Ni AMLO ni Fox: los dos perdieron
Columna JFM

Ni AMLO ni Fox: los dos perdieron

Después de dos meses de lucha abierta con adjetivos descalificadores recíprocos, escondidos detrás de algunas frases de respeto meramente protocolario, el presidente Fox y el jefe de gobierno Andrés Manuel López Obrador, deben realizar un corte de caja y ver qué han ganado luego de esta batalla política cruenta. Si ese corte de caja lo realizan con sinceridad y evaluaciones objetivas comprobarán que los dos han perdido y mucho con este enfrentamiento. En síntesis nadie ha ganado, en todo caso hay más perdedores, somos todos nosotros que seguimos viendo cotidianamente cómo se deterioran las condiciones políticas del país y persiste el estancamiento.

Después de dos meses de lucha abierta, sin disimulos, cargada de adjetivos descalificadores recíprocos, escondidos detrás de algunas frases de respeto meramente protocolario, el presidente Fox y el jefe de gobierno Andrés Manuel López Obrador, deben realizar un corte de caja y ver qué han ganado luego de esta batalla política cruenta, en la cual la politización de la justicia y la judicialización de la política llevaron a ambos gobernantes casi hasta un callejón sin salida para la relación política entre ambos.

Y si ese corte de caja lo realizan con sinceridad y evaluaciones objetivas comprobarán que los dos han perdido y mucho con este enfrentamiento. Las pérdidas son diferentes porque ambos están jugando papeles distintos en la política nacional: Vicente Fox es el presidente y su mira está en el día a día y en las condiciones de gobernabilidad del país hasta el fin de su mandato, todo lo demás termina siendo secundario respecto a ese objetivo central. En el caso de López Obrador si bien gobierna la ciudad más grande del mundo, su objetivo central pasa, sin duda, por mantener las condiciones de gobernabilidad pero la mira está puesta en un objetivo superior: la candidatura presidencial para el 2006 y su hipotético triunfo en esas elecciones.

Si partimos de esos objetivos ambos perdieron. El jefe de gobierno perdió porque no sólo ha pasado de ser el candidato "indestructible", el "rayo de esperanza", a convertirse en un candidato más: el más popular aún hoy y con mayor margen de reconocimiento ciudadano, pero su distancia es cada vez menor respecto a sus contrincantes que, todavía, en cada uno de los partidos se dividen entre varios aspirantes que pudieran alcanzar la candidatura presidencial. Pero ese no es el principal problema para López Obrador: las encuestas siguen demostrando que es un precandidato reconocido y aceptado. Con los que tienen decidido ya su voto, difícilmente tendrá problemas o demasiadas deserciones. El problema real es otro y está en esa enorme mayoría que aún no tiene nada definido respecto al 2006. En las próximas elecciones federales, el capítulo de la honestidad y la verticalidad, la capacidad para mostrar que se puede tener el control de las riendas del país será muy importante. Y López Obrador mantiene su imagen en relación a su compromiso con los pobres y respecto a una distancia con el modelo económico, pero ha perdido muchos, demasiados puntos, en lo que debería ser su bien más preciado: el de la famosa "honestidad valiente" y en demostrar que tiene control sobre su propio equipo.

López Obrador operó mal la crisis que le generaron los videoescándalos. Es verdad: pasado dos meses del inicio de la crisis y por la forma en que se han dado los acontecimientos, muchos, por lo menos en el DF, parecen tomar en serio la tesis del complot, aunque también existe un porcentaje casi igual que no la acepta. Pero eso no es lo relevante: sí lo es que todas las encuestas están demostrando que López Obrador perdió credibilidad en los dos puntos fundamentales de su oferta: la honestidad suya y de su equipo y su capacidad de tener control sobre el mismo. Lo dijimos en su momento: López Obrador perdió la oportunidad ante los escándalos de dar un golpe que le hubiera dado una legitimidad indudable a su accionar. Si el jefe de gobierno hubiera pedido la renuncia a todo su gabinete, hubiera realizado una revisión a fondo de su equipo, se hubiera quedado con unos y desechado a otros, hubiera ordenado de inmediato intervenir la secretaría de Finanzas para ver de dónde salían los millones de dólares que se robó Gustavo Ponce Meléndez y hubiera ordenado revisar todas las decisiones políticas y administrativas de René Bejarano y Carlos Imaz, entre otros, para ver cuáles habían sido tomadas bajo circunstancias oscuras, y después, acabado con eso, se hubiera abocado a analizar y denunciar el complot en su contra, sus bonos quizás hubieran sido inalcanzables, se hubieran ido hasta las nubes. Como hizo todo lo contrario (no movió un solo funcionario, a Ponce Meléndez lo reemplazó su segundo, no hay resultados de investigación o auditoria alguna, ni un solo detenido hay en el entorno del jefe de gobierno), López Obrador se convirtió en un político más, de la pobre generación política que sufrimos cotidianamente. Con mayor o menor popularidad, pero ya se lo mida con el mismo rasero que a los demás precandidatos. Y con ello perdió su principal ventaja.

El presidente Fox también perdió. En su caso, el deterioro de su popularidad es lento pero constante y no se vio, en general, afectado por los videoescándalos. Pero perdió en términos de gobernabilidad, de control sobre toda la operación. Como que en determinado momento no supieron qué hacer y fueron rebasados por los acontecimientos: los sorprendió la teoría del complot y, ante algunas mentiras y verdades a medias, también en la administración federal se enojaron y todos sabemos que en estos juegos el que se enoja pierde. Es verdad que el presidente Fox no tiene porqué recibir pruebas supuestamente judiciales como las que pretendía presentarle López Obrador pero, ¿políticamente no hubiera sido mejor recibirlo y, simplemente, decirle que no, que de esos temas no se hablaría?

En todo caso las pérdidas en su caso giran en torno a dos aspectos: primero, los costos en gobernabilidad que generó el escándalo y, segundo, el nuevo desaguisado de la relación con Cuba, donde aparentemente, el gobierno de Fidel volvió a dejar mal parado, con un accionar intervencionista y alejado de las prácticas diplomáticas, aunque sin duda efectivo en términos políticos, al gobierno federal. Y quizás la nota diplomática de respuesta haya sido, exactamente, lo que esperaban los cubanos. Aunque en todo caso, más que protestar por los términos del comunicado enviado por el canciller Felipe Pérez Roque junto con Carlos Ahumada, el punto central tendría que estar en las condiciones de absoluto aislamiento de las detenciones de Ahumada, Martínez Ocampo y Arcipreste, independientemente de los delitos o no que éstos hayan cometido.

En este marco, la gobernabilidad sufrió por partida doble: por los daños en la relación diplomática con Cuba, que algún día la administración Fox tendrá que asumir que debe ser tratado como un problema de la agenda de política interna de México, y, sobre todo, porque con o sin razón, la relación con el PRI y el PRD también resultó afectada.

En síntesis, nadie ha ganado hasta ahora en esta lucha. En todo caso hay más perdedores, somos todos nosotros que seguimos viendo cotidianamente cómo se deterioran las condiciones políticas del país y persiste el estancamiento.

El presidente no puede vetar

En medio de la parálisis se produjo una buena noticia: el senado aprobó y la cámara de diputados le dio curso a la autorización para crear el Instituto Nacional de Medicina Genómica, en el cual los científicos podrán investigar en embriones vivos exclusivamente con fines terapéuticos. Es una buena decisión que permite que el país no se siga rezagando en los estudios científicos en la búsqueda de soluciones clínicas, medicinales a muchas de las más graves enfermedades del hombre. Esta fue una iniciativa presentada por el propio gobierno federal, por la secretaría de Salud que encabeza Julio Frenk. Por supuesto que esa iniciativa no permite estudios sobre clonación humana. Pero ello no ha sido suficiente para sectores terriblemente retrógrados como Pro Vida y para unos legisladores panistas que votaron en contra de la iniciativa de su propio gobierno. Ahora están presionando al gobierno federal, al presidente Fox, para que vete la creación de ese Instituto: sería un terrible error, en términos de estrategia de largo plazo para el país y ocasionaría, además, que Fox perdiera a uno de sus mejores hombres en el gabinete, porque Julio Frenk irremediablemente tendría que renunciar a su cargo si se toma esa decisión.

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