faltan generan fuertes y lógicos reclamos, pero no se suele invertir en obras
estratégicas en ellos porque esas obras demoran mucho tiempo, a veces más de un sexenio,
son muy costosas, se ejecutan bajo tierra y no son taquilleras: ¿para que vamos a invertir en
acueductos, plantas de tratamiento, de recuperación pluvial si podemos repartir dinero en

efectivo, construir una refinería al triple del costo internacional o financiar una aerolínea
con dinero público?.
El problema central en el tema del agua no es sólo la escasez, vivimos en un país
árido en buena parte de su territorio y que por el cambio climático está sufriendo crecientes
sequías, pero también tenemos un sur donde lo que sobra es agua y existen tecnologías
probadas para tratar agua o recuperarla muy eficientes. El problema es que el gobierno no
invierte en infraestructura y prefiere financiar, ahora ni eso, pipas para llevar agua a zonas
que no gozan de ella ni de drenaje.
Pero, además, como en otros sectores, está restringida la inversión privada en el
sector. En la ciudad de México, por ejemplo, el 30 por ciento del agua potable que llega a la
ciudad se pierde en fugas del sistema, evidentemente obsoleto y rebasado. En estos 27 años
de gobiernos de izquierda no se ha invertido en ello. Tenemos enormes plantas de
tratamiento, si no me equivoco son propiedad de grupo Carso, que se construyeron durante
el gobierno de Miguel Mancera, pero no tienen permisos para operar. No tenemos un
verdadero sistema de recuperación de aguas y muchos menos acueductos para transportar
agua del sur hacia el centro del país: se dirá que los costos de subir el agua a la meseta
donde vivimos es costoso, como se dijo en su momento cuando la construcción del sistema
Cutzamala, pero lo cierto es que desde aquellas épocas no se apuesta a la infraestructura ni
a la tecnología. En esta administración ha sido peor, porque incluso existe un desprecio a
las nuevas tecnologías, a la inversión privada en sectores estratégicos como el agua, el gas
y la electricidad.
Toda la estrategia del nearshoring tendrá un límite en esos tres temas: gas, energía,
agua. Y uno influye en el otro. Y no explotamos el gas que tenemos porque no se quieren
inversiones privadas en el sector y así desarrollar la conectividad con Estados Unidos y

Canadá. Tanto el TLC como el TMEC están pensados para crear una suerte de mercado
común energético en América del Norte, pero no hemos avanzado, al contrario, en esa
opción: hoy México está demandado por violar precisamente en gas y energía los acuerdos
del TMEC. Sin gas y energía suficiente no se pueden desarrollar la enorme cantidad de
inversiones posibles que podrían llegar al país. Tampoco sin agua, y la tecnología para
surtirla muchas veces de lugares lejanos depende de contar con energía suficiente para
hacerlo.
Cuando se decidía la instalación de la planta de Tesla en Nuevo León, el Presidente
estaba en contra de la misma porque decía que no había agua suficiente. Pero el hecho es
que Tesla no necesitaba tanta agua porque podía instalar sus propias plantas de tratamiento
de aguas residuales. El presidente López Obrador decía que porqué no invertían en Tabasco
u otras zonas del sur donde hay mucha agua: el problema es que esa enorme cantidad de
agua que tenemos no se aprovecha y simplemente se suele desperdiciar en el golfo del
México. El sistema de presas de la Cuenca del Grijalva es la última gran obra realizada en
décadas. Durante el gobierno de Zedillo luego de unas fuertes inundaciones en Tabasco, se
planteó una reconfiguración y ampliación de ese sistema pero nunca se terminó de llevar a
cabo, salvo obras muy específicas que no han evitado, hasta el día de hoy, las fuertes
inundaciones en Tabasco y Chiapas.
En síntesis, tenemos una crisis de agua global, regional y local, pero no tenemos
ningún verdadero programa estratégico, el presupuesto no invierte en agua lo suficiente y
menos aún en infraestructura estratégica, nuestra leyes no están adecuadas a las exigencias
de la realidad y dificultan o prohíben las inversiones y el financiamiento privado en el
sector. Y no creceremos lo que deberíamos y podríamos porque la falta de agua, gas y
energía nos impondrá un límite insuperable.

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