El atentado contra Donald Trump, que terminó con el republicano herido en una oreja, hará casi imbatible su candidatura en noviembre en los comicios estadounidenses.
Es también una demostración más de la violencia que genera la polarización en todos lados, pero mucho más en un país donde hay más armas que habitantes. Lo que le sucedió Trump es terrible, tan terrible como las muertes que se dan cotidianamente en tiroteos, ataques de presuntos desequilibrados, masacres en escuelas y centros comerciales de ese país. O en el nuestro, con las armas que vienen de Estados Unidos.
Pero el atentado a Trump quien ha elevado a su máximo grado esa polarización, quien más ha defendido el uso de las armas, quien utiliza un lenguaje de fuerza y arrebato que ha impulsado las peores formas de violencia, como en la toma del Capitolio el 6 de enero de 2022, lo convierte de victimario en víctima, de provocador en héroe.
No faltará la teoría de la conspiración que hablen de un auto atentado o algo similar. No es verdad: sí se atacó a Trump y éste salvó milagrosamente la vida, como ya le había sucedido años atrás a Ronald Reagan. La muerte del atacante (como con Lee Harvey Oswald) no ayudara a tener claridad sobre lo sucedido o sobre quien fue el instigador del crimen.
Un buen amigo comentaba ayer que afortunadamente Trump no murió porque eso hubiera implicado una enorme ola de violencia, casi una guerra civil que se desfogaría contra hispanos y afroamericanos. Puede ser. Las primeras reacciones de los más radicales partidarios de Trump hablan de venganza, pero su equipo de campaña lo capitaliza invirtiendo la realidad: los que quieren las violencia con acusaciones de fascismo, con el lenguaje de que hay que frenar a como dé lugar a Trump, dicen, son los demócratas, ellos provocaron el atentado.
No es la primera vez que un ataque de estas características catapulta la persona o el movimiento con el que intenta acabar. Eso aparentemente ocurrirá con el trumpismo.
Contra un candidato victimizado, compite un Joe Biden que provoca, en el mejor de los casos, lástima. Un Biden que se aferra a la candidatura presidencial pese a que ahora la cobertura de su campaña se concentra en sus cada vez más frecuentes errores: acaba de terminar una de las más importantes reuniones de la OTAN en Washington donde se celebró su 75 aniversario, con grandes acuerdos políticos y militares, pero la nota fue que Biden confundió a Zelenski con Putin y llamó a la vicepresidenta Harris, vicepresidenta Trump y así será hasta noviembre.
México se ha equivocado y mucho con Trump. Peña Nieto cometió aquel error terrible, impulsado por Luis Videgaray, de recibirlo como candidato en Los Pinos, sin haber concertado una visita similar con su entonces oponente Hillary Clinton, y cuando Trump amenazaba con el muro y la deportación masiva de migrantes, cuando decía en sus discursos que los mexicanos eran asesinos y violadores. Eso sirvió para derrumbar la popularidad de Peña, aumentar la de Trump y para que Videgaray tuviera una buena relación con el yerno de Trump, Jared Kushner y que se abriera la renegociación del TLC que terminó ya en el gobierno de López Obrador en el nuevo TMEC, que tendrá que volver a ser revisado en 2026.
López Obrador, que incluso había escrito un libro muy duro contra Trump, cuando llegó a Palacio Nacional creyó que podía presionar abriendo las fronteras. A las oleadas migrantes, Trump respondió con amenazas y el presidente decidió que podía hacer cualquier cosa menos pelearse con Trump, dio un giro de 180 grados, envió 27 mil soldados y guardias nacionales a la frontera y aceptó, con otro nombre, jugar el papel de tercer país seguro con los migrantes y solicitantes de asilo. Desde entonces Trump dice que el muro lo hicieron los soldados mexicanos y lo paga México. En parte tiene razón.
López Obrador fue más allá. En plena campaña del 2020 voló a Washington para estar con Trump en La Casa Blanca en lo que fue interpretado como un apoyo explícito su campaña. Actuó, vaya paradoja, exactamente igual que Peña Nieto, al que tanto criticaron duramente por haber recibido cuatro años antes a Trump en Los Pinos.
El único endurecimiento de López Obrador con Trump se dio con la detención del general Salvador Cienfuegos: a pesar que en las primeras horas la celebró, luego de una intensa presión militar y política exigió su liberación y finalmente la logró. Trump había perdido en esos días la elección.
Después del fallido atentado, a unas horas de la Convención republicana, y ya con Trump de candidato (pendientes de ver a quién anuncia como vicepresidente) y con un Biden disminuido, el equipo de Claudia Sheinbaum se apresta a afrontar las elecciones estadounidenses manteniendo, eso nos comentaba antes de las elecciones Juan Ramon de la Fuente, distancia con la competencia electoral y analizando cómo afrontar la próxima administración, sobre todo si es Trump, considerando que muchos de los que estuvieron en su primera administración y que eran las vías de comunicación de López Obrador, ya no estarán en La Casa Blanca.
No creo que Sheinbaum vaya a replicar la política de López Obrador por la sencilla razón de que un Trump de regreso y más radicalizado será también mucho más duro en una relación bilateral que hoy con migración, fentanilo, energía, agricultura, es mucho más compleja.
Se requerirá una agenda más amplia, que diversifique las políticas y tener mucha más capacidad de interlocución y operación. Y me imagino que para manejar esa agenda tendremos una presidenta mucho más presente, política y personalmente, en la Unión Americana. Ojalá.