Hoy habrá elecciones federales y en diez estados más (seis de ellas para elegir gobernador), los presidentes de los tres principales partidos políticos sufrirán, los presidentes de los tres principales partidos políticos sufrirán, una fuerte andanada política que podría sacarlos de sus actuales posiciones o por lo menos dejarlos muy debilitados. Con los resultados de la noche de hoy comienza, la lucha por la sucesión, por remplazar a Vicente Fox en los Pinos en el 2006. Con aciertos y errores, ni Roberto Madrazo, ni Luis Felipe Bravo Mena, ni Rosario Robles parecen estar cubriendo plenamente esas expectativas.
Hoy habrá elecciones federales y en diez estados más (seis de ellas para elegir gobernador) e independientemente de los resultados, los presidentes de los tres principales partidos políticos sufrirán, a partir de mañana, una fuerte andanada política que podría sacarlos de sus actuales posiciones o por lo menos dejarlos muy debilitados.
Con los resultados de la noche de hoy comienza, en los hechos, la lucha por la sucesión, por reemplazar a Vicente Fox en Los Pinos en el 2006. Y si tradicionalmente el cuarto año era el del mayor poder de los presidentes del viejo sistema, en esta ocasión lo que habrá será una clara debilidad de la administración federal que acelerará la inquietud de muchos aspirantes por llegar a los próximos comicios federales lo mejor apuntalados posible.
Pero en esa lógica, los presidentes de partido que se requieren son también diferentes que en el pasado. Y hoy, con aciertos y errores, ni Roberto Madrazo, ni Luis Felipe Bravo Mena, ni Rosario Robles parecen estar cubriendo plenamente esas expectativas. Y los próximos serán meses muy difíciles para los tres.
Rosario y el dichoso 20 por ciento
El de Rosario Robles era quizás el caso en que más lejano podría estar de vivirse una crisis o un debilitamiento de la dirigencia. La presidenta nacional del PRD llegó a esa posición conservando aún buena parte de la popularidad que había logrado en la jefatura de gobierno del DF, cuando reemplazó por poco más de un año a Cuauhtémoc Cárdenas (Rosario es una mujer inteligente y astuta para el juego político) pero asumió un compromiso inútil: dijo que si su partido no obtenía el 20 por ciento de los votos (algunas semanas atrás había hablado del 25 por ciento) renunciaría a su cargo. Un compromiso inútil porque, independientemente de las cuentas alegres que podrán realizar algunos de sus militantes (Javier Hidalgo llegó a hablar de que el PRD obtendría más del 27 por ciento de los votos), lo cierto es que muy probablemente el porcentaje electoral del perredismo estará cerca del límite que se ha puesto su presidenta nacional y eso contabilizando una copiosa votación a su favor en el Distrito Federal.
Rosario podría verse en entredicho inmediatamente después de las elecciones por el compromiso no cumplido (o cumplido en el límite) pero también por las divergencias internas que, como siempre, azotan al PRD. Rosario fue una figura cercanísima a Cuauhtémoc Cárdenas: en buena medida por él llegó a la jefatura de gobierno y sin duda fue Cárdenas quien la impulsó para que alcanzará la presidencia del partido. Pero con el tiempo y los reacomodos internos (y luego de algunos golpes mediáticos que muchos suponían originados en niveles altos del gobierno capitalino) Rosario fue volcándose cada vez más en una alianza con Andrés Manuel López Obrador en detrimento del ingeniero Cárdenas. El poco cuidado de las formas en la selección de candidatos (que motivó incluso la anulación del proceso en el DF por parte del Instituto Electoral local), la intención de algunos sectores del partido de jubilar a Cárdenas antes de tiempo y las legítimas aspiraciones de Rosario para competir por la presidencia de la república en 2006, la hicieron chocar con diversos y bien montados intereses partidarios, al mismo tiempo que a su izquierda surgían sectores relativamente marginales en el universo perredista pero que no han cejado en la búsqueda de su desplazamiento político. Esas fuerzas convergerán en su contra pasado el proceso electoral, sobre todo si no se alcanza el 20 por ciento.
Sin embargo, son también muchos los perredistas que coinciden en que Rosario, salvo que se dé un resultado catastrófico (que nadie espera), debe permanecer en la presidencia partidaria. Primero, porque sigue siendo una de las dirigentes más carismáticas y populares del PRD; segundo, porque no lo ha hecho mal al frente del partido; y tercero porque su salida provocaría un reacomodo de fuerzas internas en el perredismo que lo llevaría no hacia un futuro optimista de cara al 2006 sino hacia una nueva crisis. El punto central es que Rosario, opinan hoy muchos perredistas, asuma que debe actuar como árbitro del proceso interno y no como parte interesada en él, que renuncie en otras palabras a buscar la candidatura presidencial. Y todo indica que Rosario está, ya, en esa lógica.
De todas formas las presiones existirán y presumiblemente los costos también, sobre todo porque muchos en el partido del sol azteca siguen confundiendo la popularidad de Andrés Manuel en el DF o la respetabilidad que genera Cárdenas en el ambiente político con la solidez de su partido. Ese es el mayor problema del PRD: un estructura endeble en buena parte del país que no puede compensarse con alianzas de última hora con desprendimientos de otros partidos que lo llevan, a su vez a perder identidad. El surgimiento de otras opciones como México Posible ponen aún más de manifiesto esa debilidad porque MP surge de los sectores que el PRD siempre asumió como suyos y que descuidó e ignoró en aras de la real politik desde hace años.
Madrazo entre la euforia y la crisis
El dirigente priista Roberto Madrazo vivirá en los próximos días algunas jornadas agridulces. Seguramente al PRI no le irá mal en las elecciones de este domingo, incluso le podría ir mucho mejor de lo que la mayoría imaginamos hace tres años.
Pero el PRI está viviendo en un periodo de gracia, en medio de una tregua entre sus diferentes fracciones internas, que están esperando que termine la elección para poner sobre el tapete, nuevamente, el debate interno, buscando mecanismos de gobernabilidad que le otorguen las reglas para su funcionamiento futuro y, sobre todo, para regir el proceso de selección de su candidato presidencial. Y allí el problema es relativamente sencillo pero la respuesta, la operación resulta muy compleja.
Como los aspirantes son muchos (además del propio Madrazo, también de una u otra forma buscarán la candidatura presidencial Arturo Montiel, Manuel Angel Núñez Soto, Tomás Yarrington, Juan S. Millán, Enrique Jackson, José Murat, quizás hasta Elba Esther Gordillo o Manlio Fabio Beltrones, incluso Natividad González Parás si gana hoy las elecciones en Nuevo León) la tesis que permea entre la mayoría de los factores de poder del priísmo es que Madrazo si busca la candidatura debe dejar la presidencia del partido o si conserva ésta debe renunciar a buscar la candidatura presidencial.
Madrazo es conciente de ello y por eso ha dicho que pasada la elección, en su partido no será, aún, tiempo para analizar la sucesión. El problema es que varios gobernadores parecen dispuestos, inmediatamente después de superada la jornada electoral, de hacer públicas sus aspiraciones y los tiempos políticos, entonces, no los podrá imponer la dirigencia partidaria, que está apostando a prolongarlos para, de esa forma, esperar los procesos de sustitución de autoridades en los estados el año próximo, para debilitar, de alguna forma, la posible coalición de gobernadores tanto en torno a un candidato único de esos sectores como para imponer cambios en la dirigencia.
Nadie querrá, sobre todo si los resultados le son favorables, romper en primera instancia pero, paradójicamente, esos buenos resultados pueden aumentar las expectativas de poder y colocar en posiciones más irreflexivas a los distintos participantes en la lucha interna del priismo, un partido que, en estos días y en los futuros, estará, como quizás nunca en su historia reciente, tan cerca, simultáneamente, del cielo y del infierno.
Luis Felipe, rebasado
Si en el PRI y en el PRD el capítulo central en torno a las discrepancias con las dirigencias partidarias se colocará a partir de las elecciones en la necesidad de que sus líderes actúen como árbitros de las contiendas internas, en el PAN el problema es otro: asumirse como un partido en el poder y descubrir cuáles son las reglas que le permitan convivir en esa condición con un gobierno con el cual, cada vez más, muchos de sus dirigentes históricos tienen diferencias más o menos solapadas.
Luis Felipe Bravo Mena fue reelegido al frente del PAN para cumplir con esa función: para tratar de ser una eficaz correa de transmisión entre el panismo y el gobierno. La primera intención de Luis Felipe fue no buscar la reelección e incluso así llegó a platicarlo con el presidente Fox, en cuyo entorno surgió, entonces, la candidatura de Carlos Medina Plascencia. Pero luego Luis Felipe reconsideró su posición, regresó a la lucha interna y le ganó a Medina el proceso interno con el apoyo de la mayoría del panismo "no foxista". Pero allí quedó marcada también su debilidad, porque al tratar de acercarse al presidente y su equipo para cumplir con sus tareas de correa de transmisión partido-gobierno, se fue alejando de quienes lo llevaron a la reelección en el PAN (¿recuerda usted aquello del fuego amigo contra Diego o cómo esa corriente del panismo sintió que no tuvieron apoyo para sacar a Antonio Lozano Gracia como candidato a diputado?) mientras que en sectores del gobierno siguen recordando que Luis Felipe, originalmente, no iba a participar en el proceso partidario y que, por eso, muchos de los miembros del equipo foxista apoyaron públicamente a Medina Plascencia…y perdieron.
Cuando se designó al propio Medina Plascencia al frente de la estrategia y la operación electoral del 6 de julio, el margen de Luis Felipe disminuyó aún más y su perspectiva posterior a los comicios se torno más sombría aún: si al PAN le va bien será un triunfo de Medina Plascencia; si le va mal, en el mejor de los casos será una derrota compartida entre el antecesor de Fox en Guanajuato y el propio Bravo Mena. La utilización intensiva del presidente Fox en la campaña agudizará esa sensación.
No se debería descartar, sobre todo si los resultados no favorecen al PAN, cambios en ese partido, antes de la convención partidaria del primer trimestre del 2005, como lo dictan los estatutos.
Sólo una cosa es cierta: ni Roberto, ni Rosario ni Luis Felipe Bravo Mena, tendrán mucho que festejar a partir del 7 de julio pero si tendrán mucho de qué preocuparse.