Finalmente, el embajador de México ante la Organización para la Cooperación y el Desarrollo con sede en París, Carlos Flores dejó esa representación. El ya famoso embajador Dormimundo, conocido así por la compra de una decena de colchones a un altísimo costo, lo mismo mismo que numerosos enseres domésticos para amueblar la casa que compro en París.
Finalmente, el embajador de México ante la Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE) con sede en París, Carlos Flores, dejó esa representación. La secuela de escándalos que se habían dado desde que dejó su responsabilidad en Los Pinos, muy cerca del presidente Fox, hasta su caída ayer en París, habían sido demasiado pesadas como para mantenerlo en el cargo pese a que esa habría sido la intención gubernamental.
El ya famoso embajador Dormimundo, conocido así por la compra de una decena de colchones de altísimo costo, lo mismo que de numerosos enseres domésticos para amueblar la casa que compró, no en el prestigiado distrito XV de París como dijimos aquí la semana pasada, sino en el mucho más exclusivo centro suburbano de Le Veziney, ubicado a 20 kilómetros de París (el embajador decía que necesitaba ese tipo de propiedad para que sus hijos tuvieran un jardín donde jugar y porque en la zona se ubica una exclusiva escuela privada de la orden religiosa a la que pertenece Flores, a donde enviaría a sus niños), por una cifra superior al millón y medio de dólares, hacían imposible su permanencia en el cargo. Pero según dejó en claro ayer el propio canciller Luis Ernesto Derbez, el embajador Flores no fue destituido ni mucho menos procesado legal o administrativamente por esos hechos: simplemente fue reemplazado porque se consideró que con toda la "atención" que existía sobre el caso Flores ya no podía seguir cumpliendo con su función.
El tema va mucho más allá: la compra de la muy poco práctica para las funciones de un representante diplomático, mansión en las afueras de París, no fue una acción discrecional del efímero embajador. Se podrá decir que Flores compró colchones, sacacorchos y centros de lavado sin la autorización oficial correspondiente o haciendo un uso demasiado elástico de sus atribuciones, pero nadie puede gastar millón y medio de dólares en una propiedad para el Estado mexicano sin una autorización expresa de sus superiores. Y ese es el mayor de los problemas: a pesar de que se ha dicho que la auditoria de la gestión de Flores aún no ha concluido, lo cierto es que la contralora de la SRE que fue a París a revisar las cuentas del embajador ya está de regreso en México desde hace dos días y en su visita comprobó que todos los gastos de Flores fueron autorizados por sus superiores, léase, sobre todo en el caso de la compra de la mansión en las afueras de París, por el propio canciller Derbez. Por eso no pueden enjuiciar a Flores sin provocar un conflicto político mayor que involucraría al propio canciller e incluso a su jefe en la residencia oficial de Los Pinos.
¿Por qué a Vicente Fox?. Porque la designación de Flores en la OCDE y el apoyo y discrecionalidad en los gastos de los que gozó el embajador no se comprenderían sin su cercanía con el presidente Fox que, pese a los numerosos problemas que ya se habían presentado con Flores durante su estancia en Los Pinos, a pesar de sus enfrentamientos con distintos miembros del gabinete y del equipo presidencial, decidió enviarlo, literalmente, a una suerte de exilio dorado en París en lugar de enviarlo de regreso a Guanajuato como hubiera sido lo justo. La representación de México ante la OCDE no estaba vacante: esa plaza había sido anulada hacia ya muchos meses y se había encargado al embajador en París, el muy reconocido diplomático Claude Heller, el asumir esa responsabilidad. Y así lo hizo: quizás se necesitaba más personal de apoyo e incluso que la cancillería prestara mayor atención a su participación en la OCDE (pagando por ejemplo, las cuotas pendientes a esa organización), pero Heller estaba cumpliendo sin problemas con esa responsabilidad. La sorpresa de muchos miembros del cuerpo diplomático se dio cuando comprobaron que Flores llegaba a ocupar esa posición con todo el apoyo de Los Pinos y Tlatelolco y con una cuenta de gastos a la que no pueden aspirar ninguno de los embajadores mexicanos en el Viejo Continente.
El problema siguiente se presentará ahora, cuando la secretaría de la Función Pública anuncie que todos los gastos de Flores, excesivos o no, fueron autorizados en México. Y entonces habrá que ver quién se hace responsable o si, simplemente, el caso se trata de que caiga en el olvido.
Pero algo está sucediendo en la cancillería, quizás por falta de control, quizás porque el canciller Derbez quiere imponer un estilo y un personal afín a su persona, que está provocando una crisis tras otra en el cuerpo diplomático. La semana pasada hablábamos aquí de la designación de Juan Bosco Martí, un joven de 27 años, sin ninguna experiencia diplomática o en el sector público (ingeniero industrial de profesión) como nuevo director para América del Norte de la cancillería. El joven Bosco Martí tendrá entre sus responsabilidades toda la relación, nada más y nada menos, que con el departamento de Estado que encabeza Colin Powell. ¿Se imagina usted cómo resultará una reunión de un joven diplomático, quizás muy talentoso y con cualidades, pero sin experiencia alguna, el día que se siente por primera vez con Powell o con cualquiera de los curtidísimos tiburones del Departamento de Estado?. Yo no quisiera ni imaginarlo: será "horrible", diría un famoso personaje del sobrino del canciller. Paradójicamente, uno de los más reconocidos diplomáticos mexicanos, Alfonso de Maria y Campos, que ocupaba la posición que ahora llena el joven Bosco Martí, fue enviado de cónsul a San Francisco.
Los desatinos han sido muchos, como cambiar a todos los cónsules en California en pleno proceso electoral en ese estado, o como cambiar al experimentado embajador Juan José Bremer de Washington a Londres cuando el presidente Bush anunciaba el proyecto migratorio e iniciaba formalmente el año electoral en Estados Unidos. O prescindir en Tlatelolco del muy talentoso embajador Enrique Berruga, designado representante ante la ONU, pero cuya capacidad quizás lo hubiera hecho mucho más necesario en México (para asesor a su jefe, si es que éste se deja asesorar) que en Nueva York. O el haber retirado a Santiago Oñate de la representación en Los Países Bajos exactamente cuando comenzaba el proceso ante el tribunal de La Haya por los mexicanos condenados a muerte en Estados Unidos, un caso que de principio a fin había tomado Oñate (finalmente se lo dejó como asesor de la parte mexicana ante la queja pública de Bernardo Sepúlveda, encargado de llevar ese caso ante el Tribunal internacional). La sangría seguirá: en las próximas semanas, regresará a México el representante ante la Unión Europea, Porfirio Muñoz Ledo. Y luego seguirán los representantes ante los principales gobiernos de América Latina. Algo está funcionando definitivamente mal en Tlatelolco.
Y Durazó se quedó
La versión, insistente en los últimos días, era que Alfonso Durazo dejaría sus responsabilidades (muchas, para algunos demasiadas) en Los Pinos, que incluyen desde la coordinación de información hasta la secretaría particular: la versión creció cuando no se confirmó el nombramiento de Andrés Rohemer como segundo del propio Durazo e incluso se dijo quién reemplazaría Durazo: el ex director de dos matutinos. Luego se dijo también que se trataba de una ofensiva de Marta Sahagún para deshacerse del influyente funcionario. El hecho es que, por lo menos hasta ahora, nada indica que Durazo deje su posición en Los Pinos. Quienes realmente conocen el manejo de la casa presidencial, no niegan que entre Marta Sahagún y Durazo puedan existir diferencias, pero están convencidos de que la versión sobre su salida no salió del equipo de la esposa del presidente. Entre otras cosas, porque la propia señora Fox tiene muy identificado el origen del golpeteo que sufrió en días pasados y sabe que no tuvo su origen en la oficina de Durazo. Muchos piensan que la versión la propagó quien decía que él estaba destinado a reemplazar al propio Durazo.