Castro y su diálogo con la historia
Columna JFM

Castro y su diálogo con la historia

Las relaciones de México con Cuba no sólo se congelaron: la reacción cubana de calificar la decisión de Tlatelolco de una actitud de ?prepotencia, soberbia, necedad y mentira?, obliga, en los hechos, prácticamente a un rompimiento de las relaciones. El que ambos hayan llegado a esta situación era prácticamente inevitable. Claro que faltó diplomacia en toda esta historia desde que la administración Fox inició su confrontación con Castro, es difícil desarrollar una visión diplomática con un dictador que no acepta crítica alguna y se cree con el derecho de exigir cuentas a todas las demás naciones del orbe.

Las relaciones de México con Cuba no sólo se congelaron: la reacción cubana de calificar la decisión de Tlatelolco de una actitud de "prepotencia, soberbia, necedad y mentira", obliga, en los hechos, prácticamente a un rompimiento de las relaciones.

El que ambos gobiernos hayan llegado a esta situación era prácticamente inevitable. El distanciamiento era recíproco y fue in crescendo, quizás porque la administración Fox demoró demasiado en saber cómo responder al continuo desafío de Castro y en asumir que la relación con Cuba es parte, desgraciadamente, de nuestra agenda interna. Tanto lo es que este nuevo capítulo de la crisis de la relación bilateral se cataliza a partir de encuentros entre funcionarios del partido comunista cubano con dirigente del PRD y, aparentemente, de acuerdos entre el gobierno del DF y el cubano para marchar juntos en el caso Ahumada. Se puede creer o no en esa versión, pero los datos duros ahí están, las reuniones existieron y en todo caso, se debería insistir en que la administración federal debe dar a conocer la información con la que cuenta para demostrar que esas labores de los dirigentes cubanos José Antonio Arbezú y Pedro Miguel Lovaina, y del agregado Orlando Silva, sí fueron, efectivamente, inadmisibles en el marco legal bilateral.

La afirmación ha sido suficiente para tomar la decisión de congelar la relación y expulsar a Silva, pero no será suficiente para convencer a la opinión pública de que hubo algo más que una "inocente" reunión entre dirigentes partidarios. En buena medida, la clave del futuro de este conflicto está en esa información, mucho más que, como también se ha dicho, en el expediente de Ahumada que sin duda enviará Cuba a México y no precisamente por las vías oficiales. Lo de Ahumada puede estimarse que se obtuvo por vías ilegítimas: el gobierno cubano no se ha caracterizado precisamente por su respeto irrestricto a los derechos humanos y en el caso Ahumada la violación de éstos en sus condiciones de detención en La Habana fueron sistemáticos, se piense lo que sea de Ahumada. Pero en la investigación que tiene que haber realizado la inteligencia mexicana sobre las labores de Arbezú, Lovaina y Silva, tiene que haber datos duros y confiables.

Si los hubiera y se confirmara que las labores desarrolladas por estos "agentes" (así los calificó el gobierno mexicano), fueron violatorias de la ley, entonces el argumento de los dirigentes del PRD de que se trata de una operación en su contra perdería sustento y, paradójicamente, a la tesis del complot esgrimida por López Obrador para ocultar los casos de corrupción en la administración capitalina, se le enfrentaría la tesis de otro complot, organizado por la administración capitalina, el PRD y el gobierno cubano para sustentar el complot original. Pero si el gobierno federal no puede sustentar con certidumbre sus acusaciones, el costo político crecerá lo mismo que la confrontación y la confusión. Con algunos elementos adicionales: en las próximas semanas se reunirá el foro de Sao Paulo en México, donde los cubanos, entre muchos otros partidos de izquierda tendrán participación en él, y a fin de mes, en Guadalajara, se realizará el encuentro entre las naciones de América Latina y el Caribe con los países de la Unión Europea, y allí está invitado Castro y, casi sin duda, utilizará ese foro para exponer sus posiciones, para muchos inviables, pero siempre mediáticamente atractivas.

Porque Castro interviene, se ha acostumbrado a intervenir desde siempre en muchos países, para bien o para mal, desde el respaldo a organizaciones armadas en los años sesenta y setenta, hasta las relaciones con los partidos de izquierda siempre o en su momento de mayor esplendor, con las intervenciones armadas en Angola o Etiopía, entre otras muchas naciones africanas. También ha intervenido, en forma mucho más solapada en México, aunque siempre por vías no oficiales, como lo relata en su libro Jorge Massetti, hijo del primer director de Prensa Latina, Ricardo Massetti. Ahora, la intervención es diferente porque ha cambiado la situación y también el momento histórico de Castro.

El intervencionismo de la administración Castro no sólo ha estado presente desde hace años, sino también ha crecido en la misma medida en que el gobierno de Vicente Fox tardó, dudó, en marcar distancias con el hombre que gobierna Cuba desde el primero de enero de 1959. Pero para entender, por encima de reflexiones superficiales, lo que ha sucedido, se debe partir de dos premisas: primero, que Castro no está pensando en el futuro inmediato sino en su paso a la historia. No importa si este conflicto, como el que mantiene con todas las naciones de la Unión Europea (recordemos que Francia o Alemania votaron igual que México en Ginebra sobre las violaciones de derechos humanos en la isla) o con buena parte de las naciones latinoamericanas en los últimos años, tienen consecuencias graves para el presente y el futuro de su pueblo.

No nos engañemos: Cuba depende económicamente de México, como de la Unión Europea, en forma dramática. No tiene demasiadas opciones: el acceso al turismo y a los hidrocarburos (en este ramo un poco menos en los últimos años por el apoyo del gobierno venezolano de Hugo Chávez) dependen de la relación que mantenga con México y la Unión Europea. Simplemente, con que Mexicana de Aviación decida reducir a la mitad los vuelos comerciales a la isla o que la SCT le redujera a la mitad las autorizaciones a Cubana de Aviación, ello le generaría una crisis grave en el sector.

Pero, insistimos, eso no está entre sus consideraciones: la fuerza que tiene y el peligro que implica Castro, es que ya no está pensando o trabajando para la coyuntura: piensa y trabaja para la historia. Hace unas semanas, Castro declaró públicamente que él cree que será más influyente después de muerto que ahora, a pesar de que lleva casi medio siglo en el poder. Quizás está pensando en ello, primero porque su salud está muy deteriorada, pero, también, porque sabe que su obra, la construcción de esa Cuba castrista, para bien o para mal, probablemente se derrumbará en unos pocos años, una vez que Castro fallezca. A finales de los 80, cuando comenzó la glasnot y la perestroika y cayó primero el bloque soviético y luego la propia URSS o cuando en otro modelo, los chinos comenzaron su liberalización económica, Castro en lugar de avanzar en la liberalización se hizo más duro en el "periodo especial" y desde entonces comenzó su progresivo aislamiento de muchos países que, como los europeos, habían sido implícita o explícitamente sus aliados hasta entonces. No hubo apertura, no hubo renovación de cuadros ni del sistema, al contrario, éste se endureció y, por lo tanto, no habrá opciones. Castro, por lo tanto debe construir su ajuste de cuentas con la historia desde ahora.

Segundo, recordemos que desde hace muchos años Castro ha intervenido en asuntos internos de México sin pagar costos, siempre cuando eso ocurría había algún tipo de arreglo fuera de cámaras. Ahora no es así, no sólo por los aciertos o la torpeza de la diplomacia mexicana: si los sistemas políticos de México y Cuba tenían en el pasado coincidencias (tantas que fueron las que permitieron, a través de un acto de autoridad, que Castro organizara y lanzara la expedición del Granma desde México), ellas se han ido perdiendo con la paulatina democratización del sistema mexicano y la cada vez mayor cerrazón del régimen cubano y del propio Castro, en su ya propio diálogo con la historia.

Claro que faltó diplomacia en toda esta historia desde que la administración Fox inició su confrontación con Castro, pero a veces el propio Castro, como pasó no sólo con un derechista duro con José María Aznar sino con un socialdemócrata como Felipe González, es difícil desarrollar una visión diplomática con un dictador que no acepta crítica alguna y se cree con el derecho de exigir cuentas a todas las demás naciones del orbe. Es la consecuencia de ya no hablar con los hombres sino con la Historia.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *