Chapo: el golpe de timón sexenal
Columna JFM

Chapo: el golpe de timón sexenal

24-02-14 La detención de Joaquín El Chapo Guzmán me encontró en Estados Unidos. De la misma forma en que la noticia corrió como reguero de pólvora en nuestro país, así ocurrió del otro lado de la frontera.  La caída del narcotraficante más buscando del mundo, al que las propias autoridades de Estados Unidos calificaban, luego de la muerte de Bin Laden como su objetivo número uno, no podía más que convertirse en un trendingtopic en las redes y en la prensa mundial.

 

Esa importancia de El Chapo Guzmán devenía, como siempre sucede, de la creación de un mito (forjado con la muerte de un cardenal, una detención en Guatemala, un fuga de penal rocambolesca, la construcción de un imperio con inteligencia, sangre y fuego y hasta con sucesivas apariciones como uno de los líderes de la revista Forbes), pero también de constatar que efectivamente, la operación del cártel del Chapo Guzmán se realizaba en forma simultánea en tres continentes, se especializaba en varias ramas, tenía redes de comercialización en todo Estados Unidos y, también, la capacidad de hacer que sus enemigos se embarcaran en guerras costosísimas mientras su grupo se concentraba en lo principal: el comercio ilegal, la comercialización de sus productos y el lavado de dinero de sus ganancias.

La estrategia que siguió el cártel del Chapo cuando comenzaron los violentos enfrentamientos entre cárteles a partir del 2004 mismos que se incrementaron hasta el límite a partir del 2008, fue sencilla. La violencia creció, sobre todo por la irrupción de los Zetas y de otros grupos que le querían disputar territorios, también por sus divisiones internas con el cártel de Juárez primero y los Beltrán Leyva después. Disputas que comenzaron por el control de rutas, pero que se terminaron convirtiendo en luchas por control de territorios y por muchos de los negocios accesorios que allí surgían: el secuestro, el robo, la extorsión. Sus enemigos comenzaron a utilizar pandillas locales para hacerse con ese control. El cártel de Sinaloa defendió a sangre y fuego sus territorios pero no puso a la estructura central de su cártel en esa dinámica: se alió con otras pandillas, creó otros grupos de sicarios, incluso contratando pandillas como la Mara Salvatrucha y alentó las rupturas en sus enemigos, para que todos ellos libraran la guerra interna que hemos vivido en disputas no por una ruta del narcotráfico al otro lado de la frontera, sino para controlar una esquina, una calle, una colonia o ciudad. Se lanzaron de lleno a una guerra de la que separaron su principal estructura: mientras los demás literalmente se mataban por controlar espacios, y las autoridades servían a apagafuegos de esa guerra, ellos continuaron su expansión en Asia, América, un poco menos en Europa y sobre todo en Estados Unidos.

Por eso membretes nacían y morían, “líderes” de toda calaña eran presentados o abatidos y, en realidad, no pasaba nada, el poder de su grupo seguía fortaleciéndose. Si el Chapo había lanzado una guerra para poder aislarse y seguir con su negocio, atrapando en ella a las autoridades y a sus rivales, desde el Estado se lanzó, luego de muchos fracasos, una respuesta similar. Hace cinco años se conformó un equipo de élite de la Marina de México, con conexiones directas con áreas de inteligencia estadounidense, dedicada a unos pocos objetivos: el más importante de ellos el Chapo Guzmán. Y durante años mantuvieron su investigación, incluso con el cambio de sexenio, porque además, el responsable de ese equipo era el almirante Vidal Soberón, que en la administración Peña fue elevado a secretario de estado.

Hay muchos grandes méritos en esta captura. El primero fue haber ajustado mecanismos y métodos, pero también haber mantenido la continuidad en esa búsqueda, haber mantenido una política de Estado. El segundo es enorme: haber captura a Joaquín Guzmán vivo. No creo que Guzmán devele todos los secretos que están detrás de su organización (hace tiempo que está alejado de la operación directa y ha mostrado no ser un hombre débil) pero ahí está, detenido, y a disposición de la justicia mexicana.

Hay voces que piden que sea enviado a Estados Unidos. Sería un error. El Chapo cometió sus principales delitos en México y aquí se le tiene que hace justicia. Cuando se fugó estaba sentenciado y a esa pena se debe sumar la de la propia fuga. Hay tiempo para armar el resto de su expediente judicial. Y esta vez las autoridades tendrán que demostrar que trece años no han pasado en vano para nuestro sistema de seguridad.

Por lo pronto el presidente Peña ha dado el golpe del sexenio, tiene en sus manos la posibilidad de cambiar el curso de las cosas, incluso de la violencia y la inseguridad, y también algo más valioso: haber recuperado la credibilidad, la confianza y la iniciativa en la tarea más difícil y compleja que tenía por delante. Y eso se puede reflejar en todo, desde la economía y la inversión hasta en la política. Es el golpe de timón del sexenio.

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