El influyente Wall Street Journal dice que muchos inversionistas dudan de que el presidente López Obrador abandone realmente el poder el primero de octubre y creen que dirigirá el gobierno tras bambalinas, desde su “exuberante”, así lo describe el WSJ, rancho en Palenque.
Puede ser, pero lo cierto es que las señales son contradictorias y no se tratará sólo de la voluntad presidencial sino también de su sucesora. Quizás en el WSJ están pensando en el ejemplo cubano, un régimen tan del agrado del presidente López Obrador, donde la presidencia es de Miguel Díaz Canel, pero la dirección del gobierno la tiene el retirado Raúl Castro, acompañado de un pequeño grupo de incondicionales que ejercen el poder a través de un estricto control del ejército y de las principales empresas estatales.
No sé si estamos en las mismas condiciones, no lo creo, pero tendremos que esperar, primero, a septiembre, a ese complejísimo último mes de gobierno de López Obrador en el que sin duda querrá imponerle reformas y condiciones a Claudia Sheinbaum, más allá de que después vaya o no a retirarse a su rancho.
La reforma judicial es un lastre para la virtual presidenta electa que no genera consensos ni siquiera entre los partidarios de la 4T: como está planteada es impracticable y destruirá el sistema judicial en lugar de reformarlo. Dos de las ministras designadas por López Obrador, que sí tienen carrera judicial (la posición de Lenia Batres al respecto es de pena ajena), como Yasmín Esquivel y Loretta Ortiz, han alertado sobre esos riesgos en sus exposiciones en los foros, piden respetar las carreras judiciales, apuestan por una extrema gradualidad y coinciden en que no se pueden producir jueces, como dice Loreta, “como macetas”. Creo que las de Yasmín y Loretta son las posiciones más cercanas a lo que querría Claudia. La mayoría de los analistas serios cercanos a la 4T también han advertido sobre los riesgos de la reforma.
Como se ha dicho, esa reforma si llegara a aprobarse como la propone el presidente López Obrador sería algo así como el error de diciembre de 1994 de la nueva administración. Sería también, como aquel, un error autoinfligido, derivado de la lucha sucesoria entre un mandatario saliente y uno entrante. Y no sé si López Obrador se irá o no a su rancho el 1 de octubre, tampoco sé si querrá desde allí manejar a Claudia o los resortes del poder, pero sí estoy seguro de que quiere gobernar sin conceder nada hasta el 1 de octubre.
A partir de ese día y durante ese mismo mes de septiembre veremos de qué está hecha Claudia Sheinbaum. Hasta ahora ha dado casi todos los mensajes correctos, incluyendo las designaciones de su gabinete, un equipo de mucho mayor nivel que el que acompaña al presidente López Obrador, y donde ha resistido las presiones para repetir a buena parte de sus integrantes. Faltan varias designaciones, entre ellas la parte medular del mismo, teniendo resulta ya la económica, que es la de gobierno y seguridad: todo apunta a que Rosa Icela Rodríguez estará en Gobernación y Omar García Harfuch en una nueva y mucho más poderosa secretaría de seguridad. Faltarán los secretarios de Defensa y Marina que, en una lógica de poder, deberán ser un general y un almirante experimentados cuyo compromiso claro esté con la nueva mandataria, con su comandanta en jefe.
Siempre nuestras fuerzas armadas se han mantenido leales a quien detenta el poder ejecutivo por una vía constitucional y no veo porqué vaya a ser diferente ahora. Y la capacidad de ejercer o no palancas de poder desde el retiro dependerá en mucho de que se mantenga, que no dudo que se mantendrá, esa lealtad y compromiso.
Sheinbaum ha mostrado apertura no sólo en la designación del equipo, donde ha colocado en casi todos los casos a gente suya y con un alto nivel de preparación y buen perfil público, sino que además ha resistido las presiones de los duros de su movimiento, expresadas por un Fernández Noroña que lo dice públicamente mientras otros operan en la penumbra, y ha marcado pautas estratégicas que se ajustan a lo que me dijo hace poco Juan Ramón de la Fuente: éste será un gobierno de transformación y cambios porque sin cambios no puede haber transformación.
En energía, en salud, en educación, en política industrial e inversiones, en política internacional, las designaciones van todas en ese sentido, están marcando cambios. Buena parte de ello exhibe algo a lo que no solemos darle la importancia que realmente tiene: el estilo personal de gobernar de cada presidente. Pueden provenir de una misma usina ideológica y política, pero poco tuvo que ver Ruiz Cortines con López Mateos, López Portillo con Miguel de la Madrid o incluso Salinas de Gortari con Zedillo. Se pueden hacer todas las simplificaciones que se quiera (“la dictadura perfecta”) pero cada uno de ellos gobernó, siendo todos priistas, desde ópticas y visiones en ocasiones muy diferentes. Y todos fueron en su momento poderosos.
Creo que al final vamos a tener una presidenta que le hará todos los reconocimientos posibles a López Obrador mientras aplica las políticas que considere más convenientes. Una mandataria que tendrá que invertir buena parte de sus fuerzas en obtener buenos resultados en circunstancias complejas, pero también en contener las presiones internas para marcar su rumbo y evitar que implosione su movimiento. Con un ex presidente que no se retirará por completo, pero al que tampoco le alcanzará como para ser el poder tras el trono.