¿Quién pudiera pensar que Andrés Manuel López Obrador y Ernesto Zedillo pudieran tener algo en común? Los dos están, de alguna forma disgustados, alejados de sus partidos el que llevó a uno al poder, a la presidencia de la república y el que lo conviertió al otro en aspirante presidencial y jefe de gobierno capitalino. A Zedillo lo acusans en el PRI de haber entregado el poder al foxismo. En el caso de López Obrador es más difícil de explicar esa situación.
¿Quién pudiera pensar que Andrés Manuel López Obrador y Ernesto Zedillo pudieran tener algo en común? Y sin embargo el dato ahí está: los dos están, de alguna forma, disgustados, alejados de sus partidos, el que llevó a uno al poder, a la presidencia de la república, el que convirtió al otro en el aspirante presidencial y jefe de gobierno capitalino que hoy es. Pero esa distancia es recíproca: por supuesto que el PRI desconfía de Zedillo, a quien muchos acusan de haberle "entregado" el poder al foxismo, quizás sin recordar que, con todo, el ex presidente sigue siendo, entre los ex mandatarios el que mejor reconocimiento tiene de la ciudadanía (sea justa o no esa percepción). En parte, los priistas tienen razón, si en algo se equivocó Zedillo fue en un relación con el PRI, al que no conocía y cuando hubo un verdadero intento de autonomía, en la 17 asamblea (que interpretó como un desafío a su propio gobierno), decidió cancelarla prematuramente.
Pero en el caso de López Obrador es más difícil de explicar esa situación. El dirigente tabasqueño fue símbolo de lucha social en el PRD, se convirtió en su presidente nacional, obtuvo varios éxitos políticos en ese periodo y, pese a muchas, ahora no recordadas, oposiciones internas, se convirtió en candidato a jefe de gobierno del DF y automáticamente en aspirante presidencial. Mientras los bonos de Andrés Manuel subían como la espuma, las divergencias en torno a su persona se mantuvieron en estado latente. Pero en cuanto estallaron los videoescándalos, el PRD, o una buena parte de él, mostró su distancia con quien es (¿todavía lo es?) su principal aspirante para el 2006.
En buena medida, Andrés Manuel provocó esa reacción por varias razones: una de ellas, probablemente la principal, fue que si López Obrador se convirtió en candidato para el DF en el 2000, ello se debió a una sola cosa: la decisión de Cuauhtémoc Cárdenas, que ya lo había llevado a la presidencia del partido. Una decisión muy cuestionada en su momento por muchos perredistas como Pablo Gómez y Demetrio Sodi, entre otros precandidatos, que argumentaban que incluso Andrés Manuel no llenaba los requisitos legales para esa postulación. Hubo hasta negociaciones en el más alto nivel para destrabar ese probable impedimento legal y ni el PRI ni el PAN decidieron impugnar la designación. Hubo un segundo elemento: legítimo o no, no cabe duda que quien realizó un trabajo notable para garantizar que López Obrador ganara esa elección fue la entonces jefa de gobierno, Rosario Robles, con un programa de obras y sobre todo de publicidad oficial que le dio enorme cobertura a López Obrador.
Apenas asumió el gobierno capitalino (en realidad desde antes, cuando asumieron los delegados electos, un par de meses antes de Andrés Manuel) el distanciamiento con Rosario fue evidente: el primer capítulo de esa historia fue el incendio del centro nocturno Lobohombo, con un enfrentamiento directo entre la delegada en Cuauhtémoc, Dolores Padierna y Robles, que estaba en sus últimas semanas en el gobierno capitalino. Siguió ese enfrentamiento, con las auditorias que inició el nuevo jefe de gobierno con sus antecesores. Cuentan que en alguna ocasión, Robles, acompañada de la controlara Berta Luján, fue a ver a Andrés Manuel para preguntarle el porqué de esas presiones si él sabía cómo se había realizado el plan de obras en la ciudad y la publicidad consiguiente para apoyar, implícitamente, su campaña electoral. La respuesta del jefe de gobierno fue "yo no te lo pedí", y ahí terminó la reunión pero también la relación. Vino después la denuncia del famoso "cochinito" y comenzó la guerra sucia interna. Eso se extendió a Cuauhtémoc Cárdenas, golpeado también en aquel momento y desconocido por quien comenzaba a cobrar ya, dando por muerto a su progenitor político, su herencia, considerando que después de la derrota del año 2000, Cárdenas se retiraría de la política activa.
Paradójicamente, fue esa percepción común la que permitió un acuerdo político entre Andrés Manuel y una de las corrientes internas del perredismo que había tenido muchas diferencias históricas con el tabasqueño: la de los chuchos (Jesús Ortega y Jesús Zambrano) organizados en Nueva Izquierda. Pero la operación real de Andrés Manuel no se puso en manos de ese grupo en quien López Obrador no confía, sino de sus principales adversarios, que tenían, además, la virtud de estar, desde mucho tiempo atrás, enfrentados con la propia Robles y con Cárdenas: la corriente de Izquierda Democrática que encabezan Bejarano y Padierna. ¿Cuál era el punto de unión?: uno muy pragmático, como se ha dicho muchas veces en los últimos días: Bejarano y su corriente lograron organizar, cooptar, a muchos de los grupos clientelares que durante décadas fueron priistas y, al dejar este partido el poder (o al ser desatendidos, como sucedió durante el gobierno de Oscar Espinosa), se pasaron con dirigentes, usos y costumbres al PRD, bajo el cobijo de Bejarano. Otro punto de unión, más de fondo, es el de concepción de la llamada izquierda social, movimientista, incorporada a un partido pero en cierta forma ajena a él. Andrés Manuel no estaba, no está apostando a fortalecer su partido, sino a generar una movimiento amplio, sin definiciones ideológicas y políticas claras, que se construya en torno a una candidatura, la suya. Claro que necesita al PRD como eje articulador para el registro y la campaña, pero sabe que las dirigencias estatales y muchas de las nacionales tienen sello propio y la idea no es negociar espacios, posiciones, programas con ellos, sino saltarlos. Por eso, Bejarano es el gran operador y por eso mismo, desde allí se comienzan a crear los grupos de "amigos de Andrés Manuel" para el 2006, para superar los obstáculos partidarios.
En ese sentido, López Obrador no estaba preocupado por tener un partido relativamente débil en el contexto de una candidatura fuerte: ese escenario era el mejor para su apuesta hacia el 2006, y el error de Robles de prometer más del 20 por ciento de los votos en el 2003 (un porcentaje que no alcanzó pese a duplicar el número de diputados), la obligaron a dejar la presidencia del partido después de las elecciones y, con ello, se diluyó la posibilidad de un fuerte contrapeso interno a López Obrador. Fue entonces cuando reapareció el ingeniero Cárdenas quien, recordémoslo ahora, antes de la elección había hecho críticas a cómo se estaba llevando ese proceso, cómo se estaba adelantando la sucesión y había dicho que él no se descartaba para el 2006, tras lo cual se fue a la Universidad de Chicago, hasta pasado el proceso electoral.
Cárdenas, en su regreso, comenzó a apostar exactamente a lo contrario de Andrés Manuel, en una lógica de renovar y fortalecer las estructuras partidarias. La apuesta del cardenismo parecía perdida hasta que los videos de Ahumada permitieron ver, primero, a Gustavo Ponce Meléndez, hasta entonces secretario de Finanzas, jugando black jack en Las Vegas y huyendo posteriormente, y dos días después a Bejarano (y luego a Imaz), embolsándose miles de dólares en las oficinas de Carlos Ahumada. Pero eso no fue el peor problema, sino la estrategia de control de daños de Andrés Manuel, que en lugar de asumir rápidamente los costos y tomar medidas internas rápidas y radicales, ha tratado durante semanas de distraer la atención hacia el complot. En ese contexto, es donde reaparece con fortaleza Cárdenas, con una posición política y de Estado mucho más coherente, poniendo en evidencia al propio López Obrador y señalando una actitud distinta entre el jefe de gobierno y su partido.
El dato que resume el enfrentamiento es claro: el domingo pasado al Zócalo no fue ningún dirigente partidario y López Obrador tampoco se había molestado en invitarlos a un acto organizado, pese a todo, por la corriente de Bejarano. La defensa en ese mitin fue de su persona, no de su partido, y quien se convertía en "rayo de esperanza" era Andrés Manuel, no la fuerza política que representaba. Las consecuencias ya las conocemos pero las veremos profundizarse en el futuro: las acres declaraciones de Cárdenas sobre el rumbo de Andrés Manuel por una parte y, quizás, como un subproducto al que habrá que prestarle atención porque puede marcar, también, una nueva tendencia, las críticas del propio Jesús Ortega a esa distancia del jefe de gobierno con su partido.
Murat en su propia salsa
Para muchos lo del jueves fue, simplemente, un autoatentado, para otros se trata de una venganza proveniente de su propio equipo de trabajo, la PGR considera que la investigación de la procuraduría local ha sido absurdamente negligente, las contradicciones son innumerables, los heridos no tienen nada, los supuestos disparos de AK 47 no existen. El proyecto Murat, tan costoso en todos los sentidos, se hunde. Quienes deben cuidarse son obviamente el candidato opositor Gabino Cué (que acaba de recibir también el apoyo de México Posible) y sí, aunque algunos no lo crean, también el priista Ulises Ruiz.