Barrio ¿el árbitro que el PAN necesita?
Columna JFM

Barrio ¿el árbitro que el PAN necesita?

El PAN suele ser un partido más sólido como tal, con una historia mucho más apegada a una vida partidaria real que el PRI (nacido para administrar el poder, como una rama del mismo, y que desde el 2000 está buscando su identidad y sus propias reglas de gobernabilidad) o que el PRD, que a 15 años de su nacimiento aún no termina de encontrar un mecanismo que vaya más allá de la unión bajo un mismo membrete de diferentes corrientes, en muchas ocasiones profundamente divididas entre sí.

El PAN suele ser un partido más sólido como tal, con una historia mucho más apegada a una vida partidaria real que el PRI (nacido para administrar el poder, como una rama del mismo, y que desde el 2000 está buscando su identidad y sus propias reglas de gobernabilidad) o que el PRD, que a 15 años de su nacimiento aún no termina de encontrar un mecanismo que vaya más allá de la unión bajo un mismo membrete de diferentes corrientes, en muchas ocasiones profundamente divididas entre sí.

Sin embargo, el PAN se enfrentó en el 2000 a su mayor desafío. Don Luis H. Alvarez lo había dicho tiempo atrás, cuando Acción Nacional comenzó a ganar gubernaturas y posiciones políticas: que ganar el poder no los llevara a perder el partido. Cuando apareció el fenómeno Fox muchos panistas quedaron desconcertados y temieron lo peor: Carlos Castillo Peraza, su ex presidente y el ideólogo más importante de las últimas décadas en el blanquiazul, renunció a su partido y en una de esas extrañas paradojas de la historia, pocos días después del triunfo de Vicente Fox, falleció prematuramente. Una vez con Fox en el gobierno, el PAN no ha sabido como trabajar: nunca se sintió el partido en el poder ni terminó de percibir al gobierno de Fox como completamente suyo. La lejanía que mantuvo el presidente Fox con su partido, la falta de confianza recíproca, marcaron la relación y mientras el presidente apenas si incorporó a panistas a su equipo de trabajo original, los dirigentes del partido no le abrieron espacios a los foxistas en la propia estructura partidaria. Hubo un intento presidencial de participar activamente en las actividades del partido en la campaña del 2003, y el resultado fue decepcionante: el PAN perdió más de 50 curules en la cámara de diputados.

Pero ese resultado electoral fue consecuencia por supuesto, de un voto de castigo de la sociedad al gobierno, pero también de la falta de un liderazgo claro en el blanquiazul. Luis Felipe Bravo Mena (un hombre inteligente, capaz, pero con un ejercicio del poder interno muy débil) en sus dos periodos al frente del PAN no logró darle identidad al blanquiazul en su relación con el gobierno. Además ganó su reelección pero no fue el candidato del foxismo en la última elección interna, aunque tampoco tenía, ni tiene todo el apoyo de las corrientes doctrinarias. Manuel Espino llegó a la secretaría general como consecuencia de las negociaciones con los sectores más duros del partido, pero tampoco es un dirigente con mucha representatividad. Lo grave es que si se analiza el resto del comité ejecutivo nacional del PAN, los liderazgos, que en alguna época fueron numerosos, hoy en ese partido escasean: probablemente el PAN nunca ha estado tan cerca de que aquella advertencia de don Luis se convirtiera en realidad. El poder puede aniquilar al partido.

Esa realidad ha llevado al panismo a un proceso de revisión interna que aún está lejos de mostrar claridad pero que puede resultar promisorio aunque no indoloro. La asamblea nacional del panismo de fines de abril y el reciente consejo nacional, confirmaron que el PAN no ha roto con el presidente Fox pero está lejos de aceptar una línea de continuismo respecto al actual gobierno. Luego de muchos desencuentros públicos por el proceso de sucesión, públicamente el partido ha decidido bajarle el tono a las precampañas y a sus precandidatos, para no debilitar aún más al presidente pero, al mismo tiempo, una vez más en la reunión del sábado quedó en claro que, por lo menos en esa alta instancia del partido, los planes presidenciales en torno a Marta Sahagún de Fox no tienen eco. Al contrario, generan resistencias muy importantes. Marta cometió además un error: pudo haber ingresado en la última asamblea al consejo nacional panista y no lo hizo, eso la dejó fuera del principal órgano de gobierno partidario y no le permitió mostrarse en el propio partido con una línea propia. El affaire Calderón, su salida del gabinete tras el regaño presidencial, alejó aún más al partido del presidente y fortaleció la tesis de que éste quiere impulsar la candidatura presidencial de su esposa.

En ese contexto, la reunión panista del sábado sirvió para establecer algunas líneas básicas de cara al proceso de sucesión y la señora Fox aparentemente no fue tomada en cuenta. La atención se centró en los cuatro que son miembros del consejo: Santiago Creel, Felipe Calderón, Carlos Medina Plascencia y Francisco Barrio, y las declaraciones sobre todo de amistad y buena relación entre Creel y Calderón estuvieron a la orden del día. En realidad, las diferencias políticas entre ambos son profundas y se profundizaron aún más con los hechos que rodearon la salida de Calderón del gabinete. Pero, en el corto plazo no reflejarán esas diferencias públicamente. Ayer mismo, Calderón, para quitar presión sobre el tema, declaró que los miembros del gabinete que aspiren a la presidencia no tienen porqué renunciar a sus cargos, con un mensaje implícito para Creel, pero también señaló que el caso de Marta tendría que ser objeto de análisis y ser tomado en cuenta con base en las reglas que aún no se ha dado el PAN para la sucesión. En otras palabras, el PAN doctrinario está dispuesto a llegar a acuerdos y competir con Creel, pero no con Marta, por lo menos en términos de una candidatura presidencial para la primera dama.

El punto, en todo caso, es quién será el árbitro de ese proceso. No puede ser el presidente Fox porque, con o sin razón, en el panismo lo ven comprometido con las candidaturas de Marta y de Creel. Tampoco Luis Felipe Bravo Mena, porque ha terminado terriblemente desgastado y no garantiza el control suficiente como para encauzar el proceso, además de que su periodo concluiría exactamente en el momento en que comenzaría formalmente la campaña electoral. Por eso el tema del consejo nacional panista, fue el reemplazo de Bravo Mena, su renuncia adelantada para permitir renovar la dirigencia del partido. Puede ser una salida interesante, porque de esa forma, y a diferencia de lo que ocurrirá en el PRI o en el PRD, en este caso el árbitro del proceso sucesorio sí sería el propio presidente del partido.

Pero para eso se requeriría un dirigente con peso y presencia tal que le permitieran ejercer ese poder, tener respetabilidad dentro del partido y, además, en la propia casa presidencial de Los Pinos, lo cual pueden tener sólo unos pocos dirigentes. ¿Quién podría garantizarle confianza al presidente Fox y su equipo y, simultáneamente a los sectores duros del PAN o a la corriente mayoritaria de los doctrinarios?. Muy pocos. Por cierto ninguno de los que suenan para reemplazar a Bravo Mena. El diputado Germán Martínez está destinado a ser uno de los grandes dirigentes del PAN, tiene todo para serlo. Pero no creo que éste sea su momento, en parte por su juventud pero sobre todo porque es, indudablemente, un hombre muy cercano a Felipe Calderón. Tampoco podría jugar ese papel otro de los aspirantes a la presidencia partidaria: el subsecretario de gobernación, Humberto Aguilar Coronado, otro político capaz, pero al llegar a la presidencia del partido viniendo directamente del palacio de Covián sería como decretar una sucesión adelantada a favor de Creel. Ahora Juan José Rodríguez Pratts dice querer: sin duda es un gran tribuno, con una sólida formación pero no me puedo imaginar al PAN presidido por un hombre que proviene de una larga militancia en el PRI.

Tendrá que ser alguien más y en diferentes sectores panistas apuntan a que ese hombre puede, y debe ser, el actual líder del PAN en la cámara de diputados, Francisco Barrio Terrazas. Argumentan que su aspiración a la candidatura presidencial es legítima, pero sus posibilidades por lo menos escasas y por lo tanto llegando a la presidencia del partido en realidad ganaría. Que tiene una buena relación y es respetado en Los Pinos y en el gabinete, pero también entre todos los demás sectores del partido. Que de esa forma podría convertirse en el árbitro y el dirigente que ese partido necesita. En otras palabras, perderían a un precandidato con pocas posibilidades y ganarían un dirigente con peso y personalidad suficiente como para ser el árbitro de un proceso que, de otra forma podría salírseles de las manos.

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