2005: ¿bienvenidos a la pesadilla?
Columna JFM

2005: ¿bienvenidos a la pesadilla?

La cuesta de enero tendrá este año un contenido adicional: no sólo económicamente, sino también en el terreno político será muy difícil de sobrellevar. No, no se trata de que, como se ha dicho, vivamos las consecuencias de una transición democrática que ha generado que muchos fenómenos que se vean ?sueltos? porque antes dependían del control centralizado del poder. Una cosa es el cambio y la transformación democrática de un país, de una sociedad, y otra el mucho más identificable vacío en demasiados espacios de poder y la lucha dentro y fuera de las instituciones por las ambiciones más estrechas que éste genera.

La cuesta de enero tendrá este año un contenido adicional: no sólo económicamente, sino también en el terreno político será muy difícil de sobrellevar. No, no se trata de que, simplemente, como se ha dicho, vivamos las consecuencias de una transición democrática que ha generado que muchos fenómenos que se vean “sueltos” porque antes dependían del control centralizado del poder. Una cosa es el cambio y la transformación democrática de un país, de una sociedad, y otra el mucho más identificable vacío en demasiados espacios de poder y la lucha dentro y fuera de las instituciones por las ambiciones más estrechas que éste genera.

Este 2005 será un año peligroso. Un año en el cual la lucha por el poder se mostrará de la forma más descarnada. Un año durante el que veremos no sólo las expresiones legítimas del mismo, sino también, una larga historia de golpes bajos cuyos prolegómenos los observamos en el 2004, pero que se mostrarán en forma mucho más cruda en el año que comienza. La causa es comprensible: en los próximos meses se definirán las candidaturas presidenciales para los comicios del 2006 y, a pesar de lo que sostienen algunos analistas, nada está resuelto en ese sentido: ni los candidatos ni las alianzas, ni siquiera el número de contendientes reales que tendremos para entonces y todos los aspirantes lo saben. Las luchas, por lo tanto, serán entre adversarios externos pero tendrán un inevitable componente interno, y siempre hemos sabido que las guerras civiles, las fraticidas, terminan siendo mucho más violentas y crueles que las que se generan entre enemigos externos. Es verdad también que ello siempre ha sido, de una u otra manera, así en el quinto año de gobierno. La diferencia es que ahora los intereses son mayores y más complejos, que no existe disciplina ni dentro del gobierno federal ni en los partidos políticos y sus distintas corrientes. No existen acuerdos base entre el ejecutivo, el poder legislativo y el judicial. Al contrario, a la batalla política se ha sumado la institucional, que generará daños que serán cuantificables (sobre todo el golpeteo contra el poder judicial) cuando conozcamos los resultados del 2005.

Pero sobre todo, estamos iniciando un año en el cual pareciera que, en este mismo contexto, los principales hilos del control del poder ya se han escapado de las manos ya no sólo del gobierno federal, sino también de muchas de las instituciones del Estado. Un año en el que además, esa lucha descarnada por el poder se complementará con un nuevo periodo de escaso crecimiento económico: sí es verdad que las variables macroeconómicas siguen mostrando que los números son los correctos, pero eso no es suficiente mientras no se generen los empleos que la sociedad requiere, mientras las políticas públicas sigan siendo extremadamente conservadoras y mientras ese crecimiento económico (que si Estados Unidos lo permite apenas girará en torno al 3 o 4 por ciento) no se refleje en la calidad de vida de la gente, la irritación, la presión social, la desilusión de muchos con los políticos y las instituciones, seguirá siendo un terreno fértil para cualquier oportunista en busca del poder.

Ese es el escenario para este 2005 y no parece haber síntomas de que algo cambie en este sentido. Basta con ver como terminó el 2004 para ver como comienza el año en curso. En la política nacional no hay diálogo: por primera vez en décadas no tenemos definido un presupuesto de egresos; estamos ante una controversia constitucional que genera una nueva escalada de enfrentamientos porque no sólo refleja el conflicto y la imposibilidad de llegar a acuerdos de los poderes ejecutivo y legislativo sino que éste llega al extremo de “analizar” el juicio político contra los magistrados de la Corte que dieron entrada a la controversias enviada por el ejecutivo argumentando que violaron la propia constitución. Esta historia es una suma de tonterías y forcejeos políticos que muestran con claridad el momento que estamos viviendo. El legislativo se empeñó en modificar en profundidad el presupuesto que les había enviado el ejecutivo. Los dos cometieron graves errores: el ejecutivo no mostró demasiadas ganas o no supo como negociar esos instrumentos de políticas públicas antes de entregarlos al congreso. Los diputados hicieron algunas reformas sensatas y otras que simplemente son una suerte de chicanas políticas. Es verdad, tienen atribuciones para hacerlas, pero en ocasiones parecen ser aquel congreso ultraconservador que encabezó Newt Gringrich contra Bill Clinton, pensando gobernar desde el Capitolio pero que, teniendo posibilidades serias de avanzar en ese sentido, simplemente se engolosinó tanto con esa nueva posibilidad de ejercer el poder que terminó perdiéndolo casi por completo dos años más tarde. En esa ocasión también la lucha se dio en torno al presupuesto y Clinton terminó ganándoles ampliamente la partida. Pero Clinton tuvo el talento no sólo de oponerse a esas iniciativas: tomó lo que consideró lo mejor de ellas, aunque no le gustará el contexto general en que se presentaban, y las volvía a enviar con una alternativa superadora. Nunca recurrió tampoco a un ente mediador para que éste tratara de decidir, simplemente, entre esos dos poderes. Pero sobre todo, porque aprendió de sus errores y comprendió luego de un inútil desafío al congreso (anunciando antes de que se votara que vetaría una ley relacionada con el gasto presupuestal en salud) que los gestos innecesarios desde el poder son fútiles. “La política (dice Clinton en su libro Mi Vida , que un generoso retraso de once horas en un vuelo internacional propiciado por un insólito corte de luz de más de cuatro horas en las pistas del aeropuerto del DF, me permitieron casi concluir, a pesar de sus más de mil páginas, al regresar de mis vacaciones) consiste en pactar y la gente espera que el presidente gane, no que haga gestos. Yo no podía hacerlo solo, necesitaba llegar a acuerdos”, recuerda Clinton, aplicando lo que su asesor Dick Morris llamó la triangulación. No es nuestro caso y ya lo habíamos advertido hace semanas: el problema no es la confrontación del ejecutivo con el legislativo, sino que el primero ha avanzado hacia ella sin una alternativa, una propuesta superadora clara, y por lo tanto ese conflicto se queda, simplemente, en el más bajo de los niveles para la gente que lo ve como una pelea de poder cuyo resultado ni le va ni le viene. Esa advertencia fue la que trató de hacer, el presidente de la Corte, Mariano Azuela, cuando le recomendó a los partidos, a los legisladores y al gobierno tratar de llegar a acuerdos antes de enviar la controversia a la Corte. Se adelantaba a lo que necesariamente iba a suceder: un enfrentamiento público en el cual esos actores terminarían dañando a una Corte que con innumerables dificultades trata de ganar su legitimidad ante la sociedad.

Buena parte de todo lo que ha sucedido se podría haber evitado con una buena negociación política. Se ha dicho, de uno y otro lado, que la controversia constitucional permitirá establecer con claridad qué atribuciones tiene el Congreso y cuáles la presidencia en estos temas. En parte es verdad, pero el hecho es que mientras no tengamos una ley de presupuesto que defina esas atribuciones (y los mecanismos institucionales para ejercerlas) con absoluta transparencia, la resolución de la Corte, cualquiera que sea, resultará insuficiente. Pero en el camino de la confrontación, esa ley (que ahí está, como muchas otras, durmiendo en comisiones) se alejará cada vez más. Como se alejan las reformas indispensables que tendrían que realizarse en el terreno político e institucional antes de iniciar oficialmente la ruta hacia los comicios del 2006. Cuando éstos concluyan nos vamos a encontrar con que ya no habrá tiempo ni posibilidades de realizar esas reformas debilitando aún más el andamiaje estatal.

Pero no se trata sólo de la política, los hilos sueltos se ponen de manifiesto en muchos otros campos. Como el asesinato de siete disparos, de Arturo Guzmán Loera, el Pollo , hermano menor de Joaquín El Chapo Guzmán, la noche del 31 de diciembre en los locutorios de la cárcel de La Palma, que confirma, una vez más, que las instituciones están lejos de tener el control incluso sobre instalaciones públicas de supuesta “máxima seguridad”. Y también que tendremos en el 2005 una brutal guerra entre los grupos del narcotráfico.

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