La forma en que están manejando las cosas los diferentes grupos legislativos en la cámara de diputados es, sencillamente vergonzosa. Puede haber o no una reforma fiscal en los próximos días, pero no parece existir la seriedad necesaria en casi ninguno de los principales actores en este proceso.
La forma en que están manejando las cosas los diferentes grupos legislativos en la cámara de diputados es, sencillamente, vergonzosa. Puede haber o no una reforma fiscal en los próximos días, puede analizarse como mejor o peor cada una de las propuestas presentadas o simplemente "platicadas" ante la opinión pública, pero no parece existir la seriedad necesaria en casi ninguno de los principales actores principales en todo este proceso, incluyendo, por supuesto, al ejecutivo federal y a la cámara de diputados.
Ayer en su artículo en El Independiente, Denise Maerker se preguntaba si tenemos la peor clase política del mundo. Coincido con ella, en lo personal, en cada uno de ellos, no pareciera que fueran de lo peor, pero cada día tengo menos dudas de que tenemos uno de los sistemas políticos más ineficientes del mundo. Este sistema no fue creado para una democracia relativamente funcional: se generó en un periodo de partido prácticamente único y luego fue reformándose para abrirle paso a la pluralidad y las oposiciones con sucesivas reformas electorales que sirvieron hasta el preciso momento en que cumplieron su cometido: hasta que le dieron paso a gobiernos de oposición. Primero, en 1997 en la cámara de diputados y en el 2000 en la presidencia de la república. Desde entonces el sistema se ha tornado disfuncional, no sirve, porque está construido para que la mayoría de la cámara coincida con el mismo partido que detenta el poder ejecutivo, y cuando ambos no coinciden, como ha ocurrido en los últimos seis años, el sistema se convierte en un rehén de cualquier apetencia de poder personal o de grupo. Lo vimos en el sexenio pasado (no nos olvidemos que estas mismas reformas, eléctrica y fiscal, que ahora se están debatiendo fueron rechazadas por muchos de los mismos que ahora las impulsan, incluyendo el presidente Fox e impulsadas por opositores como Emilio Chauyffet) mientras que la labor de destrucción se torna mucho más sencilla que la construcción de algo, de lo que sea. Por eso la sensación de que desde 1997 estamos ante una parálisis legislativa: eso se siente porque es sencillamente lo que está sucediendo.
El congreso no es funcional, no sirve para los intereses de la nación. Los diputados y senadores no responden a los intereses de sus electores o de sus estados en el caso de los segundos. El esquema adoptado, de legisladores uninominales, plurinominales, de bancadas fuertemente centralizadas en torno a un líder que cuenta con recursos a discreción para mover a "sus" legisladores, de periodos de trabajo muy corto y de grilla muy largos, de compromiso con el partido y no con los electores al no contemplarse la reelección, el mismo número (los 500 diputados y los 128 senadores ya no tienen razón de ser: se transforman en cámaras demasiado numerosas y muy poco representativas donde terminan llegando personajes sacados de los peores escalones de la zoología política, como el diputado admirador de Hitler que pide que se fusile a sus opositores), todo se conjuga para que la cámara, sobre todo la de diputados, simplemente no funcione como tal. Lo que tenemos es mucho circo y pocas leyes.
Me sorprende, por ejemplo, cómo hace una semana se desechó la iniciativa fiscal y pese a que todos los actores que se opusieron a ella aseguraron que tenían desde hace semanas una propuesta alterna, nadie la ha presentado formalmente. No creo que la propuesta que se votó hace una semana fuera la mejor para el país (aunque suene políticamente incorrecto sigo pensado que lo mejor hubiera sido un IVA unificado de 10 por ciento con una canasta de alimentos y medicinas básicas exenta), pero muchos amigos priistas y perredistas que se opusieron a ella me han asegurado que existen muchas opciones más sobre las que se puede avanzar: pues hasta ahora no han mostrado nada nuevo. Nadie puede estar en contra de exigirle a Hacienda que sea más eficiente en el cobro de impuestos, sobre todo en los sectores que están en la informalidad (pero ¿ha comprobado usted como ese sector, integrado por millones de mexicanos y que se ha convertido en una de las fuentes electorales más importantes para los partidos, sobre todo para el PRD y el PRI, y marginalmenete para el PAN, no es tocado ni con el pétalo de una rosa en toda esta lluvia de propuestas?), o que se combata más eficientemente el contrabando. Pero eso no se logrará con una declaración de principios ni calculando, alegremente, una cifra en el presupuesto del próximo año. ¿Dónde están las propuestas de estos partidos, si quieren combatir el contrabando, en materia de seguridad, de leyes, de recursos para las fuerzas de seguridad encargadas de esa función?. Y así se podría seguir en todo.
No deja de haber una perversión en todo esto y es la tesis que sostienen quienes dicen que los recursos no deben salir de los mexicanos más desprotegidos. En términos declarativos nadie puede estar en desacuerdo. Pero quienes declaran eso deberían recordar que uno de los principios de cualquier democracia moderna medianamente exitosa, es que todos, en la medida de sus posibilidades, aunque sea en forma muy mínima, deben colaborar en el esfuerzo fiscal, entre otras razones porque eso otorga derechos y permite exigir servicios. Algunas semanas atrás en la revista semanal de El País, de España, se publicó un reportaje sobre la comunidad de Parla, a unos kilómetros de Madrid, una comunidad que, por la descripción, pudiera ser alguno de nuestros Chalcos, Iztapalapas, Nezahualcoyotl, que se ven por toda la república. "El nombre de Parla, decía ese texto, se ha usado como sinónimo de lo peor de la periferia. Lejanía, caos urbano, pobreza, ordinariez". Pero las cosas en Parla están cambiando en forma notable, señala ese mismo reportaje, desde que asumió el gobierno municipal Tomás Gómez Franco, un joven del PSOE, hijo de inmigrantes, de apenas 35 años. ¿Qué hizo Gómez desde el primer día de su mandato en 1999?. Tener una estrechísima relación con su electorado e involucrarse con sus problemas. Pero sobre todo establecer un mecanismo generalizado de pago de impuestos: en 1995 sólo uno de cada dos vecinos pagaba impuestos: no pagaban porque eran los más pobres y porque los servicios no los dejaban satisfechos. Desde que se estableció el nuevo sistema fiscal paga sus impuestos el 95 de los pobladores de este pueblo, el más pobre de la comunidad de Madrid, y desde entonces su nivel de vida ha mejorado en forma notable: "quien paga, exige, servicios y respeto", dicen y tienen razón. En nuestro caso estamos actuando al revés: al establecer un mecanismo mediante el cual una estrecha franja de la población es la que sólo termina aportando al fisco, por una parte se deja en la marginalidad a muchos millones porque no hay recursos para ellos, pero también se los deja fuera de la verdadera vida política: el que no paga no puede exigir ni servicios ni respeto. Y ahí está el problema.
Los diputados, o la mayoría de ellos, no lo entienden porque su única razón de ser es volver a colocarse electoralmente en el próximo periodo. El gobierno puede entenderlo mejor en la propuesta que le arman sus especialistas, pero tampoco cumple porque no se compromete en lo que debería haber sido el inicio de todo esto: el detallar específicamente en qué se van a gastar los recursos provenientes de ese incremento recaudatorio y en la aplicación de su propio plan de austeridad, porque el gobierno federal, como dijo alguna vez Guillermo Ortiz (y eso casi le cuesta la reelección al frente del Banco de México) "gasta poco y gasta mal".
No hay propuestas fiscales concretas, amplias, convergentes: no lo era la rechazada la semana pasada y no lo son ninguna de las presentadas en estos días. En todo caso, en los próximos días saldrá alguna nueva miscelánea fiscal o se dejarán las cosas como estaban para ver si, ahora sí, en la convención nacional hacendaria de febrero se puede avanzar en algo serio. Pero viera usted cómo se disputan los diputados los puestos en las comisiones de trabajo o cómo el gobierno federal asegura que no será "vencido" por sus opositores. Esa sí esa una lucha a muerte. Ahí residen sus convicciones: en los espacios de poder.
PD: Ante este panorama, mejor nos vamos unos días de vacaciones. Gracias a usted lector, por su interés en estas líneas y muy felices fiestas a todos. Nos encontramos en este mismo espacio el próximo primero enero. Hasta entonces.