El gobierno y las encuestas o el síndrome de la hermana de Cenicienta
Columna JFM

El gobierno y las encuestas o el síndrome de la hermana de Cenicienta

El gobierno federal sigue gobernando con una sola brújula. A veces parece la hermana de Cenicienta, que le preguntaba a su espejo quién era la más bonita. Ayer, mismo, luego de reunirse con el presidente Fox, los diputados y dirigentes panistas salieron casi eufóricos a los medios con la buena nueva: según la encuesta realizada por Berumen y asociados decía que el 56 por ciento consideraba responsables del estancamiento a los que se opusieron en el congreso.

El gobierno federal sigue gobernando con una sola brújula: la de las encuestas y por eso no suele encontrar, en demasiadas ocasiones, el norte político. A veces parece la hermana de Cenicienta, que le preguntaba a su espejo quién era la más bonita. Ayer mismo, luego de reunirse con el presidente Fox, los diputados y dirigentes panistas salieron casi eufóricos a los medios con la buena nueva: según ellos, una encuesta, realizada por la empresa Berumen y asociados, decía que el 56 por ciento de la encuestados consideraba que el congreso y particularmente quienes se opusieron a la reforma fiscal, eran vistos como responsables del estancamiento de la misma.

Es una tontería medir así las cosas. Primero porque existe otras encuestas que dicen lo contrario o que demuestran que un porcentaje altísimo de la población se oponía a los términos en los que finalmente había quedado esa propuesta de reforma (la de Consulta Mitofsky, por ejemplo). Pero pongámoslo de otra forma: que después de la ofensiva gubernamental y mediática que realizó el gobierno para responsabilizar a quienes votaron por el no a la reforma hacendaria la semana pasada, sólo el 56 por ciento perciba a los congresistas como los responsables de ese rechazo, es una cifra realmente poco convincente para el propio gobierno. En todo caso, existiría un porcentaje casi igual de personas que considera que el responsable del fracaso es la administración federal.

Y si vamos a términos políticos mucho más estrictos que alguna encuesta, tenemos que apenas este domingo el PAN perdió las elecciones extraordinarias que se realizaron en dos distritos que han sido tradicionalmente bastiones políticos suyos, panistas: Zamora, Michoacán, y Torreón, Coahuila. ¿Cómo explicar que según la encuesta que entusiasmó a los diputados priistas la gente responsabilice al PRI y al PRD de los fracasos económicos y al mismo tiempo vote por ellos en esas dos elecciones extraordinarias realizadas en el clímax de las campañas descalificadoras de quienes votaron en contra de la reforma?

Algunas encuestas pueden ofrecer datos útiles de la realidad, pero los datos duros no pueden ocultarse. El gobierno federal, por muchas razones, algunas justas y otras muy injustas, terminó perdiendo la batalla política de la reforma hacendaria. Hacer ahora como que esa derrota es responsabilidad de otros resulta por lo menos incongruente pero sobre todas las cosas es poco práctico. ¿A qué puede apostarle la administración Fox con este discurso?. A mucho pero con pocas oportunidades de ganar: insistirá en su propuesta original del reforma pero todos sabemos que ya no pasará, terminará proponiendo la propuesta primera (antes de la reforma a la ley del IVA) que entregó en noviembre que no mueve los mecanismos de recaudación pero deja un presupuesto raquítico, con recortes muy pronunciados al gasto social, los estados y municipios. Y la gente cuando sufra un tercer año consecutivo sin crecimiento no responsabilizará a los partidos que se opusieron a la reforma sino al propio gobierno federal. Algunos funcionarios tendrían que comprender que no vivimos en un cantón suizo.

La estrategia lógica sería exactamente la contraria a la que se está llevando. No es verdad que ya se cancelaron las oportunidades de una reforma hacendaria. Primero, porque, como decíamos, sigue existiendo una ventana de oportunidad para sacar adelante una reforma que no sea, como insiste el gobierno, ni populista ni demagógica. Segundo, porque fuera de lo que se puede aprobar en este momento, en menos de dos meses comienza una convención nacional hacendaria donde se podrán abordar estos temas con mayor calma y perspectiva. Y la idea tendría que ser construir los consensos y acuerdos posibles para esa instancia. Mientras tanto, se puede apostar por una reforma de bajo perfil, evitando los impuestos fantasma y las cuentas alegres pero que permita probar que los acuerdos son posibles, no que existe una confrontación insalvable.

Hay datos que el propio gobierno tendría que valorar de diferente manera. Por una parte en los dos grandes sectores en que se dividió el PRI en la cámara de diputados existe, de diferente manera, la convicción de que ese acuerdo y aunque sea una mínima reforma son necesarios. Además, también existe consenso en muchos sectores, incluyendo algunos estratégicos de la iniciativa privada, de que el impuesto a la enajenación e importación no era una opción viable para reemplazar la propuesta del IVA homogéneo al 10 por ciento. Tanto que, con todas las modificaciones que finalmente sufrió durante el propio debate del jueves pasado, el aumento real de recaudación sería de apenas 22 mil millones de pesos, un porcentaje evidentemente menor para un presupuesto que supera el billón 600 mil millones de pesos, como el ejercido en este 2003.

Pero si además se toma en cuenta que la reforma no se aprobó por una diferencia de apenas 17 votos, la lógica política dictaría que se debería trabajar sobre la posibilidad de avanzar el tramo que falta para alcanzar una nueva mayoría. Y ese tramo era, es aún, relativamente sencillo de recorrer: la diferencia se dio con el tema del IPI o como se llame en cualquiera de sus versiones, en prácticamente todos los demás capítulos de la reforma propuesta existe una base de acuerdo amplio en la cámara.

Es verdad, de eso no hay duda, de que el freno a la iniciativa partió también de una realidad: la división interna del PRI. Es verdad que los legisladores de ese partido, en última instancia prefirieron dirimir sus diferencias internas y su lucha por el poder en el ámbito legislativo, en lugar de hacerlo en los organismos del propio partido. Por supuesto que es un error y es condenable: pero esa es la realidad política con la que el gobierno y el congreso deben lidear y de poco servirá el enojo o el uso interesado de algunas encuestas para restar en lugar de sumar. Incluso, la institucionalización de la corriente reformadora aglutinada en torno a los llamados elbistas (a pesar de que Elba Esther Gordillo ha insistido en que ella no encabeza formalmente esa corriente) podría ser un instrumento que le diera mayor oxígeno, más aire a la negociación porque los diferentes roles que juegan cada uno de los actores está, ahora, mucho más claro.

Entonces, pese a discursos y regaños, sigue existiendo, insistimos, una ventana de oportunidad que no se debería descartar de antemano. Buena parte de la propuesta, prácticamente todo menos el sucedáneo del IPI, tiene consensos; también existe un acuerdo en otorgarle mayores recursos al gobierno y de trabajar mejor sobre el ISR y sobre la economía informal; en febrero inicia una convención nacional hacendaria que podría permitir cambios de mucho mayor calado incluso de cualquiera de los propuestos en los últimos meses. Existe en los diputados la convicción de que se podrá presentar una propuesta el jueves o el viernes a primera hora para sacar adelante la reforma pendiente. Existe también la idea de ir hacia lo que se llama una conferencia de comisiones, en donde trabajen con los dictámenes, en forma conjunta, las comisiones equivalentes de la cámara de diputados y de senadores para sacar un dictamen conjunto que sería votado en ambas cámaras en forma casi simultánea.

¿Qué debería hacer el gobierno? Primero, cambiar el discurso de confrontación por uno de construcción y dos cosas que ya estaban presentes desde el origen de esta propuesta fiscal y que están exclusivamente en sus manos, en las de nadie más: explicar en qué se gastarían los recursos nuevos y, además, realizar un ajuste en su gasto corriente. Resulta sorprendente, después de todo lo ocurrido que aún no se avance en esos dos temas que, simplemente, podrían hacer la diferencia para volcar hacia una nueva reforma los escasos 17 votos que le faltaron a los reformistas el jueves pasado.

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