Un hombre de verdad
Columna JFM

Un hombre de verdad

Los hombres y mujeres que han construido este país no son los tristemente célebres Bejarano, los Murat, los Cabal Peniche, tampoco muchos de los hombres y mujeres que nos ?gobiernan? cotidianamente, basados en una aspiración de poder tan estrecha como personal. Sin embargo, ellos son los que reciben la atención de los medios y de los propios sectores de poder. Ayer en la madrugada murió el doctor Ramón Alvarez Gutiérrez en su casa en Virginia, en Estados Unidos, uno de los más importantes sanitaristas de nuestro país, un hombre que durante más de 50 años trabajó en forma notable por garantizar que la salud pública llegara a los más lejanos rincones de México.

Los hombres y mujeres que han construido este país no son los tristemente célebres Bejarano, los Murat, los Cabal Peniche, los que lucran del poder, tampoco muchos de los hombres y mujeres que nos "gobiernan" cotidianamente, basados en una aspiración de poder tan estrecha como personal. Sin embargo, ellos son los que reciben, aunque sea por la ridícula explicación de cómo la procuraduría capitalina copará el palacio legislativo de San Lázaro para evitar que René Bejarano "se escape", la atención de los medios y de los propios sectores de poder.

Por el contrario, esos y muchos otros personajes han contribuido a destruir instituciones, a entramparnos una y otra vez en crisis recurrentes donde el más mínimo gesto de generosidad política se confunde con debilidad (¿qué político mexicano hubiera actuado como John Kerry aceptando su derrota electoral cuando aún no terminaba el conteo electoral en Ohio?), pero no han construido casi nada. Muchos de los hombres y mujeres que realmente han construido este país han quedado en el olvido institucional o relegados, desaprovechados por el propio Estado que contribuyeron a construir.

Ayer en la madrugada murió en su casa en Virginia, en Estados Unidos, acompañado por su esposa Carmen, y alguno de sus hijos, uno de los más importantes sanitaristas de nuestro país, un médico, un hombre que durante más de 50 años trabajó en forma notable por garantizar que la salud pública llegara a los más lejanos rincones de México. El doctor Ramón Alvarez Gutiérrez falleció querido por los que fuimos sus amigos pero casi ignorado por las últimas administraciones en México, incluida la actual. Durante años, el doctor Alvarez, que era médico militar y había trabajado recorriendo el país de un extremo al otro para organizar los servicios de salud con un grupo de sanitaristas notables, surgido en el periodo posterior al cardenismo, había sido el director general de los servicios coordinados de salud en los estados. Con sus contactos políticos (tenía una relación familiar con el general Corona del Rosal pero además, por su labor en los estados conocía y trataba con casi todos los gobernadores y buena parte de aquella clase política) podría haberse enriquecido, como hicieron muchos, en el sector privado. Fue un hombre honesto y nunca quiso dejar el sector público y veía la salud que tenía que ofrecer el Estado desde una perspectiva social. Su trabajo en esa dirección general de servicios coordinados de salud en los estados fue, sencillamente notable. Desde allí se lanzaron los programas de atención primaria, las redes de asistencia social, allí se planteó originalmente la descentralización de los servicios de salud. Por eso, también fue presidente de la sociedad mexicana de salud pública.

En esos años, y precisamente por su capacidad como sanitarista, por su conocimiento en la implementación de las políticas de salud pública a nivel nacional, asumió la dirección general de asuntos internacionales de la secretaría de salud. Eran los años de la crisis post López Portillo y Guillermo Soberón era el titular de salud. El objetivo entonces era claro: conseguir financiamiento de las instituciones internacionales para continuar con los programas estratégicos para la salud pública del país. Nunca, en décadas, esa oficina tuvo tanta importancia y desarrolló una labor tan intensa y fructífera. Parte de ello fue la obtención del financiamiento internacional, del Banco Interamericano de Desarrollo, para financiar la descentralización de los servicios de salud. Pero también desde esa oficina se decidió que había que buscar financiamiento y becas que permitieran educar a la nueva generación de sanitaristas del país. Hombres tan importantes para el sistema de salud el día de hoy como el secretario Julio Frenk o Jaime Sepúlveda (¿lo recordarán ellos en estos días, o el poder también les hará dejar en el olvido cómo fue que se sustentaron sus carreras?) recibieron largas e importantes becas para que durante años en el exterior pudieran adquirir la formación que el país no podía otorgarles: en esos años y con esa actividad, efectivamente se formó, apoyada por las becas internacionales, en la Organización Panamericana de la Salud y la Organización Mundial de la Salud, muchos de esos hombres y mujeres.

Cuando llegó Jesús Kumate a la secretaría de salud, comenzó a deshacerse de esa "vieja" generación de sanitaristas, de esos hombres y mujeres que habían construido la salud pública del país. Había contradicciones ideológicas y de formación: Kumate, un hombre muy cercano a los sectores más tradicionales de la iglesia católica, adoptó una estrategia equivocada, que incluso le llevó a perder el control real del sector salud a la secretaría en beneficio del IMSS. El doctor Alvarez Gutiérrez, como otros, dejaron o fueron orillados a dejar, la secretaría de salud: se apostó a otras estrategias, con muy poco éxito por cierto. Desde años atrás, Ramón había trabajado con la OPS en Washington donde fue su director general adjunto. Regresó a Washington a la OPS y allí vivió los últimos años, trabajando para esa organización. Finalmente, la nueva generación de sanitaristas que el doctor Alvarez y otros hombres y mujeres de su época ayudaron a forjar, llegaron al poder en el sector salud. ¿Recordarán hoy, recuperarán aquella mística y la decisión de aquellos hombres como Ramón Alvarez, que forjaron el sistema de salud pública en nuestro país? Ellos no sé qué harán, pero quienes fuimos sus amigos lo tendremos siempre presente. El país (y nosotros) estamos en deuda con él. Descanse en paz.

Kerry o la valentía de perder

Ayer, el candidato demócrata a la presidencia de los Estados Unidos, John Kerry dio, en un par de horas, toda una clase de política democrática que nuestros propios políticos, por lo menos, tendrían que alguna vez, recordar. No me imagino qué estarán pensando los estrategas políticos y electorales de nuestros partidos cuando escucharon a Kerry, que en una elección de 120 millones de votos, cuando la distancia a la Casa Blanca era sólo de 100 mil votos en Ohio, faltando unos 200 mil votos por revisar, analizó las tendencias electorales y asumió que el país más poderoso del mundo no podía vivir en la incertidumbre sobre su futuro y aceptó su derrota, llamó a su rival George Bush y ofreció un buen discurso llamando a recuperar la unidad nacional.

Muchos dijimos en los últimos días que el sistema electoral estadounidense era obsoleto, anquilosado, que no tenía sentido que una legislación electoral tan arcaica, basada en el voto indirecto en lugar del popular para elegir a su gobernante, fuera la que normara a la principal potencia mundial. Y lo comparamos entonces con nuestro sistema y legislación electoral, mucho más avanzada y eficiente que la estadounidense. Pero olvidamos una cosa: el factor humano.

Kerry, pese a venir de una campaña electoral increíblemente dura, costosa (la más cara de la historia de Estados Unidos), llena de propaganda negativa, en la que ambos candidatos llegaron al final prácticamente empatados, con el antecedente de la sospecha sobre el resultado de los comicios del año 2000, pese a todo eso, demostró que más importante que el sistema electoral es la clase política. Y que el profesionalismo y el sentido de Estado de esa clase política, la estadounidense, nos guste o no, estemos o no de acuerdo con sus posiciones e ideologías, es infinitamente superior a la nuestra, por lo menos a la actual, que está llevando a los tribunales electorales hasta los comicios marcados por diferencias abrumadoras e incluso cuando ya está tomada la última decisión se la rechaza, o se deslegitima a las instituciones responsables. Jamás se reconoce una derrota aunque matemáticamente sea imposible revertir los resultados.

Falta, insistimos, un sentido de Estado y de nación, falta una clase política que pueda estar un poco, aunque fuera un poco, por encima de la política de banqueta. Hoy lo vamos a volver a comprobar en la cámara de diputados, con el show que tiene preparado el ex líder del PRD en la asamblea legislativa, René Bejarano, ante su inminente desafuero, cuando tratará de ocultar la evidente corrupción de su accionar inventando, como su jefe, cualquier complot imaginable. Son tan pequeños, tan cobardes, que ni siquiera tienen la valentía de aceptar que se equivocaron, ¿cómo les vamos a pedir que asuman que perdieron?

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