Lo que está ocurriendo con la reforma judicial es la consecuencia de que una serie de ocurrencias ideológicas se transformen en iniciativas para una de las reformas más amplias y delicadas que requiere el país.
Nadie duda que el país necesita una profunda reforma judicial, pero no se puede tener una discusión sobre el tema tan poco seria como la que estamos observando. Resulta incomprensible que el presidente López Obrador diga ahora que se les pasó, como si fuera un tema menor, quitar de la iniciativa que los jueces tuvieran cinco años de experiencia. Es más, el presidente dijo que preferiría que los nuevos jueces fueran estudiantes recién salidos de la carrera de derecho. Es una desmesura tan grande como aquella de que extraer petróleo no era diferente a perforar un pozo de agua o que el COVID no era más que una gripa. Alguien le tendría que explicar al presidente cómo funciona el poder judicial, cómo se llega a juez o magistrado, qué es la carrera judicial.
Para poder escalar en la carrera judicial se trabaja durante años, se hacen exámenes, se tienen que cumplir criterios y tener conocimientos legales. No son cargos que se dan por nepotismo o por simple lealtad política. No necesitamos jueces y magistrados inexpertos, necesitamos que sean más expertos, que tengan mayor formación, necesitamos más y mejores jueces. La iniciativa propuesta y las declaraciones presidenciales van en sentido opuesto: tendremos menos y mucho peores jueces. El tema del conocimiento y la experiencia está, además, directamente relacionado con la autonomía del propio poder judicial: cuanto más inexpertos más dependientes son los jueces.
Por supuesto que se necesita una justicia más expedita, pero para eso se debe cambiar la legislación y el sistema. En muchos casos las sentencias se alargan notablemente porque las defensas interponen todo tipo de amparos, precisamente para que no haya sentencia y así poder obtener alguna ventaja, como sucede con los asesinos del hijo de Isabel Miranda o con Israel Vallarta. Se demanda, con toda razón, que los delincuentes ligados al crimen organizado como el hijo de El Marro o el hermano de El Mencho permanezcan en la cárcel pero para eso, como ocurrió con esos dos casos, se requiere que se respeten las normas de las detenciones, que las carpetas de investigación estén bien integradas, que se sustenten con pruebas.
Se supone que con la nueva administración viene una nueva y muy diferente etapa en términos de seguridad y vaya que la necesitamos, pero lo deseable sería que en esa revisión completa del sistema se incluyera a policías, fuerzas de seguridad, de inteligencia, ministerios públicos y fiscalías y por supuesto también el sistema de justicia. No puede haber una reforma al poder judicial desarticulada de las políticas de seguridad y procuración de justicia.
No se trata en última instancia de hacer o no gradual la reforma, que por supuesto tiene que serlo, sino de hacer una buena reforma, diseñada precisamente por los que no quiere el presidente, que son los especialistas. Y para acometer tal tarea son insuficientes unas semanas de foros en donde interviene más la política partidaria que el debate institucional. Pero, además, estamos en un momento, la transición del gobierno, que contamina todo el debate: el presidente López Obrador aunque sea a tropezones, quiere dejar esta reforma, improvisada, mal diseñada y redactada, sin objetivos claros pero con una fuerte carga ideológica, como su legado.
La lógica indica que ésta, de tan largo aliento, tiene que ser una reforma no de fin de administración sino de inicio de la misma: debería ser asumida como una tarea central por el gobierno que inicia no como imposición del que se va. Aprobada así puede convertirse en una herencia envenenada.
Alito se carga al PRI
La mejor demostración de que el PRI hace mucho dejó de ser lo que era lo tuvimos este fin de semana: la facilidad con la que Alejandro Moreno, rodeado de sus incondicionales, se deshizo de sus rivales, de las normas y estatutos del partido para planchar su reelección, hubiera sido imposible, evidentemente, cuando el PRI detentaba el poder, pero incluso después, en sus dos sexenios de opositor con el PAN en el gobierno, cuando tuvo elecciones nacionales de dirigencias, corrientes internas, luchas por las candidaturas. Hoy Alito acabó de un plumazo con las normas y sus críticos. Y lo hizo un dirigente que perdió rigurosamente casi todas las elecciones, que convirtió al PRI en la quinta fuerza política nacional, que no llega al 10 por ciento de los votos.
Dos apuntes. Quizás tenía razón Carlos Salinas cuando pensó seriamente en dar una vuelta de tuerca y transformar al PRI en el partido de Solidaridad. Se dio cuenta que el modelo no daba ya mucho de sí y se necesitaba una renovación completa y ya no alcanzaba eso del nuevo PRI. Colosio hubiera sido el destinado a dar ese paso, pero se atravesó Lomas Taurinas. Ernesto Zedillo tenía tan poco interés en el PRI que tuvo cinco presidentes del partido en seis años y perdió las elecciones del 2000. Pero en las administraciones panistas, el PRI supo ser contraparte, hacer trabajo legislativo, ganar elecciones, fue muy importante el trabajo de Enrique Jackson con Fox y de Manlio Fabio Beltrones con Calderón y pudo reordenarse, reinventarse, como para ganar por amplio margen las elecciones del 2012. Desde entonces todo ha sido en caída libre, sobre todo en estos últimos años con Alejandro Moreno. Por cierto, prácticamente ninguno de los que hicieron aquella reinvención partidaria están hoy con Alito.