Los resultados electorales del pasado seis de julio imponen a los partidos la búsqueda de acuerdos. Durante los tres primeros años de Vicente Fox, no hubo, ni habrá en la 59 legislatura, mayorías propias, por lo tanto, si se quiere sacar adelante al país los acuerdos entre los partidos serán necesarios. Los acuerdos si no se construyen desde el gobierno, modificando políticas, conductas, discursos, hasta miembros del gabinete y del equipo gubernamental, simplemente no se darán.
Existe una lectura muy difundida (e interesada) que dice que los resultados electorales del pasado seis de julio imponen a los partidos la búsqueda de acuerdos. En parte, sólo en parte, es verdad porque los resultados confirmaron que, como en la 57 legislatura (la última mitad de Zedillo) y la 58, durante estos tres primeros años de Vicente Fox, no hubo, ni habrá en la 59 legislatura, mayorías propias y, por lo tanto, si se quiere sacar adelante el país los acuerdos entre los partidos serán necesarios. Lo que no se dice con la misma insistencia es que para los propios partidos esos acuerdos pueden o no ser necesarios según sus propios objetivos y que si los multicitados acuerdos no se construyen con imaginación y voluntad política desde una plataforma gubernamental (que en última instancia debe ser el ámbito más interesado en esos acuerdos) no habrá tal: los acuerdos si no se construyen explícitamente desde el gobierno, modificando políticas, conductas, discursos, hasta miembros del gabinete y del equipo gubernamental, simplemente no se darán, entre otras razones porque si el propio gobierno no realiza esa dramática vuelta de tuerca, lo que se institucionalizará, incluso contando ya con banderazo oficial de salida, será la sucesión de cara al 2006 (por eso Cuauhtémoc Cárdenas dice que Fox ya se "bajó" del poder y que el sexenio acabó) y todos sabemos que en medio de una lucha por el poder nadie está demasiado dispuesto a llegar a acuerdos con sus adversarios.
Y los procesos internos que acaban de darse en los partidos de la oposición para designar a sus coordinadores parlamentarios en la cámara de diputados lo demuestran: las tendencias a endurecer posiciones son tanto o más fuertes que las partidarias de los grandes acuerdos.
El nuevo equilibrio priista
En el PRI no hubo sorpresas ni tampoco rupturas. Es verdad que el tricolor está viviendo momentos muy especiales pero quienes terminan augurando ante cada confrontación interna una irremediable ruptura interna, se han equivocado una y otra vez, y lo siguen haciendo en estos días: simplemente porque suelen confundir deseos con realidades.
En la elección del sábado en el Plutarco Elías Calles ganó Elba Esther Gordillo por 124 votos contra 92 de Manlio Fabio Beltrones. En el proceso interno se dijeron casi de todo, pero terminada la primera ronda de votaciones, Manlio aceptó (algunos dicen que a sugerencia de la propia Elba, otros que de Madrazo, yo creo que por decisión propia) que no era necesario una segunda ronda de votos en una disputa sólo entre dos. Hubo saludos, apapachos, Madrazo levantando las manos de ambos, promesas soto voce de que Manlio presidirá la mesa directiva y entonces le tocará contestar el tercer informe presidencial, y todo coronado con aplausos.
¿Y todos felices? Por supuesto que ese no será el corolario y que la elección del sábado no fue más que una batalla (importante pero batalla al fin) del proceso interno priísta, pero lo que sigue asombrando es que no hay rupturas reales, estructurales en el priísmo. Y no la hay porque una cosa es fundamental: el poder, siempre lo hemos dicho, cohesiona y las expectativas de poder en el priismo, en estos momentos, son muy altas y crecerán con los resultados electorales del 2004. Si su dirigencia y sus factores reales, como los gobernadores, y algunos legisladores, actúan con inteligencia, saben que tienen posibilidades de competir y de ganar y, aunque pierdan internamente, de quedarse con espacios importantes. Entonces las tendencias centrífugas disminuyen.
Y todos, o casi, juegan en esa lógica: se ha intentado mostrar en forma simplista la elección de Elba y Manlio como una elección del aparato contra la disidencia. O, incluso de salinistas contra no salinistas. Sencillamente no es verdad: primero, tanto Manlio como Elba han tenido y tienen una buena relación con Carlos Salinas y los dos lo han reconocido públicamente. En el plano interno, la gran mayoría del comité ejecutivo nacional del PRI apoyó a Manlio, lo mismo que muchos gobernadores con poder, recursos y votos, como José Murat, Manuel Andrade o René Juárez. Otros, la mayoría de los gobernadores, apoyaron a Elba Esther. Pero en una votación secreta eso termina dependiendo poco, es verdad que a algunos se les prometió (en uno u otro bando) asumir deudas de campaña, a otros se le habló de las comisiones, unos terceros estaban apostando a su futuro, pero el hecho es que la estructura priísta votó dividida, y reflejó esa división en el resultado.
Este ha determinado que el PRI en la cámara de diputados será encabezado por Elba Esther pero que la maestra deberá compartir su poder con Manlio y las corrientes que éste representó. Implica que Madrazo, por su parte y pese a que la mayoría del CEN apoyó a Manlio, recibió también el mensaje de que buena parte de los gobernadores mantienen distancia con el presidente del partido y le quieren imponer condiciones y utilizaron para ello el voto por Elba. Las lecturas son claras: la mayoría de los prisitas no están apostando a un ruptura con el foxismo, apuestan a negociaciones pero no permitirán acuerdos cupulares; mientras que muchos apuestan a una línea de mayor dureza con el propio gobierno; ni Madrazo ni Elba tienen todas las canicas con ellos, los dos quedan con el poder pero acotados; y los gobernadores quieren que haya reglas claras para sus propias sucesiones y para la presidencial del 2006, a la hora de elegir candidatos, pero tampoco ellos reflejan un frente unido. El poder priísta está tan fraccionado como siempre y, paradójicamente eso es lo que en estos momentos les da un extraño equilibrio y les permite mantenerse unidos.
Pablo o el PRD se endurece
En el PRD, el viernes, Pablo Gómez dio una notable sorpresa al ganar la coordinación parlamentaria a Amalia García. Esa misma mañana de viernes cuando René Arce anunció que se retiraba para apoyar a Amalia, parecía muy claro que los 40 votos que según Pablo tenía asegurados, no serían suficientes para derrotar a la ex presidenta nacional de su partido. Pero algo pasó, los diputados de estados que se suponían estaban amarrados con Amalia, como los de Zacatecas, decidieron abandonar a su paisana y lo mismo comenzó a ocurrir con otros de Baja California Sur y Michoacán y la aparentemente amplia ventaja de Amalia se diluyó.
Si la elección de Amalia hubiera significado una apuesta por el diálogo, una búsqueda de acuerdos rápidos que le permitieran a Amalia consolidarse para dejar la legislatura a principios del año próximo e irse a Zacatecas a buscar la candidatura, todo ello en el contexto de una derrota de Rosario Robles que la hubiera dejado muy debilitada para la reunión del consejo político donde se debe analizar su responsabilidad en los resultados electorales del seis de julio (y su famosa renuncia si no alcanzaba el 20 por ciento de los votos), el hecho es que las cosas se voltearon de tal forma que Pablo ganó con el apoyo de Rosario, con una operación en su favor de Ricardo Monreal (que deja traslucir que su paisana ya no es su candidata para las elecciones estatales del año próximo), y con el apoyo de las corrientes más duras y menos proclives a acuerdos del propio perredismo, como las que encabezan René Bejarano y Dolores Padierna en el DF y la zona conurbada, y los grupos que responden a Mario Saucedo.
La lectura del triunfo de Pablo Gómez es clara. El ex dirigente del PSUM no es un hombre refractario a los acuerdos, pero sin duda sus posiciones son y serán más duras que las que estaba planteando Amalia. Así tendrán que serlo, también, porque eso le demandarán muchos de sus aliados en esta elección que están apostando más a la diferenciación con el gobierno con el PAN, por una parte, y con el PRI por la otra, que en la búsqueda de acuerdos de amplio consenso. En síntesis, el PRD gana un coordinador parlamentario de cierta soberbia intelectual y política, pero de experiencia, congruencia y madurez, pero puesto, todo ello, al servicio de un discurso duro mucho más cercano al del perredismo tradicional del que esperaban muchos. Y no me queda claro si, por ejemplo, ésta era la opción que hubiera preferido Andrés Manuel López Obrador, aunque el apoyo de René Bejarano y Dolors Padierna a Gómez a algunos pudiera hacerles entender eso.