¿Cómo se le gana a personajes como Donald Trump o López Obrador?. Habrá muchas recetas, pero una es clave: no hay que caer en el juego de la polarización. Los demócratas en Estados Unidos aciertan cuando, nos guste o no, apuestan por la carta de controlar la migración en términos legales, cuando esa es la mayor preocupación que tienen hoy los electores.
Trump quedó fuera del debate cuando rechazó el acuerdo que demócratas y republicanos alcanzaron en el congreso sobre temas migratorios en la frontera con México a cambio del financiamiento a Israel y Ucrania. Trump quería que los demócratas se encerraran en la idea de la amnistía o de la defensa de la migración. Estos no podían hacerlo sin regalarle muchos votos de estadounidenses que están, con razón o sin ella, muy preocupados por las consecuencias de las migraciones masivas.
Xóchitl Gálvez tendrá posibilidades en la medida en que no caiga en la lógica polarizadora del presidente. El verdadero candidato del oficialismo, así se muestra, es López Obrador y cada día suma una nueva provocación contra Gálvez o contra todos los que él considera sus enemigos. Lo más fácil, lo más sencillo, es caer en esas provocaciones y anclarse en la polarización.
Claro que hay una polarización de hecho, desde el momento en que compiten dos candidatas que se reparten todo el voto, pero hay que ganar el centro, a esos switchers, huérfanos o indefinidos, diría el estudio de Gabriel González-Molina, que son el 35 por ciento de los electores y que se definen porque están alejados de López Obrador y sienten que nadie los representa. Hay que ganarlos, dice González-Molina, ofreciéndoles lo que quieren, no lo que inventan candidatos o partidos; valorando su esfuerzo, apreciando el trabajo como fuente de riqueza, impulsando propuestas de empleos productivos, proponiendo esquemas de salud y educación que funcionen y una estrategia efectiva contra el crimen. La propuesta de una vida mejor. Buscar el centro es una estrategia ganadora, sobre todo cuando tantos votantes detestan los extremos presentes en ambos partidos y buscan voces de confianza que den respuesta a las verdaderas preocupaciones de los votantes.
Hoy nada preocupa más a la gente que la inseguridad, la violencia, la salud y la corrupción. El gobierno federal no tiene respuestas a ninguno de esos puntos: la estrategia de seguridad es evidente que ha fracasado: los 180 mil muertos, los 40 mil desaparecidos, las extorsiones masivas, el peligro que supone transitar por las carreteras, son un evidencia palpable. La violencia cotidiana es parte de ello: sólo desde que comenzó el proceso electoral las agresiones y asesinatos de aspirantes y dirigentes locales de partidos suman más de 50. La salud sigue siendo un agujero negro, donde siguen siendo millones los que quedaron sin servicios desde la desaparición del seguro popular y ninguna de las soluciones implementadas desde entonces ha tenido éxito; el desabasto de medicinas, provocado por esta adminsitración, lleva cinco años y por supuesto que la megafarmacia no lo va a solucionar. La corrupción es evidente y las sospechas llegan al círculo más íntimo del poder presidencial.
Cualquier campaña opositora tiene que girar sobre esos ejes sin caer en provocaciones. Desde el poder quieren que se establezca el debate sobre las 20 reformas que presentó el presidente el 5 de febrero, sobre la foto de Xóchitl cob Calderón o sobre su pronunciación en inglés. Olvidemos lo banal: la enorme mayoría de esas propuestas de reformas no tienen ni siquiera sentido, pero algunas se pueden tomar y sacarlas porque son parte del sentimiento de los electores. Son pocas: salario mínimo, pensiones y aunque sea para muchos políticamente incorrecto hay que incorporar la Guardia Nacional a la Defensa.
No se puede hacer campaña rechazando un aumento de salarios mínimos o pensiones (lo que hay que debatir es como se financiarán unos y otros) y contra uno de los escasos instrumentos que tiene el Estado para garantizar la seguridad. Por supuesto que la esrategia de seguridad es errada y que se necesita mucho más, como tener un verdadero sistema policial en el país, con fuerzas locales que hoy son cada día más escasas. Pero para la gente, el que haya fuerzas militares o de GN en sus comunidades es central. Muchos hablan del 60 por ciento que tiene el presidente López Obrador de aceptación, pero el ejército o la marina tienen tasas de aceptación más altas y cuando hay problemas en alguna región del país la gente lo que pide es mayor presencia militar.
Es algo similar a lo que ha hecho Biden (y los demócratas) con el tema migratorio: aceptar que se tiene que afrontar esa realidad con medias restrictivas porque una propuesta liberal, hoy, en el tema migratorio es inviable para la mayoría de la población. Así le quitan un tema central de la agenda (y lo obligan a radicalizarse) a su principal oponente, Donald Trump.
Si la oposición espera ganar en junio deberá asumir que a partir del uno de octubre esa será su realidad en términos de fuerzas de seguridad, porque con ella tendrá que gobernar. Es mejor aceptarlo desde hoy que girar en el vacío el día de mañana. Y quitarle en ese camino una carta de campaña al propio mandatario.
El discurso opositor ha mejorado pero sigue disperso. Se debe concentrar, debe apostar por las exigencias de la gente, exhibir las carencias del poder y no caer en las provocaciones, en la búsqueda de una polarización irracional que sólo alimenta al propio poder.