El presidente, la niebla, la amargura, la paranoia
Columna JFM

El presidente, la niebla, la amargura, la paranoia

En estos tres años no ha habido errores: en el gabinete no habrá cambios, aún hay tiempo para implementar programas, están trabajando para obtener resultados en los próximos sexenios, la gestión presidencial no fue calificada en las urnas; la responsabilidad de la derrota electoral es de los medios, son algunas de las justificaciones que se han esgrimido desde el gobierno y el PAN.

En estos tres años no ha habido errores; en el gabinete no habrá cambios; los miembros del equipo en el gobierno aún tienen tiempo para implementar sus programas; no estamos trabajando para tener resultados en este sexenio sino en los próximos; la gestión presidencial no fue calificada por las urnas; la responsabilidad de la derrota electoral es de los medios: esos son sólo algunas de las justificaciones que disfrazadas de tonterías políticas, se han esgrimido desde el gobierno y el PAN en las últimas 72 horas, incluso desde el día anterior de los comicios, para explicar la derrota electoral del domingo y para mostrar que ella no tiene responsables, que resultó ser casi un accidente de la naturaleza.

Se equivoca el presidente Fox y se equivocan los funcionarios gubernamentales y los dirigentes del PAN. Toda derrota política tiene responsables, hay que localizarlos y se debe trasmitir al electorado la idea de que se escuchó el mensaje tomando medidas. No hubo silencio en la votación del domingo ni en el abstencionismo de casi el 60 por ciento de los electores, como se ha dicho, salvo que se esté hablando de esos silencios estruendosos que deberían conmover a cualquier administración que se encuentre en esa circunstancia. Federico Arreola hablaba el lunes del castigo que había sufrido la administración Fox por su arrogancia y tan es verdad que varios de sus principales funcionarios la siguen esgrimiendo como un mecanismo de autodefensa para no interpretar lo que, a gritos, expresó el voto (y la abstención) de la ciudadanía el pasado domingo.

Dick Morris aquel controvertido pero exitosísimo asesor de Clinton, fue, en la campaña electoral del 2000 asesor de Vicente Fox. Parece que el propio presidente no aprendió de las enseñanzas de Morris. En su libro El Nuevo Principe, Morris describe una situación que parece caracterizar lo que está viviendo en estos días la administración Fox: "los presidentes, dice, pronto descubren que su visión está nublada por una especie de niebla que los rodea…cuando la crítica de afuera choca con la adulación de adentro, el resultado es una especie de niebla que nubla la visión presidencial. Algunos presidentes, agrega Morris, están permanentemente alterados por esta niebla. En algunos, la amargura, la paranoia y la actitud defensiva aplastan su personalidad y los paralizan como personas y como presidentes". Eso es, en buena medida, lo que parece estar ocurriendo con el presidente Fox y su entorno, ese que lo llena de alabanzas, que le dice que la responsabilidad de su derrota electoral es de los medios, que primero lo lanzaron a una campaña plebiscitaria y ahora le dicen que su gestión no era parte del juego electoral, y que intentan convencerlo de que no debe realizar cambios en su equipo para no dar muestras de debilidad.

El presidente Fox, si evalúa con sensatez los resultados electorales y las reacciones que se están suscitando no sólo en la prensa nacional e internacional sino también entre sectores de poder tan diferentes como los empresarios, la iglesia o la intelectualidad, debe comprender que necesita hacer cambios y debe hacerlos rápido, porque en la actualidad esa niebla que lo rodea, diría Morris, lo está llevando a la amargura, la paranoia, la parálisis y la destrucción de su personalidad política, como sostiene quien fue su asesor en aquellos lejanos tiempos de la campaña presidencial.

El propio Morris, además de revelar cómo Clinton cambió toda su estrategia y buena parte de su equipo después de la derrota electoral en las elecciones intermedias de su primer periodo en 1994 (cambios que incluso provocaron el quitar a Hillary del lugar de preeminencia pública que tenía hasta ese momento), explica el "arsenal" de armas con los que cuenta el equipo del presidente para evitar ser removido de sus cargos y para mantener su alto nivel de influencia reduciendo, sistemáticamente, la capacidad de decisión del propio presidente. Habla de las filtraciones a la prensa desde el propio equipo "con el fin de negarle al presidente espacio para maniobrar o para restringir sus opciones". De la "programación" destinada a mantener al presidente "descalzo y embarazado", manteniéndolo en viajes constantes, siempre trepado en el avión presidencial, lejos e incomunicado, donde, por supuesto, "es cautivo de sus compañeros de viaje". El agotamiento, dice Morris, es otra táctica favorita de su equipo para dominar a un presidente: "ármele un programa lo suficientemente apretado como para que no pueda ver bien y necesite unos días de sueño para compensar el viaje y los cambios de horario y de esa forma no estará allí, eficazmente, para supervisarlo a usted". Políticos tan avezados como Clinton, dice Morris, estaban convencidos de que su propio equipo utilizaba esas tácticas para controlarlo. Y Morris les recuerda a los presidentes que "su deseo de moverse por su estado o su nación socava su capacidad de conducir eficazmente. Cuando más mueve su cuerpo, menos puede usar su mente; tiene que mantener la rienda corta a sus viajes y pasar tanto tiempo como sea posible en su escritorio dirigiendo su oficina".

Otra de las tácticas de control que tiene un equipo sobre su presidente está en el flujo de información y opciones, volcando éstas hacia un solo punto de vista…el que sostienen sus propios funcionarios. "No se puede", dice Morris, es la palabra favorita de la casa presidencial.

Pero un presidente puede, dice Morris. "Todo lo que debe hacer es comprender que debe pasar por encima de su equipo formal y pagado, con un gabinete de cocina de tiempo parcial y formado por asesores de afuera que trabajen para él de hecho pero no nominalmente. Para cada área de atención presidencial debe tener gente no inserta en la estructura gubernamental que le dé información y opciones. Lo harán alegremente para un presidente -incluso sin pago y sin rédito- y armarán al primer mandatario para luchar contra el chaleco de fuerza que su equipo le impondrá". De otra forma, concluye, "estará atrapado, atado y esposado por su propios expertos de adentro". Un ejemplo sencillo: ¿por qué la casa presidencial utiliza sólo las encuestas de sus propios equipos e ignora las que hacen fuera empresas y medios responsables, para tomar sus decisiones?

En las horas previas e inmediatamente posteriores a la elección del 6 de julio el presidente fue convencido de que no debía realizar cambios en su equipo por los propios miembros de su equipo. Esa niebla conceptual, ese choque de calor entre las desmedidas alabanzas internas y las duras críticas externas lo llevaron a declarar que no había errores, que no habría cambios, que su gestión no era juzgada, que la responsabilidad en todo caso era de los medios.

Sin embargo, en la tarde del lunes, después de las declaraciones de Luis Felipe Bravo Mena y Carlos Medina Plascencia (y del propio presidente Fox), hubo una reunión con algunos miembros del gabinete (donde estuvieron sólo unos pocos miembros del equipo de Los Pinos) y algunos miembros del PAN, que no eran ni Medina ni Bravo Mena, donde se le plantearon otras opciones y otra lectura de la realidad al propio presidente Fox.

De esa reunión y de las conclusiones que de allí se sacaron podrían devenir, finalmente, la autocrítica y los cambios que se negaron apenas unas horas antes. La posibilidad de movimientos en el equipo presidencial, en el gabinete, parece ser algo más que eso y podría concretarse, según algunos de los participantes en ese encuentro, en las próximas horas, incluso antes del fin de semana. Son, por supuesto, versiones que el propio presidente Fox, más temprano que tarde tendrá que confirmar o desmentir.

Lo cierto es que no le queda demasiado tiempo, que no puede darse el lujo de seguir rodeado de esa niebla de la que habla Morris, y marcado por "la amargura, la paranoia, la parálisis y la destrucción de su personalidad política" que ella provoca.

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