Hay signos muy preocupantes en el escenario político nacional: en 72 horas, han logrado entorpecer todo el proceso legislativo. Quizás se trate del efecto de las rupturas políticas internas en el PRI. Ayer Genaro Borrego decía que el PRI no tocó piso con la derrota del año 2000, sino que lo está tocando ahora cuando tiene que tomar decisiones sin el tutelaje presidencial.
Hay signos muy preocupantes en el escenario político nacional: signos que hace apenas tres días no aparecían en el horizonte y que, en 72 horas, han logrado entorpecer todo el proceso legislativo. Quizás se trate del efecto de las rupturas políticas internas en el PRI, quizás se trata de un paso natural de la transición de ese mismo partido (ayer Genaro Borrego me decía que el PRI no tocó piso con la derrota del año 2000, sino que lo está tocando ahora cuando tiene que tomar decisiones sin el tutelaje presidencial y que de allí se definirá qué sucederá finalmente con el partido y creo que tiene en buena medida la razón), pero el hecho es que el priismo profundo, ése del Bronx en la cámara de diputados, ése que se privilegió en las listas de diputados plurinominales parece, aún, lejos de asumir con su creciente libertad política la responsabilidad mínima que ésta conlleva.
Un ejemplo: al momento de escribir estas líneas la cámara de diputados no había tomado todavía decisión alguna respecto a la integración del nuevo consejo general del IFE, porque la bancada priista no podía terminar de presentar su posición, pese a que el propio consejo político del priismo hace algunas semanas había aceptado que la decisión final sobre el tema saldría de la dirección del partido. Ojalá el resultado final sea positivo y tengamos un consejo general de la calidad que el IFE reclama, pero sin duda deja un mal sabor de boca que los diputados, y en este caso particular los del PRI, se hayan tenido que ir hasta el final del plazo legal para una designación que estaba prevista desde hacía meses.
Es verdad que Colima contaminó el ambiente y el debate, pero esa decisión del tribunal electoral del poder judicial de la federación fue utilizada como una excusa por aquellos que quieren boicotear cualquier proceso de reforma, distorsionando los hechos hasta convertirlos en una caricatura. Ayer escuchaba en el radio a un ignoto diputado priista decir que "se está proponiendo para el IFE a un tal Zárate, pero no lo apoyaremos porque es un incondicional de Elba Esther Gordillo". Es una soberana estupidez. Estos son los mismos diputados que se quejan amargamente de no ser informados por sus dirigentes, de que existe una campaña contra ellos en los medios de comunicación y que se levantan casi en armas para oponerse a un congelamiento de sus dietas, pero que resultan incapaces de leer los periódicos, de haber escuchado por radio o haber visto por televisión alguna vez a un personaje público (por lo menos en el medio político) como Alfonso Zárate. Se podrá estar de acuerdo o no con Zárate pero opinar, sin siquiera saber de quién se trata, de que puede ser un "incondicional" de Elba Esther (o de cualquier otro político) lo único que refleja es la ignorancia del declarante. ¿Se le puede exigir más a este tipo de diputados?
Quizás no dan para más que para esto, pero la exigencia sí debe ser mayor porque están jugando, pese a sus irresponsabilidades y veleidades, un papel clave en el actual proceso político.
Decíamos que es verdad que la decisión del Tribunal sobre Colima puede ser controvertida: ¿alcanzan las declaraciones de un gobernador, si no fueron realizadas luego del cierre de las campañas, para anular el proceso electoral si no se comprueba que intervino directamente en el proselitismo electoral?¿es lógico anular solamente la elección para gobernador y no la del congreso local o de alcaldes si fueron simultáneas?. En mi opinión, el Tribunal sí tuvo razones válidas para anular y entonces tendría que haber anulado todo el proceso, pero probablemente consideró que si tomaba esa decisión dejaba sin autoridades de todo tipo al estado. Pero lo importante es que envía, como ocurrió en diciembre del 2000 cuando anuló las elecciones de Tabasco y obligó a repetirlas, un mensaje fuerte a los gobernadores que se han convertido en un nuevo y poderoso factor de poder en un momento en el cual vienen diez elecciones estatales y algunos de ellos creen que sus estados son, en realidad, sus feudo y pueden hacer en ellos lo que quieran.
Todo eso es verdad pero podemos conceder, también, que el argumento de que las pruebas no eran suficientes como para anular la elección podría ser válido. Pero ¿de verdad pueden pensar los priistas como el gobernador Fernando Moreno Peña que se tomó esa decisión para ajustarle cuentas por no haber apoyado la reforma fiscal?¿tan poco cree el gobernador en la autonomía del Tribunal y tanto se sobrevalora políticamente como para considerarse un factor decisivo en ese sentido?. Ayer mismo, otros priistas hablaban de la necesidad de acotar responsabilidades al Tribunal Electoral y al IFE, que es algo así como pedir que se recorten las atribuciones legales a la Suprema Corte de Justicia porque no nos gustó algún fallo (¿no le suena conocido el argumento?).
El PRI, o algunos de sus jóvenes del Bronx, no parecen comprender lo que está en juego para el país y para su propio futuro como partido. Como país es evidente que México no ha mostrado señales en los últimos seis años de una renovación mínima como para estar en una situación de mayor competitividad social, política y económica respecto a otros países de nuestro mismo nivel de desarrollo. Y probablemente ello haya sido en buena medida responsabilidad, primero, de Ernesto Zedillo y luego de Vicente Fox. Pero el hecho es que desde 1997 los presidentes no cuentan con mayoría propia en el congreso y sus oposiciones, en el último trienio de Zedillo el PAN y el PRD, y ahora el PRI y el PRD, no demuestran la imaginación y responsabilidad política que la situación exige como para poder establecer su agenda opositora a partir de sus propuestas y aportes legislativos en lugar de una oposición cruda que lleva al estancamiento.
Pero el PRI en estos días se está jugando también su propio futuro. Es verdad: el PRI ganó el seis de julio pasado, es verdad también que mantuvo su voto duro, pero también lo es (y cualquier analista electoral lo sabe) que con los votos duros no alcanza para ganar las elecciones presidenciales. El PRI tiene que ofrecer algo nuevo y aunque no hayan cambiado sus hombres y mujeres dirigentes, tiene que demostrar que ha logrado cambiar sus intereses y sus métodos de hacer y entender la política. Y sin propuestas no podrá hacerlo.
Es probable que no hayan comprendido tampoco que el gobierno federal ha tenido el mérito político de colocar, para la opinión pública, en la mesa del PRI las posibilidades de reformas. Por eso, ayer, el propio Santiago Creel declara que está dispuesto a ceder hasta sus aspiraciones por las reformas, porque independientemente de que lo crea, sabe que la apuesta no es suya: está en la mesa de enfrente, la del priismo y la gente asume que es allí donde se tiene que tomar decisiones.
También ayer mismo, un priista al que no se puede acusar de estar siquiera cerca de Elba Esther Gordillo, el diputado Manlio Fabio Beltrones, aceptaba que la reforma fiscal es necesaria, que la propuesta de homologar el IVA es necesaria, que en el tema de las medicinas y alimentos se puede avanzar sobre la propuesta (que ya estuvo en el debate hace dos años y se dejó caer) de crear un paquete de esos productos exento de IVA. Pero mientras algunos priistas proponen y discuten salidas viables, otros parecen empeñados en una oposición interna y externa que sólo permite pensar en que su única oferta es la restauración del viejo régimen. Y a estas alturas tendrían que haber comprendido que el PRI sí puede regresar al poder pero el país ya no puede ni quiere regresar a ese viejo régimen. Esa no es una oferta política, es una forma, ni siquiera demasiado sofisticada, de suicidio político.