Las coaliciones son un instrumento clave para la configuración del escenario político nacional: sólo mediante alianzas y acuerdos se pueden establecer coordenadas comunes entre los diferentes partidos y los distintos sectores con intereses divergentes. Las alianzas no pueden construirse sobre bases irreales y sin sustento. No se trata de establecer que acuerdos se pueden lograr, sino también con que objetivo y el mismo no sólo puede basarse en la búsqueda del poder.
¿Por dónde pasan las líneas de las alianzas políticas posibles entre los diferentes partidos?. Las coaliciones son un instrumento clave para la configuración del escenario político nacional: en sociedades cada vez más plurales, cada día más complejas, sólo mediante alianzas y acuerdos se pueden establecer coordenadas comunes no sólo entre los diferentes partidos sino también entre los distintos sectores con intereses divergentes.
Pero las alianzas, en todos los terrenos, pero sobre todo en el de la política, no se puede abusar de ese instrumento: las alianzas no pueden construirse sobre bases irreales y sin sustento. No se trata sólo de establecer qué acuerdos se pueden lograr, sino también con qué objetivo y el mismo no sólo puede basarse en la búsqueda de poder, porque una vez asentados esos grupos en él, simplemente no pueden gobernar.
En el proceso que estamos viviendo, la sucesión adelantada se ha convertido, prácticamente, en un tema de especulación cotidiana. Alianzas no sólo para el 2006, sino también para las elecciones estatales de este año, para operar en el congreso, para buscar lo que no tenemos, una nueva mayoría legislativa. El problema es que muchas de esas convergencias se están proponiendo a través de un esquema tan pragmático, que terminan siendo, muchas de ellas, absurdas, utópicas.
En estos días, se ha hablado de todo, pero sobre todo llaman profundamente la atención dos propuestas: las alianzas PAN-PRD contra el PRI en distintos estados de la república, mismas que recibieron un amplio respaldo de muchos sectores de ambos partidos pero el rechazo absoluto de Cuauhtémoc Cárdenas en el PRD y de Germán Martínez en el PAN. Cuauhtémoc, ya lo sabemos, sigue conservando, aunque menguado por el tiempo, un enorme peso en el perredismo, y volvió a demostrarlo, porque luego de una reunión con Leonel Godoy, el presidente del partido del sol azteca prácticamente se echó para atrás y dejó en el aire las alianzas, algunas francamente poco viables (¿qué sentido tiene, por ejemplo, un acuerdo PAN-PRD en Zacatecas o Durango?) pero otras que podrían ser muy útiles, como la que se está planteando en Oaxaca o incluso, pese a la disparidad de fuerzas entre el PRD y el PAN, en Chihuahua. Qué sucederá en esos y otros estados nadie lo puede prever con certidumbre, pero sin duda el proceso de negociación se ha vuelto tan oscuro que es difícil sacar conclusiones definitivas, sobre todo porque los presidentes de ambos partidos, Leonel Godoy y Luis Felipe Bravo Mena, son dos líderes debilitados por sus propios conflictos internos, por las fracturas y diferencias dentro de sus fuerzas.
Pero más sugestiva (y probablemente mucho más difícil de lograr) es la alianza que, en una entrevista con Jaime Sánchez Sussarey y Pablo Hiriart, hizo el secretario de Gobernación, Santiago Creel: lo que Creel, quizás, junto con Marta Sahagún, el principal aspirante a la candidatura presidencial del PAN, está proponiendo públicamente es algo que ya había expresado en privado en otras oportunidades pero que, en principio, podría sonar utópico: que para el 2006 terminemos construyendo prácticamente dos grandes alianzas, una integrada por los sectores reformistas y modernizadores del PAN y del PRI, para enfrentar la alianza potencial que conformarían los priistas tradicionalistas con el PRD. La argumentación que ofrece Creel es que sin mayorías legislativas reales, concretadas en torno no sólo a una candidatura sino también a un programa común, en el país no habrá gobernabilidad. En lo último tiene razón pero, ¿existen bases para alianzas de este tipo en nuestro sistema de partidos?
Quizás en términos teóricos sí: el PAN está dividido entre sus sectores más tradicionalistas, más duros, por otra parte los doctrinarios y, finalmente los foxistas (con varias otras divisiones menores). El problema es que por lo menos dos de esos sectores no quieren repetir la experiencia de Fox y quieren a uno de los suyos como candidato. Para los foxistas, la idea de una alianza no es en absoluto descabellada, aunque, por otra parte, es difícil determinar con quiénes podrían aliarse. La respuesta la da Creel: con los priistas reformistas y modernizadores. Por supuesto que son muchos los priistas que podrían ubicarse en esa lógica reformista y modernizadora, pero la verdad es que si se está pensando en grupos de poder real, no queda muchos más que la corriente reformistas que encabeza Elba Esther Gordillo. Pero una cosa es especular con las rupturas en la cámara de diputados, otro, diferente, es impulsar una alianza con el panismo o con un sector de él. El salto sólo podría darse en el contexto de una ruptura mayor del propio PRI que se tendría que dar, necesariamente en torno a la designación del candidato presidencial de ese partido. Con todo y aunque a una alianza de ese tipo podrían incorporarse otros grupos como el que impulsa a Jorge Castañeda, no habría que dejar de tomar en cuenta que todas las encuestas (como una muy reciente de María de las Heras) demuestran que si tuvieran que encontrarse en la disyuntiva de elegir entre un candidato panista y uno perredista, los priistas en su mayoría optarían por el segundo.
La otra alianza, la de los duros del PRI con el PRD paradójicamente no es tan descabellada. Ahí está el antecedente del acuerdo de Cárdenas y otros dirigentes perredistas con Manuel Bartlett y José Murat en torno al rechazo a la reforma eléctrica (¿y no tendrá ese acuerdo algo que ver con el rechazo cardenista a las alianzas PAN-PRD en estados como Oaxaca?: como dicen, es pregunta). Está también el dato de la fascinación que sienten algunos priistas de alas más progresistas con Andrés Manuel López Obrador. Pero definitivamente no veríamos una alianza en la que participaran la mayoría de los priistas con el PRD, ni con Andrés Manuel ni con Cuauhtémoc, y menos aún cuando no parece existir el peligro inminente de un triunfo en toda la línea de los sectores más conservadores del país.
Cuando se extrapola cualquiera de estas alianza con las que realizaron otros partidos en otras naciones que salían de una dictadura militar, se están olvidando dos o tres cosas fundamentales: primero, que nuestros partidos, por lo menos los tres principales, divididos o no, tienen un perfil muy marcado e historias largas que responden a diferentes, y en ocasiones encontrados, momentos históricos y perfiles ideológicos. Segundo, que no estamos saliendo de una dictadura militar.
Obviamente no lo vivimos ahora e incluso tampoco en las últimas décadas de régimen priista: hubo dureza, en algunos casos represión, hubo autoritarismo, pero no una dictadura (precisamente esos rescoldos de duro autoritarismo y ausencia de democracia es lo que podría justificar esas controvertidas alianzas en ciertos estados). Tanto no la hubo que estamos cumpliendo 30 años del apertura de la reforma política que inició Jesús Reyes Heroles. Entonces los elementos de cohesión de una gran alianza contra un enemigo común resultan mucho más débiles que en esas naciones.
Nadie puede saber cuál será finalmente el escenario con el que nos encontraremos en el 2006. En lo personal sigo pensando que los tres grandes partidos: PRI, PAN, PRD, irán con sus propios candidatos, aliados todos ellos con algunos grupos menores, que de sus desprendimientos o a través de diferentes acuerdos, podríamos encontrarnos con un cuarto candidato con posibilidades reales de competir. Pero la opción de dos grandes frentes: articulados en torno al PAN y al PRD con un PRI fracturado en dos y unida cada una de esas fracciones a una de esas fuerzas, parece ser más una expresión de deseos que una realidad. Más aún cuando nuestro sistema legal no genera incentivo alguno para establecer mayorías legislativas firmes que tengan su reflejo en el propio poder ejecutivo. O quizás el secretario de Gobernación sabe algo que nosotros ignoramos.