¿Dónde quedó la autocrítica del foxismo?
Columna JFM

¿Dónde quedó la autocrítica del foxismo?

La estrategia que ha seguido el gobierno federal desde la tarde del jueves, cuando fue rechazada la reforma fiscal resulta menos que incomprensible. La reforma fiscal era, es, importante y necesaria; la propuesta original del gobierno probablemente era mejor que la que finalmente se aprobó en la comisión de Hacienda y fue rechazada en el pleno de la cámara.

La estrategia que ha seguido el gobierno federal desde la tarde del jueves, cuando fue rechazada la reforma fiscal resulta poco menos que incomprensible para el objetivo de una administración a la que aún le faltan tres años en el poder. La reforma fiscal era, es, importante y necesaria; la propuesta original del gobierno probablemente era mejor que la que finalmente se aprobó en la comisión de Hacienda y fue rechazada en el pleno de la cámara; es verdad que el gobierno tenía una margen amplio de confianza de que la reforma sería aprobada. Pero de allí a insistir una y otra vez en que el rechazo a la reforma es algo así como una tragedia histórica, existe una distancia demasiado amplia.

Debemos insistir en algo que decíamos ayer en Milenio Semanal: ¿dónde está la autocrítica del gobierno federal en todo este proceso?. Si realmente, como dicen los dos más altos funcionarios políticos de esta administración, el propio presidente Fox y el secretario de Gobernación, Santiago Creel, ambos fueron traicionados por sus interlocutores en el priismo, ¿quiénes son los responsables de no haber detectado a tiempo la posibilidad de esa traición o, como también decíamos al semana pasada, cuando se aseguraba que ya había un acuerdo, porque no tuvieron la capacidad para medir el poder que tenían esos interlocutores de hacer respetar esos acuerdos?. El gobierno federal con sus declaraciones y acusaciones está tratando de ocultar algo que debajo de la superficie no se puede disimular: fracasó en su intento de realizar esta reforma y en lugar de abrir un camino que fuera transitable para los diferentes actores y quitarle un margen de costo a esa derrota, hablando de traiciones y compromisos rotos, lo único que está logrando es magnificar aún más esa derrota y acrecentar su imagen de debilidad.

¿En qué acertaron y en qué se equivocaron el presidente Fox y sus principales funcionarios?. Acertaron en presentar una propuesta de reforma que era viable y oportuna; acertaron en un principio en dejar que fuera el PRI el que asumiera los costos del debate interno en torno a la reforma; acertó el presidente al involucrarse personalmente en la negociación: era necesario. Pero se equivocaron en los ritmos, los tiempos y la percepción de toda la negociación, sobre todo cuando se da la ruptura interna en el PRI y el gobierno decide apostar por el grupo de Elba Esther, cuando era evidente que en el mejor de los casos las fuerzas estaban divididas. La administración Fox sobrestimó el poder de Elba y de los gobernadores y demostró que no conoce realmente al PRI: pensó que la división era inevitable e inminente y que los gobernadores opuestos a Madrazo arrastrarían al grupo parlamentario en el apoyo a la reforma. No apostó a las dos cartas que tenía sobre la mesa, dejando abiertas todas las posibilidades sino sólo a una de ellas, no hizo participar a su grupo parlamentario ni a su partido en los debates y no tendió los puentes que debía haber tendido hacia los diferentes actores.

Pero hay un error mucho más de fondo. Hace ya varias semanas, decíamos que había dos salidas sencillas para la reforma y existía un consenso bastante amplio en ese sentido: por una parte, el gobierno federal debía decir con precisión en qué gastaría los recursos que le proporcionaría la reforma. Sea verdad o mentira, el hecho es que la gente cree que el gobierno quiere recaudar más, cobrar más impuestos no para la inversión social sino para el gasto corriente, para su propio gasto. La administración Fox nunca presentó públicamente un esquema muy detallado de en qué se gastarían esos recursos extras, fuera de generalidades publicitarias: había que decir, con detalle, a dónde irían esos recursos. Eso hubiera disminuido notablemente las presiones antireformas y hubiera permitido que la gente analizara la misma desde otra perspectiva. Por otra parte, era evidente que el rechazo al IVA en alimentos y medicinas podía ser demagógico, pero también era generalizado. Durante semanas se habló de crear una canasta de alimentos básicos exentos de IVA y de exentar también, el cuadro básico de medicamentos. Era una operación sencilla, que no hubiera tenido costos altos, ni en lo político ni en lo fiscal. Por alguna razón no se hizo y se buscaron fórmulas tan complejas como incomprensibles para la gente de la calle. Y quizás habría que haber agregado un tercer ingrediente: ¿dónde quedaba la simplificación administrativa en el proceso fiscal?¿en qué se le simplificaba la vida no a las grandes empresas a la hora de pagar impuestos sino a la gente y a los pequeños empresarios?. Y un cuarto punto: ¿cuál era el compromiso del gobierno respecto al recorte de su propio gasto corriente?. No se habló de nada de eso, la disputa sobre la reforma no se hizo de cara a la gente y, obviamente eso permitió, también, que muchos oportunistas y demagogos, efectivamente hicieran su agosto mediático con estos temas.

Pero si esos fueron errores importantes en la lógica gubernamental, probablemente más grave es la actuación del propio gobierno desde el jueves pasado en la noche. El mensaje presidencial de ese día era el de un hombre enojado, desalentado y que al mismo tiempo se sentía engañado: un presidente no puede mostrar así en cadena nacional. Fue un discurso que, prácticamente, al no haberse aprobado la reforma, anunciaba que las posibilidades futuras quedaban canceladas. Parecía un mensaje de fin de ciclo, de fin de sexenio, y no es así: no sólo quedan tres años, la mitad del sexenio al presidente Fox sino que, debemos insistir en ello, la reforma es necesaria, imprescindible y no de ahora, sino desde hace varios años (¿recuerda el presidente Fox cuando siendo precandidato presionó para que el PAN no apoyara la reforma fiscal en el cuarto año de Ernesto Zedillo porque la aprobación del IVA en alimentos y medicinas lo afectaría electoralmente?) y sin embargo, el país pudo crecer, en el 99 y 2000 a tasas cercanas al 7 por ciento. Por supuesto que se necesita más, pero la política (y la política económica no tendría que ser diferente en ese sentido) es el arte de hacer realidad lo posible, no lo deseable.

Todo esto resulta más paradójico porque, como hemos dicho, al mismo tiempo que se daba todo el conflicto en torno a Elba y Chuayffet, el sector madracista del PRI y el propio gobierno, vía la gente de Francisco Gil Díaz, estaban negociando un paquete fiscal muy similar al que se estaba trabajando en comisiones. Desde el jueves el propio gobierno sabía que existía una propuesta base priista que se comprometía a obtener fiscalmente 90 mil millones de pesos más y que reclamaba del gobierno, primero, especificar detalladamente en qué se gastarían esos nuevos recursos, acompañado de un recorte en el gasto corriente del gobierno federal, gasto que dicen los madracistas se ha incrementado en 137 mil millones de pesos en los tres últimos años.

Es la misma reforma que, al tiempo que en el gobierno federal se hablaba de traiciones y desarrollo cancelado, le planteaba Madrazo, el viernes, a Carlos Slim y un grupo importante de empresarios o un día después al Consejo Mexicano de Hombres de Negocios. O la que se reunían el sábado para analizar el priista Emilio Chuayffet y el panista Francisco Barrio. La misma reforma que se podría presentar hoy a comisiones para sacarla antes de fin de semana. ¿Para qué entonces tanto brinco, tanta presión política, tanta campaña en ciertos medios de comunicación?. Por supuesto que el espectáculo que se dio en la cámara el jueves pasado estuvo lejos de ser una clase de la mejor democracia, y también es verdad que la reforma hacendaria es necesaria, pero si no se comprende que los éxitos y fracasos en ella son políticos y si el propio gobierno no realiza un ajuste de línea y de personal, de gabinete y de estrategia ante la derrota del jueves, no sólo habrá perdido una oportunidad de aprender algo de ella, sino que también incrementarán los costos de la misma.

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