Hoy se cumplen tres años del triunfo electoral de Vicente Fox. Una victoria que no llegó, a cambiar el sistema político nacional, que no ha cubierto las expectativas de cambio que genero en la sociedad. Con la alternancia hubo ganadores y perdedores: uno de los primeros, ha sido Ernesto Zedillo. Ha quedado como el presidente que permitió la transición y acepto la derrota del priísmo. Carlos Salinas, quiere recuperar espacios de poder, avanzar en una suerte de reposicionamiento público y convertirse en una suerte de arbitro tanto dentro como fuera del PRI.
Hoy se cumplen tres años del triunfo electoral de Vicente Fox. Una victoria que, efectivamente, sacó al PRI de Los Pinos pero que no llegó, ni mucho menos, a cambiar el sistema político nacional. La alternancia por supuesto que fue útil y necesaria, pero también es verdad que no ha cubierto, aún, las expectativas de cambio que generó en la sociedad.
Pero de la misma forma que trastocó, sin producir un cambio de fondo, muchos de los equilibrios políticos, permitió la emergencia o resurrección de algunos personajes y el derrumbe de otros. Con la alternancia hubo ganadores y perdedores: uno de los primeros, sin duda, ha sido Ernesto Zedillo. Ha quedado como el presidente que permitió la transición y aceptó la derrota del priísmo después de siete décadas de poder ininterrumpidos. Y ese prestigio lo ha cosechado, en dos niveles: tranquilidad y respeto dentro de México y, en el exterior, influencia y reconocimiento que le ha permitido acceder a posiciones empresariales y académicas muy atractivas. Pero, a cambio de eso, en buena medida ha tenido que resignar sus posibilidades de influir en la política mexicana en forma directa. Mantiene Zedillo, sin duda, presencia en México, pero ésta tiene mucha más relación con las élites políticas y empresariales que con el poder como tal. El tener una fuerte influencia en el PRI no creo que esté, hoy, en sus posibilidades ni tampoco entre sus prioridades personales.
Paradójicamente, otro de los beneficiarios del dos de julio y, sobre todo, del escenario que se ha ido construyendo a lo largo de estos tres años, es precisamente el principal adversario de Zedillo: su antecesor, Carlos Salinas de Gortari. La apuesta del ex presidente parece ser bastante clara: quiere no sólo recupera espacios de poder real, avanzar en una suerte de reposicionamiento público y lograr ambas cosas a partir de convertirse en una suerte de árbitro tanto dentro como fuera del PRI.
Para eso Salinas de Gortari está apostando a lo que mejor sabe hacer: el manejo de los escenarios y los equilibrios, aunque a veces lo traicione el afán por el ajuste de cuentas con el pasado inmediato. Luego de todo lo ocurrido al final de su sexenio, Salinas de Gortari no puede presumir hoy de contar, en el ámbito internacional, con las magníficas relaciones que tuvo durante sus años en el poder, pero el reencuentro con el ex presidente George Bush, padre del actual mandatario estadounidense, le ha permitido un grado de operación y de presencia que había perdido. El año pasado ello quedó de manifiesto con la organización del encuentro NAFTA at 10, en Washington, y que le permitió a Salinas reencontrarse públicamente con Bush padre y con el ex premier canadiense Brian Mulroney. Ayer se anunció que se creará en el Washington Center la beca Carlos Salinas Fellowship para analizar precisamente el impacto de la integración entre los tres países y abarca estudios que van desde el comercio internacional hasta la educación y el derecho. Está dirigida sobre todo a estudiantes mexicanos. Pero, al mimo tiempo, en Boston y en La Habana se anunció (y todos sabemos que en Cuba nada ocurre en el terreno de la información por casualidad) que el propio Salinas fue quien intercedió ante el comandante Fidel Castro para que se detuviera en la capital cubana al padre de dos niños que éste había secuestrado en Estados Unidos, llevándolos a un largo periplo por Egipto, España, Panamá y Cuba, mientras le exigía a la madre un millón de dólares para regresárselos. Ser intermediario entre una familia y autoridades políticas y policiales estadounidenses, y los más altos niveles del poder en Cuba, lograr la detención del padre y el regreso de los niños a Estados Unidos unos pocos días después de que Salinas se entrevistó con la madre en Houston, es algo que demuestra que Salinas no está precisamente desamparado en el ámbito internacional.
En el contexto nacional, Salinas, como hemos dicho hace ya varias semanas, está de regreso. El mismo se dio mucho antes pero se confirmó durante la boda de su hija Cecilia, cuando logró un nivel de convocatoria que no tenía, literalmente, desde que concluyó su periodo presidencial. Se ha hablado, y mucho, sobre quiénes están actuando como interlocutores de Salinas dentro y fuera del PRI. Sin embargo, si se quiere centrar esa interlocución en una sola persona se estará cometiendo un error. A Salinas siempre le ha gustado jugar, decíamos, con diferentes escenarios y equilibrios: pensar que en la que es quizás la única oportunidad que le queda para reinsertarse realmente en el teatro político nacional, Salinas está apostando a un solo escenario y a uno o dos actores, sería desconocerlo.
Está jugando apuestas múltiples y ello fue evidente desde la misma fiesta de la boda de Cecilia Salinas. Sin duda, uno de sus principales contactos es el presidente del PRI, Roberto Madrazo. La llegada al PRI del ex gobernador de Tabasco ha sido fundamental para la estrategia de Salinas: la relación con Madrazo siempre fue muy buena y ambos estuvieron duramente enfrentados con Ernesto Zedillo. Pero, insistimos, no es la única apuesta. Al mismo tiempo que fortalece esa relación, también ésta es sólida con el gobernador del estado de México, Arturo Montiel, y con el de Hidalgo, Manuel Angel Núñez Soto, ambos estuvieron, también en la boda: ninguno de ellos puede ser calificado como parte del equipo de Madrazo, más bien al contrario. Pero los tres son potenciales precandidatos presidenciales.
Y si bien mantiene una buena relación con Montiel, tampoco lo deja solo: por eso aparece en un lugar tan destacado en la lista de candidatos plurinominales Francisco Rojas, el ex titular de Petróleos Mexicanos que es, posiblemente y hoy en día, el político más cercano, en la operación y lo personal, del propio Salinas. Con su inclusión en un lugar privilegiado en las listas, Rojas se convirtió automáticamente en precandidato para el estado de México, desde fuera del actual grupo en el poder y alterando las alianzas internas en el estado para la sucesión de Montiel. Y recordemos que ese momento siempre ha sido una señal clave para determinar cómo se está alineando el priismo de cara a las elecciones presidenciales.
En la otra vertiente, es también sólida la relación que mantiene Salinas con Elba Esther Gordillo. Ella ha sido un conducto muy importante para estar en contacto con diferentes actores del priísmo y de fuera de éste. Pero Salinas tampoco apuesta todo a la maestra: su relación con otro de los invitados a la boda, Manlio Fabio Beltrones, quizás uno de los adversarios internos más sólidos de Gordillo, también es estrecha. Si entre ellos se concentra la lucha por la coordinación legislativa del PRI, Salinas tendrá interlocución con ambos. Y como símbolo, porque su peso político aún es escaso, allí estará su sobrina, Claudia Ruiz Massieu Salinas, hija del fallecido José Francisco y de su primera esposa, Adriana Salinas.
La influencia de Salinas y sus contactos no se agotan, sin embargo, en el priismo. El coordinador de la bancada panista en el Senado, Diego Fernández de Cevallos, nunca ha negado la buena relación y la amistad con el ex presidente. Tampoco el ex secretario de la Contraloría y actual candidato a diputado (y seguramente futuro coordinador de la bancada panista en San Lázaro), Francisco Barrio Terrazas. Ambos son piezas decisivas en el panismo y no está nada mal, para un ex presidente que tuvo una historia tan accidentada, tener una relación especial tanto con los dos líderes legislativos del panismo como con prácticamente todos los principales dirigentes actuales del priísmo.
Pero los contactos con los futuros líderes de los grupos legislativos no acaban con el PRI y el PAN: el más probable coordinador del grupo parlamentario del Partido Verde será Jorge Kawaghi y éste ha declarado que el político que más admira es Carlos Salinas. Alguien podrá argumentar que la influencia salinista en el perredismo no existe. Puede ser, pero habría que preguntarse el porqué de la insistencia de Cuauhtémoc Cárdenas en señalar que él no percibe lugar, en su partido, para personajes salinistas. Muchos dirigieron sus miradas hacia ciertos políticos que se han aliado en los últimos tiempos al partido del sol azteca, pero muchos creen que la mirada del ingeniero está enfocada, sobre todo, en los sectores empresariales que, opina, apoyaron al salinismo y que ahora están cerca, sobre todo, de Andrés Manuel López Obrador.
Salinas no juega nunca a un solo escenario ni a un personaje. Menos lo hará ahora cuando su objetivo político central parece ser el de reinsertarse jugando el papel de árbitro de las disputas internas de su partido, pero también en las del propio poder y el congreso.